Fotos: Archivo El Gráfico
Nota publicada en la edición de julio de 2013 de El Gráfico
Por Andrés Burgo.
Rebelde, intenso, irreverente, frontal, inconformista,
fiscal innegociable. Si hubiera que salvar del fuego una sola de sus virtudes,
primero habría que rescatar su libertad. No decía lo que quería, sino lo que
creía, y por eso se llenó de prestigio y de enemigos. Un prócer gigantesco de
nuestra profesión.
UNA DE SUS VIRTUDES, sin duda, fue la libertad. Y El Gráfico
lo disfrutó durante dos décadas.
Era un pelado con actitud punk, o sea alguien único en su
especie. Dante Panzeri tenía una calvicie franciscana y una filosofía hardcore,
la de un libertario en rebeldía contra una atmósfera futbolística que, más que
rodearlo, lo ahogaba.
Parapetado desde su alopecia sin maquillaje (lo que también
era una manera de exponer su transparencia, en tiempos en los que aún no se
había instalado el raimiento severo de Juan Sebastián Verón, los claritos
refinados de Martín Palermo o los implantes esponsorizados de Pablo Lunati),
Panzeri fue un librepensador que militó por la abolición de la inmoralidad, el
fútbol mal jugado y los directores técnicos: desglosaba las siglas DT como “Dan
Tristeza” o “Decí Tarado”, y los trataba de “hombres de dignidad resentida” o
“ladrones de azul”.
Sus artículos debían leerse con La Marsellesa de fondo. Sus
palabras fueron, según el caso, barricadas o puntas de lanza. Su obra especuló
menos que el vuelo de un meteorito. Eligió ser mil veces más agudo que poético.
Desbarrancó más de una vez, pero no le importaba. Despotricó porque al fútbol
le faltaban “dirigentes, decencia y wines”, pero su proclama quedó incompleta:
también le faltaban periodistas como él. Y 34 años después de su muerte, le
siguen faltando.
La publicación de una antología de sus mejores artículos
(Dirigentes, decencia y wines, Editorial Sudamericana, 2013, una selección a
cargo de Matías Bauso), más sendas reediciones de los libros que escribió en
1967 (Fútbol, dinámica de lo impensado, Capitán Swing, 2012, mérito de
Sebastián Kohan Esquenazi) y en 1974 (Burguesía y gangsterismo en el deporte,
Capital Intelectual, 2012), dejan una evidencia: para tener una visión completa
de fútbol argentino es necesario repasar los escritos de Panzeri,
paradójicamente el periodista más citado y menos leído. Somos los Salieri de
Dante: le robamos sus textos a él.
El legado que dejó en las miles de notas y los dos libros
que escribió excede su profesión e ilumina al lector promedio, al hincha de
River, Boca, Racing (su club, junto a Sportivo Belgrano de San Francisco),
Tristán Suárez o Altos Hornos Zapla: la misión de Panzeri gira alrededor del
fútbol y la honestidad, pero ante todo es una perpetua y a veces desesperada
búsqueda hacia la verdad, o al menos su verdad.
En sus textos –y en sus columnas televisivas y radiales–
aparecían en primer plano la pelota, el estado de los clubes, los dirigentes,
los héroes, los antihéroes, los dirigentes y el periodismo, pero el trazo de
atrás era, siempre, la libertad. Ese fue su dogma. Ese fue, también, su
codicilo.
La vindicación de Panzeri no implica santificarlo, o tal vez
sí, pero tampoco es cuestión de suscribir sus desbordes talibanes y adherir a
todos los “panzeriazos”, desde los futbolísticos, como su minoración de
Garrincha en el Mundial 62’ (“No llamamos jugador cabal a Garrincha, sino que
tomamos su habilidad, un factor individualmente importante en ciertas
ocasiones. (…) Garrincha dejó al descubierto su fútbol negativo para un equipo,
brillante acaso para el público”), hasta los políticos, como determinados
guiños a las políticas deportivas del gobierno militar que derrocó a Juan
Domingo Perón (era antiperonista: “A partir de 1945, el país perdió la
personalidad ética y estética que lo había definido”) y su rol como interventor
en la Federación de Ciclismo en 1956 (“La Revolución –en referencia a la
Revolución Libertadora– que puso término a una larga noche de la vida argentina
no podía prescindir del deporte entre las actividades que imponía un
revisionismo (…). Limpiar al deporte de lo sucio que estaba –pero que aún está–
fue consigna seguramente muy noble, muy bien intencionada y muy justificada
dentro de este proceso intervencionista”). Igual, es cierto, hasta el propio
Dante habría rechazado con acidez su propia canonización: “Ni el más genial de
los hombres merece ser admirable porque lo que hace como cosa difícil para los
demás, es fácil para él. El mayor genio humano fue hasta ahora Leonardo Da
Vinci, y no creo que haya sido capaz de jugar bien al fútbol, o de tejerse un
pullover”.
Puntualizadas también algunas anacronías (en 1973 insistía
en que lo mejor que podía hacer un técnico era “elegir lo mejor y no hablar
para otra cosa que recomendarles a los futbolistas ‘jueguen como ustedes saben’
o ‘hagan lo que tienen que hacer’”), el medio de Panzeri no sólo era el
mensaje. Muchas veces fue magnífico qué decía, pero siempre fue magnífico cómo
decía. Si hubiera que salvar del fuego una sola de sus virtudes, primero habría
que rescatar su libertad (más que su opinión en sí). No decía lo que quería,
sino lo que creía, y por eso se llenó de prestigio y de enemigos. En la
apoteosis de sus principios, hasta rechazó agasajos para no perder independencia.
Como si fueran aforismos, Panzeri decía de su trabajo: “Todo
periodista tiene que estar preparado para perder amigos. La actividad no tiene
por objetivo ganarlos”; “El periodista es y debe ser un descontento”; “Ni la
popularidad ni el gustar son los objetivos de la misión periodística”; “Somos
fiscales, no jueces, y debemos ser parciales a favor del bien y en contra del
mal”; “Con la verdad se vende menos pero se gana más”; “Aunque siempre muy
resistida, la verdad fue siempre respetada. La mentira es aplaudida, pero nunca
respetada. Los periodistas tenemos que meditar cuál de los dos negocios es
mejor”; “El periodismo es el cumplimiento de la obligación de enseñar a pensar
a la gente”, “Yo no busco adeptos. Es más, en algún caso me molestan”; o, cuando
un lector de El Gráfico escribió que su opinión debía ser más importante que la
de la revista porque “el cliente siempre tiene la razón”, Panzeri se negó: “El
Gráfico no es una tienda ni una fiambrería. Entre el cliente y la verdad
seguimos optando por la verdad, que entendemos es la mejor manera de defender
al cliente”.
LA TELEVISION fue una de
sus tribunas para impedir la realización del Mundial 78 en el país. Panzeri murió tres meses antes del
torneo.
No aceptaba presiones. Su libertad era más importante que su
(posible) popularidad. Primero la independencia, después la fuente de trabajo.
Así se fue de El Gráfico. La historia es conocida: era el director de la
revista cuando, en 1962, uno de los dueños de la editorial le pidió que
publicara un texto del ministro de Economía, Álvaro Alsogaray. El periodista se
negó, pero el empresario insistió y la columna fue publicada (un vulgar
recuadro sobre el River-Boca de la fecha anterior). Panzeri se sintió
desautorizado, renunció a su cargo y acordó retornar a su viejo puesto de
redactor, pero enseguida surgió otra incompatibilidad: ¿ante quién pasaría a
responder? ¿Quién podría estar por encima de él? “Como a la empresa se le hacía
difícil ponerme bajo tutela de nuevos rectores, se me propuso una indemnización
material para retirarme (…). Jamás supe si aquella publicación de Alsogaray
formó parte de un plan para provocarme sabiendo de mi temperamento, pero soy un
permanente agradecido de El Gráfico”, explicó en 1964.
Su último deseo fue cumplido: que Antonio Báez, ex jugador
de River y Platense retirado hacía 8 años (y sin haber llegado a la tapa de la
revista), fuera la portada del siguiente número.
El Gráfico fue, por amplia diferencia, el medio que más
disfrutó a Panzeri (tres años como director y otros 17 como redactor). A partir
de su salida pasó por varias redacciones. Se convirtió en un trotamundo. En una
golondrina. Como suscribe Bauso en su libro, una antología de artículos
panzerianos que debería ser obligatoria en las escuelas de periodismo
deportivo, “Panzeri duró poco en la mayoría de sus trabajos”. Era indomable,
sañoso, cabrón y difícil de llevar. Lo acusaban de amargo y resentido. “Y se
fue quedando solo. Sin lectores, sin colegas, sin editores”, concluye Bauso.
Hasta su muerte, en 1978, pasó por Así, El Día, El Ciclón,
Crónica, Ahora, Panorama, Noticias Argentinas, Análisis, Chaupinela, La
Opinión, Satiricón, La Prensa, radio Colonia y los canales 7 y 11. Jamás se
acobardó: “Yo no participo de la comodidad del periodismo sin opinión”, “Antes
el periodista era un individuo que veía, pensaba y opinaba. Ahora oye y después
repite”, o “El grueso de la opinión no tiene opinión. Nadie sabe nada. Gusta o
no gusta de las cosas, y nada más”.
Sus notas rebalsaban coraje. En El Día coincidió con el
Estudiantes tricampeón de América y campeón del mundo, pero Panzeri, justo en
el diario de mayor circulación de La Plata, trataba al equipo de Osvaldo
Zubeldía con su habitual acrimonia: “Por este camino el fútbol se muere”;
“Estudiantes es la representación de la violencia para el lucro aplicada al
fútbol”; “Insisto en llamarlo asociación ilícita para producir resultados
lícitos” o “Es un imperio de la ilegalidad futbolística”.
Ya en la década del 70 se convirtió en el único futbolero
que, como Jorge Luis Borges desde otro ambiente, criticó la realización del
Mundial 78. Se enfrentó a los militares. Tampoco a ellos les temía. En
septiembre de 1976 fue a la casa de Carlos Lacoste, el vicealmirante a cargo de
la organización del torneo, y le explicó los motivos por los que Argentina
debía rechazar el Mundial. Repetía que no éramos Suiza y que existían otras
prioridades en el país: salud, vivienda y educación. “La imagen de Argentina se
beneficiaría con la renuncia. Nos haría más serios”, decía. No lo consiguió,
por supuesto, y murió tres meses antes del torneo, cuando había dejado de
trabajar como periodista. “El periodismo ya no tenía lugar para él. Vivía de
hacer cobranzas en una financiera”, develó el periodista Alejandro Wall.
Había nacido en Rosario y se crió en San Francisco, Córdoba.
Fue un “self made man”: estudió hasta sexto grado y, cuando tenía 14 años,
comenzó a escribir en La Voz de San Justo, el gran diario de la región.
Trabajar en El Gráfico era más que un sueño: era su objetivo. Y cuando cumplió
21 años, en noviembre de 1942, lo consiguió: Enrique García, crack de la época
(wing izquierdo de Racing), se lo presentó a otras dos glorias de la revista:
Borocotó y Félix Frascara, quien años después lo comparó con un terremoto: “El
día que Panzeri llegó a El Gráfico, ¡temblaron las paredes!”.
EL ESTILO Panzeri no admitía los grises. Tenía tantos
adherentes como enemigos.
Durante 20 años escribió notas hermosas. Marcó a una
generación. Su comentario de un amistoso entre Racing y el Santos de Pelé, en
la cancha de Huracán (publicado en la edición del 4 de octubre de 1961), es
formidable. No menos brillante fue una crónica de febrero de ese año, cuando
pasó una tarde junto a un Bernabé Ferreyra “en la posdata de la gloria”.
La obra de Panzeri entrega decenas de apotegmas similares a
“Fútbol, dinámica de lo impensado”, su frase más conocida: “La gente confunde
honradez con imparcialidad y honestidad con prescindencia”; “Hemos perdido
noción de lo que no se debe aunque se pueda”; “La disposición táctica de los
equipos es una cuestión moral”; “Ya no quedan mejores, sólo quedan ganadores”;
“El fútbol es un arte del imprevisto”; “La ley básica del fútbol es que gana el
que mejor engaña”; “La Copa Corruptores de América, también conocida por el
irreverente nombre de Copa Libertadores de América”; “No hay fútbol viejo o
moderno, hay buen fútbol o mal fútbol” o, en el Everest de su acritud, “Los
jugadores de ahora (1974) no son jugadores, son financistas. Tienen miedo de
jugar. Tienen coraje para invertir. Con estos jugadores no puedo hacer amigos y
es más: trato de no conocer a ninguno para sentirme mejor de salud”.
También sentía aversión por las entrevistas. “Los
deportistas no tienen mucho para decir. Hablan con su cuerpo, con su
performance. Nada encuentro interesante de lo que puedan decir (…) El reportaje
es algo a lo que le tengo aberración”.
Era tan fundamentalista que, en el Mundial 1962, los
enviados de El Gráfico a Chile (él fue uno de ellos) no realizaron ninguna
entrevista, lo que implica haber desistido de hablar con Pelé, Di Stéfano,
Sívori, Maschio, Puskas, Bobby Charlton, Gianni Rivera, Masopust o Yashin.
Para combatir la violencia propuso “la Cruzada honoraria de
la decencia”: los hinchas debían delatar a quiénes cometieran desmanes, pero
fracasó. No consideraba deporte al boxeo ni al automovilismo. Cuando fue
director en La Prensa, al primero lo denominaba “Homicidio legalizado” y al
otro, “actividad industrial”.
Tenía una lista prolífica de gente a la que despreciaba
(Zubeldía, Carlos Bilardo, Alberto Jacinto Armando, Antonio Liberti, Rafael
Aragón Cabrera, Juan Carlos Lorenzo y José María Muñoz, entre muchos otros) y
una pequeña a la que admiraba: Pelé, José Amalfitani y Roberto De Vicenzo.
A la pelada de Panzeri sólo le falta convertirse en un icono
pop.
Fuente El Gráfico
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