El empate de Independiente ante el modesto Sarmiento (1-1)
volvió a ubicaren el centro de los cuestionamientos al DT, que nunca fue
aceptado por el hincha.
Foto: LA NACION.
Por Francisco Schiavo
Hubo algo de entrada. Narices fruncidas. El fútbol argentino
tiene eso de las primeras impresiones.
Gusta o no gusta. Sin vueltas. Y Jorge Almirón nunca le cayó
en gracia a la gente de Independiente. Nadie sabe bien porqué.
Ni siquiera le alcanzó con haberse declarado hincha de los
Rojos en la primera conferencia de prensa.
Tampoco con la muy buena campaña en la vuelta a la A. Quedó
en una cuestión de piel, de urticaria. Y así será partido a partido. Tendrá paz
en las victorias, como ante Newell's por 3-2, en el debut, en Rosario, y
sufrirá en casa si no gana, como en el 1-1 ante Sarmiento, que bien puede
considerarse una derrota por las grandes diferencias de nombres y presupuestos.
Por la ilusión y la decepción. Por aquel canto que termina en un corte de
mangas. El hombre, formado como futbolista y entrenador en México, de piel
curtida por el sol, de gesto de galán latino o de villano con lunar en el
labio, toma el atajo en el Libertadores de América hacia los vestuarios. El
pasto levanta sopor y lo agobia. Sólo cosecha repudio. Ni mira a las tribunas.
Y eso que empató. Todo hubiera sido peor si Rolfi Montenegro aún estuviera
entrenándose con la reserva. Sólo que el emblema de Independiente cedió, firmó
la rescisión del contrato y se refugió en su club de origen, Huracán. El efecto
colateral, acaso, no hubiera podido medirse con el ídolo marginado por el DT.
Sólo así resistió un poco más la figura de Almirón en este comienzo de
campeonato, con la electricidad que corrió por las venas de Avellaneda, en un
estadio cubierto por la esperanza y decepcionado por el apagón futbolístico.
¡Vaya oscuridad!
A Almirón le cuesta ganarse a la gente porque Independiente
no convence. Es demasiado apresurado decir si juega bien o mal en un planeta
tan resultadista. Pero, al menos, genera desconfianza cuando ataca, ahora, con
el sistema 4-4-2. Para medir los parámetros defensivos Sarmiento no será una
prueba concluyente: atacó cuando pudo y sin correr riesgos desmedidos. Pero, en
lo que dependió de los Rojos, las variantes escasearon. Es cierto que se
toparon con muchos hombres en el campo propio, pero, ¿qué esperaban? Así será
de acá en más. Los ascensos masivos equipararon la categoría, aunque no las
posibilidades de unos y otros en cuanto al presupuesto y la convocatoria.
De a ratos pareció uno de esos tantos partidos de la B Nacional
con los que Independiente se dio la nariz contra el piso. De dominio estéril y
de infructuosa tenencia de la pelota. De nada le sirvió sentirse el dueño del
asunto sin don de mando ni ideas claras. Diego Rodríguez, el Torito que llegó
de Godoy Cruz, corrió a la par de Mancuello, pero nunca hubo un pase claro.
No es cuestión de definir todo en la ausencia de Montenegro.
Pisano, pese al empate agónico, casi nunca asumió el
protagonismo cuando quemaron las suelas. Se notó en el toque lateral, intrascendente,
pero rara vez perforó con esa pelota en profundidad. Es un talentoso. Y se le
exige como tal. Los Rojos lo necesitan conectado. No disperso.
El que se rompió el lomo fue Albertengo. Flaco como un
junco, el delantero aguantó, pivoteó, levantó la cabeza y asistió. Fue una
lástima que el cabezazo, tras un centro de Papa, haya rebotado en el palo. Si
alguien se merecía un gol, era él. Por el sacrificio y por la más sana
comprensión del juego colectivo. Quedó como el más genuino exponente de una
idea que todavía no saca lo mejor de sí. La tarea pendiente quedó por el
lateral izquierdo. Tagliafico cumplió en la marca. Papa hizo agua en la salida.
No es culpa suya si lo ponen en un puesto en el que no puede rendir. Atención.
El alma cayó al sótano con un centro de la izquierda que
Cuevas cabeceó a la red. Otra vez la misma historia. Independiente apenas si
salió a flote con el toque de Pisano, tras unas buenas intervenciones de
Albertengo y Valencia. Son señales. Aunque Independiente no tiene que dar
veredictos apresurados. Será lo peor.
La banca de los Moyano: para ellos, es intocable.
Jorge Almirón no se discute para el clan Moyano. Es
intocable para Hugo, líder de la CGT opositora y presidente de Independiente.
Mucho más para Pablo, su hijo, que en todo momento respaldó al entrenador.
"Puede ser que se haya equivocado algunas veces, pero ganamos partidos que
antes no ganábamos. Estamos conformes con él. Hay que tenerle fe. Por ejemplo,
él fue el que recuperó a Mancuello [Federico]. Además hizo una campaña con
muchos puntos. Es una persona seria y trabajadora. Hay que dejarlo
trabajar", dijo Pablo, en la salida del estadio Libertadores de América.
Eso sí: Pablo Moyano no se olvidó de las actitudes de Daniel
Montenegro. Al principio no quiso opinar, pero después se soltó en varios
medios partidarios y le apuntó al ex capitán de los Rojos. "Con lo que le
hizo a Nueva Chicago, Rolfi demostró lo que es". Es que Montenegro había
acordado de palabra su llegada al Torito y, al final, firmó contrato con
Huracán. Todo dicho.
Fuente La Nación
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