Por Adrián Maladesky
No han sido sencillos para Montenegro los últimos tiempos.
No los han sido para Independiente tampoco. Y fueron de la mano, el Rolfi y el
Rojo. El descenso, el traumático año en la B Nacional, todo eso en el final de
la carrera de Montenegro. No hay que olvidar que cumplirá 36 años en marzo. Y
que su físico no es el mismo que le permitía otro tipo de prestación, por
ejemplo, en 2002, cuando salió campeón con Independiente. Montenegro no es la Brujita
Verón, que puede reciclar su función de enganche en un doble cinco, con la
cancha de frente y otra perspectiva. En rigor, siempre fue más mediapunta que
enlace. Y en este último paso por el club de Avellaneda no pudo disimular que
ni su pique corto ni su remate ya no conservaban la pimienta que eran
fundamentales en su arsenal futbolístico. Sin embargo, hay que decir que
defendió su prestigio con armas nobles. En primer lugar, nunca se escondió. Se
bancó el descenso y se bancó jugar en el ascenso. No le sobró nada. En canchas
chicas, con pocos espacios, sin desnivelar como antes, fue importante en un
equipo al que tampoco le sobró nada en la B Nacional.
Fue una versión esforzada la de Montenegro la que se vio en
este último año y medio. Esforzada y meritoria. Lejos de sus mejores pilchas
siempre intentó hacer algo que no muchos compañeros supieron hacer: pensar.
Pensar entre tanto vértigo. Pensar ante tanta presión. En ese rubro tuvo la
compañía solitaria de Mancuello y eso lo hizo necesario, aunque Almirón y
Moyano opinen lo contrario. Ya lo dijo Pep Guardiola: "El que no corre se
saca solo". Pero también hay que animarse a jugar y eso, contra todo, el
Rolfi nunca lo resignó. Con mejores y peores partidos, con un hincha que
penduló entre la crítica y el aplauso, quizás porque lo que veía de Montenegro
no era tan fácil de categorizar.
Es cierto, el Rolfi de 36 años no ofrece garantías de
rendimiento. Igual, merece que Independiente le devuelva algo más que una
salida a media luz, a horas del último brindis de 2014.
Fuente Clarín
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