Román, el hijo del DT y ex futbolista, heredó su pasión
competitiva, pero con el tenis: está entre los mejores jugadores Sub 12 del
país
Por Sebastián Torok
Foto: LA NACION / Mauro Alfieri
Jorge Luis Burruchaga fue siempre un hombre que no necesitó
elevar la voz para destacarse y llamar la atención en lo suyo. Atento y
respetuoso, de perfil bajo e infancia espinosa, Burru le puso el pecho a la
vida, una y otra vez. De familia numerosa -12 hermanos-, perdió a su padre, el
sostén de la casa, cuando tenía 12 años. Muchas veces le faltó comida en el
plato. Pero no dudó en salir a la calle para vender helados y diarios en los
colectivos, o para trabajar como ayudante de albañilería y así colaborar
económicamente con su madre. Tiempo después, halló en el fútbol una vía de
escape, una forma de pisar con certezas, de sentirse pleno y trascender. En
Arsenal, en Independiente, en Francia. También en el seleccionado argentino,
claro. Como futbolista y también como técnico (actualmente sin equipo). Casado
con Fabiola -hija del recordado Pipo Rossi-, padre de Daiana (25 años), Alexia
(22), Mauro (16, mediocampista zurdo en la 7ª de River) y Román (12), el autor
del gol decisivo ante Alemania en la final de México '86 conoció, gracias a la
efervescencia de su hijo menor, un nuevo mundo: el del tenis de competencia.
Román, que no había nacido cuando su padre logró emocionar a
millones de argentinos en la Copa del Mundo que encumbró a Maradona, es el
tenista Sub 12 número 5 del país (si bien estuvo en el top 3 casi toda la
temporada), subcampeón del Masters de Menores que se realizó en el Tenis Club
Argentino e integrante del equipo nacional que en noviembre finalizó 3° en el
Sudamericano de Bolivia. La raqueta no llegó a su mano diestra desde el
principio, naturalmente. La primera atracción fue el fútbol, que canalizó en la
escuelita de River. Quienes lo conocen de pequeño coinciden en destacar su
precoz habilidad en el ping pong. "En el garaje de casa los chicos jugaban
a todo, al fútbol, al tenis y teníamos una mesa de ping pong. Y ahí Román, ya
con cinco o seis años, tenía una facilidad bárbara para pegarle", recuerda
Jorge. Con los años y ya en River, Román probó el tenis y empezó a practicarlo
en el Tiro Federal, frente al Monumental, paralelamente con el fútbol. Cada vez
con más dedicación, a los 8 años dejó de jugar en cancha de 11 y sólo se quedó
con el baby fútbol de los fines de semana, hasta que lo abandonó completamente
por el tenis. "Me gustó más que el fútbol. Me encanta ver a Federer;
también me gusta cómo juega Djokovic, me gusta su revés a dos manos y trato de
imitarlo. Me sorprende la elasticidad que tiene", dice Román, tan simple
como el padre.
Jorge se describe como un "fanático de los
deportes". Ferviente aficionado del boxeo y del ciclismo, sobre todo del
Tour de France, jugando en Nantes descubrió el arte del tenis. Hasta el momento
de viajar a esa porción de Europa jamás le había prestado atención. "Allá
se jugaba mucho. Cuando llegué, en el club había torneos entre compañeros y
empleados. Empecé a tomar un poco de clases con un profe francés y seguí.
Tiempo después, cuando me rompí la rodilla, hice parte de la recuperación
jugando al tenis. Pero siempre estuve lejos de imaginar que tendría un hijo
tenista", cuenta Burruchaga a LA NACION en el campo de Macabi en San
Miguel, donde llegó acompañando a su hijo a uno de los últimos torneos de 2014.
Hace poco, Burru debió hacerse un implante en una rodilla lastimada, pero hasta
no hace mucho siguió practicando tenis con sus amigos, algunos de ellos ex
futbolistas como Daniel Garnero y Sebastián Rambert. Nunca vio un partido
profesional en la cancha y es una cuenta pendiente conocer Roland Garros; sólo
disfrutó de Yannick Noah en una exhibición en Nantes. "Ah, y lo crucé a
Ivan Lendl en Mónaco. Era un fenómeno", añade el hombre que conoció el
paraíso en el estadio Azteca luciendo el número 7 en la espalda celeste y blanca.
Analista y observador, Burruchaga descubrió en el tenis un
ambiente muy distinto al del fútbol. "Es un deporte individual, donde
perdés y ganás solo, más allá de lo que pueda ayudarte el entrenador. Al fútbol
se parece en las presiones y en que se esperan resultados en edades muy cortas.
Pero lo que más me sorprende del tenis es lo jóvenes que muchos se retiran. Es
demasiado exigente desde edades prematuras y se les quema la cabeza", se
alarma. Román tiene un beneficio que muchos otros no: tener un padre que vivió
todas las emociones del deporte profesional. "Hablamos mucho y tenemos
nuestras discusiones, porque muchas veces no puede presentarse a los partidos
por los horarios de la escuela. Lo que más me interesa es que siga aprendiendo.
Ganar un partido significa lograr confianza, seguridad, es un estímulo, pero en
el amateurismo lo fundamental es la formación. Con mi señora pensamos que tiene
que terminar el colegio; está terminando la primaria. Tuvimos que cambiarlo
porque no daban los tiempos: iba al Cristóforo Colombo de Belgrano y ahora al
Instituto River. Después seguirá la secundaria y veremos cómo nos acomodamos.
Nadie asegura que dejando el colegio llegará a ser profesional y vivir del
tenis", manifiesta Jorge, muy firme.
Foto: LA NACION / Mauro
Alfieri
Está claro que Román es chico y sería apresurado hacer
futurología con sus aptitudes. Lo que no está en duda es el entusiasmo que
posee para practicar y competir. Jugó torneos G1 y recién viajó al exterior
para competir en noviembre, a Santa Cruz de la Sierra. "Estaba
nervioso", confiesa. Dice seguir la información de las raquetas por
Twitter o por Internet. "Mi papá me alienta, pero es tranquilo y me
ayuda", agrega, y dice que su superficie favorita es el cemento ("Me
gustaría jugar los Grand Slam, especialmente el US Open"). Allí está
Burru, el campeón del mundo, haciendo equilibrio entre la figura de padre y el
fervor de su hijo en un deporte que no regala nada. "Quiero que perder le
duela, pero que no sea la muerte. He visto a chicos insultar y no me gusta ese
grado de locura. Le explico cómo comportarse y le dije que el día en que le vea
una seña fuera de lugar o un grito, lo saco de la cancha. Los pibes imitan y
hay profesionales que lo hacen, por eso bajar un mensaje distinto no es fácil.
Pero es todo parte del aprendizaje, como en la vida", advierte Burruchaga,
con la misma claridad que cuando jugaba.
Las charlas con Gaudio y Tito Vázquez
Jorge Burruchaga tiene una personalidad abierta, le agrada
escuchar, dialogar y alimentarse de ello. Su hijo Román, hasta hace un tiempo,
se entrenó en Parque Sarmiento con Tito Vázquez. Burru habló bastante con el ex
capitán de la Davis. También lo hizo con Gastón Gaudio: "Gastón me decía
que el tenis es muy particular, que cada vez es más difícil y que hay una
problemática vinculada con las relaciones humanas, con la competencia
constante, con la desesperación de que los chicos sean figuras. Y ahí entendí
por qué él largó el tenis siendo joven.
Fuente Cancha Llena
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