Javier Cantero. // DyN
Javier Cantero cometió el error de los que no saben, no
quieren o no pueden ejercer el poder en tiempos de crisis. El colapso de un
club en los que no hay un solo responsable de la debacle.
Por Hugo Asch
“Es menester que sigas otra ruta –me repuso después que vio
mi llanto–, si quieres irte del lugar salvaje; pues esta bestia, que gritar te
hace, no deja a nadie andar por su camino, mas tanto se lo impide que los
mata.” Dante Alighieri (1265-1321); de “La Divina Comedia”, Infierno, Canto I.
Con el tiempo, los continuos fracasos le endurecieron su
sonrisa mansa, la mirada ingenua del coleccionista que soñaba con ser Bochini y
no paró hasta que la calle Cordero llevara el nombre de su ídolo. Cometió el
error de los que no saben, no quieren o no pueden ejercer el poder en tiempos
de crisis: sobreactuó. Disimuló inseguridades frunciendo el ceño, levantando el
tono de voz, golpeando la mesa como De la Rúa con Mariano Grondona en 2001: un
puño fofo, débil, que en lugar de transmitir seguridad anunciaba la debacle, su
propia caída.
Desconfió de su propia sombra y fue sombra, después. “Vivo
una pesadilla”, confesó, solo, amenazado, sitiado por una turba furiosa frente
a su propia casa. Aguantó hasta donde pudo. Y pudo poco, casi nada. “Si los
resultados no se dan, me van a destruir”, pensó en voz alta Javier Cantero,
cuando aún era un ejemplo a seguir. Fatalista, lo sabía. Fue a sufrir, y
sufrió.
Se había preparado para dejar testimonio, para controlar al
oficialismo desde una minoría participativa, cuestionadora, digna; y después
sí, con el tiempo, con más experiencia, trataría de llegar a presidente. Pero
los tiempos se adelantaron. Dramáticamente.
No hay inocentes
en esta historia de novela negra americana.
El discurso sensato del candidato con cara de curita bueno,
las ganas de cambiar, su decisión de echar a los barras “profesionales”, su
promesa de gestionar con transparencia un club que parecía bombardeado, sonaron
como un canto de sirena para los socios. “Si vota a ‘Independiente Místico’
–decían en la campaña– está poniendo una escoba para barrer la mugre del club”.
Compraron, todos; y ganó, para sorpresa de propios y extraños. Una avalancha de
votos. La primera avalancha. Vendrían otras, menos felices.
Así, casi sin proponérselo, llegó al poder. Sus colegas, los
que cortan el bacalao con Dios de su lado en Viamonte al 1300, fingieron apoyar
su postura anti-sistema, mientras tomaban distancia de aquel sapo de otro pozo.
Lo miraban con desconfianza y cierta piedad perdonavidas. Sabían que tenía
fecha de vencimiento.
Hace un par de años vimos cómo se peleaba a los gritos con
un energúmeno de elite, el más importante, que balbuceaba oculto por una
máscara –menos irónico que involuntariamente autocrítico– y lo llamaba
“Macetero”, obra cumbre de su creatividad personal. Era su mejor momento. Miles
de hinchas ya se habían reunido frente a la sede para apoyarlo. “Nosotros somos
Independiente”, era la consigna. “¡Este es el comienzo de algo nuevo!”, se
entusiasmaba Cantero, megáfono en mano.
La historia terminó sin pena ni gloria, frente a la misma
sede, cerrada después de su renuncia, con la barra haciendo su pequeño sketch
para la televisión. Allí dejaron dos escobas –“No te las olvides, Cantero”,
decía un cartón escrito con grafía de preescolar–, paquetes de fideos y polenta
“para los chicos de las Inferiores”, y
otro de alimento para perros “para los jugadores profesionales”. Sutiles, como
un elefante bailando tap en una cristalería.
Cometió el error de
los que no saben, no quieren o no pueden ejercer el poder en tiempos de crisis:
sobreactuó.
Claudio Keblaitis es un hombre robusto, de barba muy griega,
buen decir y la resignación pintada en el rostro. Justo a él –que,
desencantado, había querido renunciar a su cargo de vice segundo ya en mayo de
2012–, le tocó la peor parte en esta historia. La rendición. La capitulación
del sueño “místico” en manos de varios de los que querían “barrer”. Como un Von
Hindenburg que, quebrado, acepta entregarle el poder a quién antes había
vencido en las urnas, Keblaitis mastica su bronca, disimula, pone la cara.
Sufre.
Se le apaga la voz cuando se define “todavía canterista” y,
mecánicamente, repite que los místicos “nunca fuimos aceptados por el ambiente
futbolero”. No se equivoca; aunque, con el descenso como llaga intolerable,
para muchos suene a excusa. Esa postura romántica, utópica, en un mundo de
reyes tuertos, ladronzuelos de cuarta o guante blanco, cholulos de las cámaras
y los viajes all inclusive, gente que fuma abajo del agua, pícaros, ventajeros,
nuevos ricos y ricos más ricos, terminó condenándolos.
Un pasivo monstruoso, renuncias, más deuda, puntos perdidos.
Esa picadora de carne convirtió al simpático presidente que llegó para
cambiarlo todo en el dictador de Costa Pobre olmediano; tragicómico, infalible
en el error. El plantel que armó para pelear el ascenso fue de terror. Falló él
y los que nadie imaginaba que podían fallar. Hasta el De Felippe, que a fines
del año pasado era el gran salvador, después del receso, harto de estar harto,
perdió el rumbo y el equipo.
¿Y ahora? Caras conocidas de la gestión Comparada. Noray
Nakis, el amigo de Frankenstein, que quiere ser presidente aunque nadie se lo
pida. Moyano y sus muchachos, tan entusiastas. El curioso acuerdo con los
mecenas que aportó la Agrupación Independiente, discutido durante semanas –que
sí, que no, que ojo con la AFIP, que firmá acá, que así no–, y arreglado en
horas luego de la salida de Cantero. Magia.
No hay inocentes en esta historia de novela negra americana.
El descenso fue la consecuencia no deseada pero lógica de un proceso de
profunda decadencia que se inició hace más de 15 años. Cantero, con sus
escobas, su inocencia mutada en furia, sus buenas intenciones, su
empecinamiento y su torpeza para manejarse en un mundo hostil que lo devoró en
diez minutos, fue solo el tiro del final.
Amnésico crónico, al fútbol no le importa nada. Si
Independiente asciende, tendrá nuevos héroes; aunque muy poco tengan de nuevos
y de héroes. Y si no asciende, todos tendrán a mano el nombre del gran
culpable.
Y será una mancha más; otra cachetada en la mejilla del
presidente que nunca pudo ser.
Fuente Diario Perfil
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