Javier Cantero. / Télam
Una lectura sobre la caótica situación institucional que
vive el Rojo.
“Salvo por el helicóptero, Independiente parece la Argentina
de diciembre de 2001″, escribe el autor.
Por Eduardo Sacheri
Fracaso es una palabra que los futboleros utilizamos mucho.
Los periodistas la usan en las conferencias de prensa con entrenadores y
jugadores, aunque entrenadores y jugadores se las apañan para dar a entender
que ellos no, ellos nunca, ellos jamás, han fracasado.
La utilizan los hinchas
en la tribuna, convertida en adjetivo, para gritarle a un jugador al que se
odia.
La utilizan los hinchas entre sí, para impugnar lo que otro tenga para
decir.
La idea más o menos es “Qué vas a hablar vos, si sos un fracasado”. Y
bien, por más que esta palabra esté gastadísima, no encuentro otra mejor como
punto de partida para pensar en Independiente hoy.
Fracaso. Fracasados. Fracasamos.
La palabra cierra. La
palabra sirve por donde se la mire.
Salvo por el helicóptero, parecemos la
Argentina de diciembre de 2001.
Caos, frustración, violencia, quiebra
económica, desorientación, rumores, renuncias.
Fracaso.
En diciembre de 2011 fuimos muchos –me incluyo– los que nos
entusiasmamos con la llegada de Javier Cantero a la presidencia de
Independiente. Como pasa casi siempre, los socios votamos una imagen, un
impulso, una intuición. Si a duras penas uno conoce los antecedentes de los
políticos nacionales, ¿qué sabemos, en el fondo, de los candidatos de los
clubes?
No tenía aspecto de “empresario exitoso” como su antecesor Julio
Comparada. Parecía un hombre moderado que se decía dispuesto a sanear las
escuálidas finanzas del club, manejar los recursos con honradez, recortar los
poderes de los criminales de la barra brava que venían gozando de privilegios
casi principescos.
Cantero ganó las elecciones por un amplio margen. Decidió
enfrentar a los violentos. Muchos socios e hinchas nos sumamos a esa
iniciativa. La reacción virulenta del líder de la barra y de sus secuaces nos
dio a entender que las decisiones dirigenciales los estaban –felizmente para el
club– molestando.
Sin embargo, fracasó. Fracasaron. Fracasamos.
Las deudas del
club no sólo no menguaron, sino que siguieron agigantándose.
La situación
futbolística pasó de regular a mala, de mala a desesperante. En ese clima la
ofensiva contra los violentos se detuvo. Según algunos, a mitad de camino.
Según otros, reemplazando la amistad con unos barras por la amistad con otros.
En junio de 2013 Independiente descendió por primera vez en
su historia.
Para agregar un poco más de nafta al fuego, la política nacional
empezó a cruzarse con la del club.
Como Hugo Moyano es la cara más conocida de
la oposición, se empezó a decir –y eso, en un club, lo convierte en verdad más
o menos asumida– que Cantero contaba con apoyo del kirchnerismo.
¿Es así? ¿Es
verdad? Los socios no tenemos ni idea. Lo único que hacemos es pagar nuestra
cuota. Ir a la cancha. Tolerar los fracasos. Bancarnos con más o menos
dignidad, con más o menos entereza, los desaguisados que se cometen a costa de
nuestros clubes.
Algunos pidieron la cabeza de Cantero desde la consumación del
descenso. Otros –entre los que me cuento– preferimos suponer que en el Nacional
B las cosas podían empezar lenta, penosamente, a enderezarse. Pues no.
Fracasó.
Fracasaron. Fracasamos.
El club no puede pagar normalmente a los empleados, ni
a los jugadores. Las instalaciones son una ruina. Y mientras tanto, ¿cómo anda
el fútbol? Horrible, gracias.
Cantero se va. Fracasó.
Los que creímos que él podía ser una
esperanza, también fracasamos.
Ahora se supone que habrá un acuerdo entre
oficialistas y opositores. ¿Será cierto? ¿Será bueno? La mayoría no lo sabemos.
Independiente, herido, sigue dando batalla.
En medio de la borrasca, como
hormiguitas crédulas, los hinchas se siguen haciendo socios. Pasamos la barrera
de los cien mil.
Como si lo único que quedase, en medio del polvo de los
derrumbes, fuese la devoción por tu camiseta. El sólido, el inocente, el inútil
amor por tu club
(*) Escritor e hincha de Independiente.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario
Perfil.
Fuente Perfil
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