El estadio Libertadores de América parece un edificio
abandonado. / Renis
PERFIL recorrió las diferentes sedes del club y el panorama
es desolador. Un cóctel de abandono y vandalismo que ayuda a entender por qué
el Rojo llegó a bordear el abismo.
Por Claudio Gómez
El caos brota. La mugre aflora ahí donde se mire. Los sueños,
acá, se terminaron hace rato. Independiente es esto: un club que le puso nombre
propio a la decadencia. Con un presidente renunciado y elecciones anticipadas.
Con una deuda de 500 millones de pesos. Con un equipo que fecha a fecha resigna
la posibilidad de ascender.
¡Ufff!
Con un líder de la barra brava que vuelve.
Con personas que ahora van a gobernar el club aunque nadie
los votó.
Con la esperanza hecha pedazos.
Es demasiado. Pero es Independiente. Y hoy a Independiente
no se lo disfruta, se lo padece, con un padecimiento que no sólo es provocado
cuando los jugadores deambulan por canchas inhóspitas los lunes a la noche.
Todo en el Rojo genera angustia. Recorrer las instalaciones es una manera de
comprobarlo. El predio de Villa Domínico, la cancha de Alsina y Bochini, la
sede de avenida Mitre. El caos brota. La mugre aflora ahí donde se mire.
Independiente, postales de una agonía.
Villa Domínico. Es jueves. Claudio Keblaitis encara a los
periodistas por primera vez como presidente de Independiente.
La renuncia de Javier Cantero lo ubicó en ese lugar
insospechado. Pidió que nadie le hiciera preguntas, que sólo va dar un mensaje.
Hace mucho tiempo que acá, en el predio donde se entrenan
los jugadores de Primera, no hay tanto revuelo mediático. Keblaitis enfrenta
los micrófonos, se acomoda en la mira de las cámaras y habla.
En una muestra entusiasmo excesivo, dice que Independiente
tiene “que llegar al ascenso cuanto antes” y que aspira a que “las próximas
noticias sean sólo futbolísticas”. Unos pocos metros detrás del flamante
presidente, el estado lamentable de un quincho sintetiza la decadencia.
El contraste es categórico: mientras el mensaje intenta ser
esperanzador, el contexto se impone para exhibir una realidad desoladora.
La improvisada conferencia de prensa tiene un telón de fondo
revelador, como si fuera la escenografía de una obra costumbrista. La parrilla
está desvencijada, con restos de carbón quién sabe de cuándo, y los baños
desafían la dignidad. Una montaña de residuos completa el cuadro. No es el
quincho que hace casi dos meses prendieron fuego unos hinchas ofuscados, pero
por el estado de abandono se parecen.
Keblaitis sigue con su mensaje. Evita dar detalles del
acuerdo con la oposición camionera que al final se firmó ayer y confirma que
las elecciones se adelantarán a julio. Si mientras habla al presidente se le
ocurriera dar un par de pasos para atrás se tropezaría con dos arcos que están
tirados en el piso. Son dos estructuras de hierro de 7,32 por 2,44, arrumbadas,
al aire libre. Al lado, el acoplado de un camión con las ruedas pinchadas
sostiene maderas, ramas y fierros oxidados. Estas postales del abandono están
en el ingreso al predio, a metros del portón. Son como el felpudo que dice
“bienvenidos”.
Estadio. Hasta hace dos semanas, en la tribuna Bochini Alta
había treinta personas trabajando. Ya se había inaugurado en marzo el sector
nuevo y tenían previsto terminar la parte más antigua en junio. Si todo salía
de acuerdo a lo previsto, el regreso a Primera iba a ser con todas las tribunas
del estadio habilitadas. No fue posible. El acuerdo del oficialismo con los
camioneros se llevó puesta la obra. Desde hace dos semanas en el Libertadores
de América todo es quietud, desolación. Un andamio vacío es la muestra gratis
de lo que pudo haber sido.
En los portones de ingreso a la cancha hay afiches. Algunos,
decolorados por el tiempo, invitan al partido de despedida que le hicieron a
Gabi Milito hace cuatro meses. Otros, a unos metros, parecen parte de una
gastada: “Vuelven los carnavales a Independiente”, promete con mayúsculas, con
la presencia de Daniel Agostini, Karicia y Los Charros. Y son de verdad, nada
de esos típicos afiches hechos por hinchas de Racing para gastar al vecino.
Entre el homenaje al Mariscal y la invitación a una fiesta de carnaval, el
estadio es otra postal del desmanejo: a medio terminar y con una obra parada.
Sede. El recorrido sigue por la sede de la avenida Mitre. La
noche anterior hubo una marcha de protesta que derivó en marcha de festejo
cuando circuló que Cantero había renunciado.
De esa movilización quedan algunos rastros: los vidrios
rotos de dos ventanas, las vallas metálicas en la vereda y una inscripción en
el acrílico de una parada de colectivos: “Vallansen todos inutiles”.
Adentro de la sede se impuso la calma. Sin el presidente, el
clima se descomprimió. Aunque la imagen de afuera, con el vallado azul que
entorpece la entrada, es digna de guardar y pegar en el álbum de situaciones
penosas de la historia del club.
Es muy triste todo lo que ocurre en Independiente. Las
penurias no sólo florecen cuando rueda la pelota. En cada rincón del club hay
algo por lo que lamentar. Después de más de una década de malas gestiones no
debería extrañar, pero lo cierto es que tomar contacto, palpar el deterioro es
revelador.
Fue tanto el tiempo de dejar al club a la deriva que ahora
cada paso levanta polvo. En el segundo piso de la sede las copas están en su
lugar. Resisten el embargo de Luciano Leguizamón. Lo último que le podría pasar
a Independiente es que un ignoto delantero que tuvo un paso olvidable dejara
las vitrinas vacías.
Fuente Perfil
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