Empezó con fuerza la lucha contra la violencia; el descenso
y la deuda millonaria hundieron la gestión
Por Francisco Schiavo
Cantero, triste
solitario y final. Foto: Archivo
No debe haber sido un día feliz en Independiente , por más
que muchos hayan descorchado.
Pasaron dos años y cuatro meses desde que Javier
Cantero asumió la presidencia.
Desgastado, sobrepasado por la crisis deportiva
y financiera, y angustiado por el sufrimiento de la familia, el dirigente que
había revolucionado el fútbol por la frescura, las intenciones sanas y el
discurso filoso y directo, renunció ayer.
Los que más lo conocen juran que,
detrás de los ojos vidriosos de la bronca, hubo un dejo de tranquilidad.
La salida de Cantero quedó como un mensaje directo.
Primero,
para el casi 60 por ciento que lo eligió en diciembre de 2011. El voto castigo
nunca fue la mejor salida. Aquella vez se sacaron de encima todo lo relacionado
con Julio Comparada y, hoy, mucha de su gente figura en el famoso pacto de
ayuda económica que nunca termina de firmarse.
Y segundo, para la
masa de Independiente, que tendrá que pensar muy bien qué hará en las próximas
elecciones.
La memoria tiene que ser de largo alcance.
Las canas se le expandieron rápido en estos tiempos al
hombre de lentes. Trató de mantener el rumbo, aunque, al final, el timón giró
en falso y dio tantas vueltas que zumbaron los oídos. Las olas golpearon por
todos lados. La victoria en las elecciones sorprendió al propio Cantero. Él
agitó la escoba, el símbolo de su campaña, y la gente bramó. Pero la gente
cambia.
Y los dirigentes, presos de una coyuntura, también.
Cantero se hizo fuerte en un tema sensible: la violencia en
el fútbol. La quijotesca lucha contra la barra brava marcó el comienzo de su
mandato. Se le acercaron todos. Su foto fue la más buscada: con él posaron
políticos, artistas y economistas. Si hasta le pidieron autógrafos.
En su favor
habrá que decir que el verdadero problema de Independiente era financiero. Un
poco más atrás, deportivo.
Pero ganó mucho crédito y tiempo. Demostró valentía
y que valía la pena exponerse. Lo hizo sin fijarse quién se le ponía enfrente:
si un individuo con la careta de Frankenstein u otro, de saco y corbata, en los
escalones de Viamonte 1366.
Le costó caro.
Unos lo rodearon, lo amenazaron,
incluso, hasta en los últimos tiempos lo obligaron a encerrarse en su casa con
su familia.
Otros, en la AFA, lo señalaron y lo dejaron solo.
Cantero no
encuadró por los modos, las formas y la notoriedad que ganó en un pestañeo.
Nunca más salió sin custodia.
¿Cómo las líneas del cuento terminaron con frases de drama?
Por culpa de la pelota, en buena parte, y de unos números que, por arrastre y
malas decisiones, nunca cerraron. El hombre pocas veces escuchó y arriesgó
demasiado. Lo que más se le reprochó fue la confirmación de Cristian Díaz, tras
la salida de Ramón Díaz, en un panorama que empezaba a ennegrecerse. También
los refuerzos en la pendiente de sus carreras, como Jonathan Santana, Víctor
Zapata y Fabián Vargas, que sí rindió, o Luciano Leguizamón, entre otros.
Subestimó la situación. Contratos costosos y malos resultados fueron iguales a
la debacle.
La desconfianza ya estaba sobre él. Incluso con las
decisiones populares, como el regreso de Américo Gallego y Daniel Montenegro.
Con la caja vacía y el promedio flaco, los inconvenientes se triplicaron. El
sistema se lo devoró. Si hasta trató de suavizar el momento en el costado en el
que había tomado la decisión más dura: no avanzó en la lucha con la barra brava
y renunció la jefa de seguridad, Florencia Arietto.
Nada sirvió. Ernesto Farías, el primer refuerzo de su
mandato, erraba goles increíbles. El Tolo gritaba y zamarreaba a los jugadores
más jóvenes. La gente ya insultaba a todos, incluso a quien antes aclamaba. El
peor día de la historia llegó: fue el 15 de junio de 2013, Independiente
descendió tras el 0-1 con San Lorenzo, en Avellaneda, con Miguel Brindisi como
DT.
Fueron seis malas campañas, tres de la gestión Comparada y tres de la de
Cantero. Él se definió como un "muerto político". Todo dicho.
La asamblea de socios del año pasado terminó en un
escándalo: Cantero entró desafiante y volaron sillazos. Ya se pedían las
elecciones anticipadas y el fastidio cercaba al dirigente. Pudo haber
renunciado antes, como sugería la lógica, pero no. Ni siquiera lo hizo con una
comisión directiva diezmada y con las miradas de la desconfianza. Acusado de
mediático y de victimizarse, embistió contra los Moyano y fue peor.
La llegada de De Felippe y la mejoría en la B Nacional le
dieron algo de oxígeno. Hasta que las victorias se cortaron.
Otra vez el agobio
financiero, un acuerdo de firma eterna, las marchas en la sede y los escraches
en la puerta de su casa. Huelgas, mensajes mafiosos y hasta un escándalo
policial en el plantel, con la acusación de violación al futbolista Alexis
Zárate.
Le pasó de todo.
Cantero quería irse con el estadio terminado, con el pasivo
en cierto orden y con el equipo en primera. No pudo ni lo dejaron.
Se retiró
triste, en silencio y abucheado. Hay cosas que se sabrán más adelante. Y otras,
seguramente, nunca saldrán a la luz.
Esta vez sí tiene que haber un antes y un
después. Tiene que aparecer un candidato serio y que piense en el club. Un
líder que no haya sido salpicado por la política. Ni por la violencia. Ni por
el sindicalismo. Independiente, su grandeza y sus lágrimas se lo merecen.
Fuente Cancha Llena
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