Por Francisco Schiavo
Quema demasiado. Y hay que pensar con calma incluso con
los pies dentro de la sartén.
Por las dudas, que se entienda de entrada: por
ningún motivo Américo Gallego debe irse de Independiente porque en este momento
no hay nadie mejor que él, pero sí sería bueno que, sin demora, revisara
actitudes.
Cierto cambio tendría que verse hoy mismo, cuando los Rojos se midan
con Vélez, justo el mejor armado, en la segunda fecha de un torneo Final que le
puso los obstáculos más grandes en el comienzo.
Newell's ya le dio un empujón.
Ahora, en el medio, está el último campeón.
Y la semana que viene se verá las
caras con Racing.
Calma. Se les pide tranquilidad a los jugadores. Mesura. Se
le reclama paciencia a la gente. Prudencia.
Se les exige pasos medidos a los
dirigentes en la lucha con la barra brava y en la relación con la AFA.
¿Y al
entrenador?
Es cierto que el Tolo construyó buena parte de su exitosa carrera
sobre el temperamento, las decisiones fuertes y la vehemencia. Pero hoy
Independiente precisa otras virtudes que, seguramente, encontrará por el bien
del equipo y que, por decantación, lo llevarán al regocijo propio.
Ahora, cuando Independiente parece mareado, se precisa
mente fría. Nada de exaltar los ánimos al costado de la cancha ni de gestos
explosivos.
Menos de reclamos que, por justos que suenen, podrían terminar con
el entrenador en el vestuario antes de tiempo y con el público de la platea
como un lobo encerrado.
Eso pasó ante Newell's y aunque los Rojos tuvieron
situaciones favorables dentro del partido, seguramente, la tensión del director
técnico repercutió en los jugadores.
Falta mucho para el final y, pese a que
por ahora no aprovechó ninguna, Independiente tendrá más oportunidades para escaparse
del descenso.
Eso sí: no tendrá que generarse un problema a sí mismo. Y, a
veces, Gallego, intocable para los hinchas, está al límite.
Desde una palabra
hasta una rabieta en el mismo partido. Desde un grito desmoralizador para uno
de sus dirigidos hasta un zamarreo propio de otros tiempos, como ocurrió con el
joven Fabián Monserrat el año pasado, en el 2-2 con River.
El temperamento fuerte también se deja en claro con
buenos modos, sentado o en silencio. No hacen falta los excesos para demostrar
autoridad o para intentar una reacción. De los momentos más delicados se sale
con la mente fría.
Gallego es inteligente y lo sabe, pero falló, por ejemplo,
al no haber bajado la orden para que Ernesto Farías no pateara el penal con
Newell's. El Tolo ya no debería apegarse a los arrebatos porque Independiente
precisa respirar profundo para cortar la agitación.
Fuente Cancha Llena
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