Sin motes, sin cargas, sin presiones, sin mochilas. Sólo jugar.
Creer que Alan Velasco es el salvador, el mesías
futbolístico de Independiente, es cargarlo de una presión que probablemente
todavía no esté preparado para aguantar. Muchas veces los periodistas y los
hinchas, como casi todo el mundo del fútbol, depositamos la esperanza en un
talento para ver un rayito de luz entre tanta oscuridad; sin embargo, en este
caso puede ser dañino para el protagonista.
Desde chico que lo apodan La Joya, no es algo nuevo. Como
alguien que reluce en un fútbol chato. Sus compañeros, sus profes, los padres
de sus amigos de categoría, los trabajadores del club y ahora todo el abanico
deportivo de Primera División. Es una joya, sí, pero como tal debemos cuidarla
como corresponde. Velasco necesita simplemente jugar.
Jugar, equivocarse. Jugar, acertar. Jugar, patear al arco.
Jugar, gambetear. Jugar, recibir faltas. Jugar, fracasar. Jugar, ganar y lograr
objetivos. Jugar, crecer. Jugar, agarrar confianza. Jugar, jugar, jugar. Y ser
bancado, ser sostenido, ser apoyado. Tiene 18 años y toda una carrera para
explotar, desarrollarse y madurar. Jugando.
Esto no quiere decir que esté exento del sacrificio, el
profesionalismo o la inteligencia que amerita la Primera División. Para nada.
Por algo lleva la 10 de Independiente en la espalda. Tampoco quiere decir que
nunca puede tocar un banco de suplentes o alternar; pero sí que a mayor
cantidad de minutos, mayor crecimiento.
Probablemente sea sano sacarnos de la cabeza que tiene una
cláusula de 23 millones de dólares y que con su venta se podrían saldar los
descalabros económicos que afronta el club. Se le pone una mochila de la cual
no es responsable. Y las aves de rapiña están al acecho.
Velasco tiene que jugar, nada más. Porque para eso está
hecho… para jugar.
Fuente Infierno Rojo
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