Independiente perdió sin atenuantes ante Lanús en la Fortaleza
por 1 a 0. Podría haber sido por más diferencia, y el fútbol es tan imperfecto
e impredecible, que con un poquito de rebeldía el Rojo se podría haber llevado
los tres puntos a Avellaneda. Cayó 1 a 0 porque padeció dos males que no se
pueden padecer en un mismo partido, los dos iguales de graves, pero uno de
ellos es el que puede suceder, y el otro, no.
El equipo de Ariel Holan jugó mal.
¿Se puede jugar mal?
Lo ideal es que no, pero puede suceder. Hasta el puntero del
campeonato sufre nebulosas y muestra pasajes de muy poco fútbol. Jugar mal un
partido de fútbol es el resultado de muchas cuestiones, generalmente
indescifrables. Puede haber nervios, mala preparación, problemas físicos,
errores tácticos, o simplemente que tus jugadores no tengan un buen día como le
pasa a cualquiera de los mortales.
Independiente padeció ese mal, que a veces lamentablemente,
puede pasar.
Lo que no puede pasarle a un equipo que pretende ganar, es
cometer una innumerable cantidad de errores infantiles que derivan en exposición
deportiva ante el rival. El gol de Lanús llegó por un error salvable de Gastón
Silva, que quiso salir jugando por donde no debía, la perdió y gestó la jugada
del tanto. Pero hay que decirlo: antes de esta situación, el Rojo ya se había
expuesto a otras similares en por lo menos cinco o seis ocasiones. Si no era la
de Silva, podría haber sido en algunos de los errores de Nicolás Figal, o en
las malas salidas de Juan Sánchez Miño o Fabricio Bustos.
Y esto no puede pasar. El futbolista tiene que tener la
capacidad de saber diferenciar un intento de juego riesgoso para el equipo de
uno que no lo es. Si el camino está bloqueado o si la marca es intensa, se
retrocede, se clarifica o se revienta la pelota lejos del peligro. Porque el
peligro sale caro. E Independiente lo tuvo que pagar con una derrota, en un
partido que si bien es cierto jugó mal, tranquilamente podría haber empatado.
Fuente Infierno Rojo
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