Por Darío Gurevich
Sabe que debe aportarle vértigo y picante al ataque de
Independiente, pero no compra el cuento que muchos pretenden vender. La
infancia humilde, el potrero que construyó con sus amigos, cómo lo cuidaron de
la droga en el barrio, Milito, Holan y la competitividad que logró el Rojo.
Es apenas un pibe de 18 años que juega bien y tiene una
proyección que entusiasma.
Basta de exageraciones. Su timidez no es como se pinta.
Antes, incluso, era mucho más vergonzoso, característica que heredó de Omar, su
padre. Introvertido como tantísimos, charló con este periodista durante 47
minutos de manera natural, sin histeria, en Villa Domínico. Su juego asombra,
genera risas de felicidad y hasta ilusiona. Pero aún carece del encanto que
surgía de los botines endiablados de ilustres atacantes de Independiente. A
saber: no encara como Ricardo Bochini. Es lógico: Ezequiel Barco acredita
apenas 18 años, está ahí nomás de alcanzar los 50 partidos en Primera y recién
visualiza el amanecer en su carrera. Tiene tanta soga de crecimiento como
detalles para moldear en su fútbol.
Las entrevistas extensas resultan fantásticas para conocer
en profundidad al protagonista; también, para pulverizar estereotipos, falsos
carteles que le colgaron al entrevistado. El santafecino, que nació el 29 de
marzo de 1999 en Villa Gobernador Gálvez, es divertido, disfruta de los
momentos y no se enrosca. No entiende nada sobre política y se entretiene al
escuchar reggaeton y cumbia.
Su familia es el pilar. Omar y Esther son sus padres; María
Eugenia (24 años), Paola (23) y Cristian (17), sus hermanos. Sus padres les
transmitieron una sobredosis de cultura del trabajo a sus hijos. Omar trabajaba
en una fábrica de ollas, y Esther limpia casas. Las prioridades eran y son sus
cuatro soles.
-¿Todavía no convenciste a tu mamá de que dejara de trabajar
como empleada doméstica?
-No; ella se crió trabajando, como mi papá. Es difícil
sacarle esa actividad. Pero, bueno, le meto fichas para que se venga a Buenos
Aires con nosotros. Ojalá la tenga para fin de año acá.
-La historia es diferente con Omar, ¿o no?
-Sí; cuando subí a Primera, decidí no quedarme solo en el
departamento. Necesitaba del apoyo de alguien de mi familia. Mi papá me había
dicho: “Si llegás a Primera, me voy a vivir allá con vos”. Así que tomó rápido
la decisión. Mi hermano Cristian también está con nosotros.
-Verdadero o falso: ¿la casa de tus padres, la de tu
infancia, era de tierra y de techo de chapa?
-Verdadero; era así. Una casa humilde, de barrio, en Gálvez.
-¿Pasaste necesidades de chico?
-No, nunca; me daban lo justo, lo necesario, y yo lo recibía
con honor. Lo importante era comer y, en casa, se comía bien. Siempre les voy a
estar agradecido a mis papás. Además, me apoyaron con el fútbol, yo seguí y
cumplí mi sueño: jugar en Primera.
-¿Sos celoso de tus hermanas?
-Sí, muy celoso. Cuando hablaba con sus novios, les repetía
que las cuiden.
-¿Qué priorizás en tu escala de valores?
-La humildad, siempre. La gente es como nosotros. Por ser
jugadores de Primera, no somos más que nadie. Mis papás me enseñaron eso;
también, a portarme bien.
-Contanos una anécdota de pibe y con los pibes en Gálvez.
-En la esquina del barrio, había un sector libre. El pasto
estaba alto. Entonces, nosotros, que éramos chicos de ocho o nueve años, nos
juntábamos a las 11 de la mañana y nos quedábamos toda la tarde para hacer la
canchita. Usamos cañas para armar los arcos. Para nosotros la canchita estaba
muy buena. Porque antes no teníamos nada.
-¿Ya pintabas bien desde chico?
-Sí, siempre recibía una patadita; los pibes juntaban
bronca. Pero no pasa nada, son cosas del fútbol. Jugábamos en la canchita, que
era un potrero. La mayoría de las cosas, para jugar al fútbol, las saqué de
ahí. El potrero tenía pasto alto, piedras, pozos; era un desastre. Mirá lo que
es esto (señala la cancha de entrenamiento de la Primera de Independiente); es
un lujo. Me da gusto entrenarme acá, y ya no hay excusas (se ríe).
-¿Qué es en tu vida el Club Infantil Ingeniero Enrique
Mosconi?
-Es importante; ahí empecé a jugar en cancha de siete.
-Representaste a Central Córdoba, de Rosario, y te
incorporaste al club de Jorge Griffa a los 12 o 13 años para jugar en cancha de
11. ¿Ahí ya eras enlace, conector de líneas?
-Sí, siempre jugué de enganche.
-¿Quién te llevaba a los entrenamientos?
-Con mi hermano íbamos en un remís que nos pagaba el
presidente de Griffa. Mis viejos no podían llevarnos. El viaje duraba 30 o 40
minutos.
-Te rebotaron en Boca y en River; quedaste en Gimnasia,
Ferro y Argentinos, pero no te convencieron las comodidades de las diversas
pensiones. En Banfield, también te levantaron el pulgar, y vos querías ir. ¿Por
qué no fichaste en el Taladro?
-Me había gustado todo: la forma de los entrenamientos, la
pensión. Había conocido a pibes que me cayeron muy bien. Estaba con muchas ganas,
loco por ir a Banfield. Pero Griffa agarró las inferiores de Independiente, y,
de última, me probaron una semana. Me quedé en la pensión, que era linda; hubo
buena onda con los pibes y los entrenamientos eran diferentes, estaban buenos.
Así que se me dio acá.
-¿Qué aprendizaje, para la vida, te dejó tu etapa en Griffa?
-Aprendí a comportarme afuera de la cancha. Vengo de un
barrio humilde, y las condiciones no eran las mejores en el barrio. En Griffa,
me enseñaron mucho.
-Algunos de los pibes con los que jugabas en el barrio
cayeron en la mala. ¿Te costó no entrar en esa?
-No, no, para nada. Cuando éramos chicos, a los ocho o nueve
años, ellos no estaban con los vicios, con la droga. Después, cuando yo jugaba
en Independiente, iba bastante para mi casa los fines de semana. Ahí noté que
algunos amigos se drogaban. Traté de alejarme, y me entendieron. Es más, ellos
me cuidaron. Nunca me dijeron: “Agarrá, tomá, te hace bien”. Siempre se
comportaron bien conmigo. Hoy estoy con ellos porque son amigos que valen la
pena.
El Turri en acción. Al cierre de esta nota, había disputado
46 partidos en el Rojo, con 5 goles.
-Hablemos sobre tu breve etapa en inferiores del Rojo. ¿Qué
edad tenías cuando te sumaste?
-16 años, casi 17. Jugué en Séptima y un poco en Sexta.
-¿Te movías con libertades?
-Sí; jugaba más libre, no me daban tantas indicaciones.
-¿Quiénes te guiaron al subir a Primera?
-Mi familia y mi representante (Adrián Faija). Ellos me
hicieron caer rápido, entender lo que me pasaba, que no tenía que cometer
errores, que tenía que cuidarme con las comidas. Agarré rápido los consejos.
Porque en Primera no podés regalar nada, ni en los entrenamientos. Hay que
cuidarse mucho para estar bien de la cabeza y responderle al equipo, a la
gente.
-¿Se te acercaron los jugadores experimentados para
conversar?
-Sí. Antes me hablaban el Tanque Denis, Cuesta, Pellerano,
el Marciano Ortiz. Ahora, lo hacen Tagliafico y Figal.
-¿Qué te aconsejaron?
-Lo básico. Sé que me tengo que cuidar mucho. Porque si hago
algo mal, sale en todos lados.
-¿Te sugirieron que no te creas todo lo que se dice sobre
vos?
-Sí. Figal me lo dice siempre. Yo me lo tomo con tranquilidad.
Viste como es la prensa, el periodismo… A veces, se dicen cosas de más sobre
mí.
-¿Todavía nadie te convenció de que terminaras el colegio?
-No, no. Lo decidí así. Nadie me está atrás para que lo
siga, salvo mi familia. Todos me dicen que sería importante terminarlo. Ojalá
me cambie la cabeza.
-A vos, que sos un adolescente de 18 años que juega bien y
que tiene una proyección interesante, hasta te compararon con ídolos de
Independiente. ¿Las comparaciones te molestan, te joden?
-No, no; para mí, las comparaciones no existen, y no les doy
importancia. Tampoco le doy bola a lo que se publica en las redes sociales.
Trato de jugar como yo sé; no me creo Maradona cuando juego bien, tampoco me
creo el peor cuando soy un desastre. Intento estar tranquilo y mantener mi
perfil bajo, mi humildad.
-Cuando alguien te quiere versear, ¿lo detectás fácil?
-Sí, me doy cuenta fácil y rápido. Yo sé quién soy y lo que
doy.
-¿Cómo sobrellevás la ráfaga de fama?
-Trato de estar tranquilo. Hay gente que se me acerca por
interés y me doy cuenta. Por eso, hablo con las personas indicadas, con la
gente que estuvo siempre conmigo.
GABRIEL MILITO lo subió de Sexta a Primera sin remordimiento
y con argumentos. Uno de los ídolos del Rojo apostó aún más fuerte al darle
onda verde a un pibito que prometía en el primer equipo. De alguna manera, el
hombre que dirigía a Independiente se expuso. “Le agradezco la oportunidad que
me dio. El me decía: ‘Jugá tranquilo, yo te respaldo; de última, la gente me va
a insultar a mí’”.
A Ezequiel le cuesta dormirse. Pero hubo dos noches en las
que dio más vueltas de lo habitual. La primera se produjo tras su estreno en
Primera, el 8 de agosto de 2016, partido en el que Independiente perdió ante
Defensa y Justicia 1-0 y fue eliminado de la Copa Argentina, encuentro en el
que Barco reemplazó a Diego Rodríguez a 30 minutos del epílogo del juego. “Miré
el partido como 200 veces por YouTube. Me quedé emocionado. Porque fue debutar
en Primera y en una Copa”, recuerda. La segunda noche en la que le pintó el 2
de oro resulta más cercana en el eje temporal: 27 de junio de este año,
Ezequiel erró un penal y lloró en pleno partido, Independiente igualó ante
Lanús 1-1 y no se clasificó a la Copa Libertadores 2018. “El momento de bronca
fue adentro de la cancha. Después, lo analicé en mi pieza”, resume.
-¿Entendiste que no sos culpable? Porque, ante Lanús, el
equipo falló muchas pelotas debajo del arco.
-Qué sé yo… Fue un penal decisivo y me quedé mal. Si lo
hubiera hecho, ya estaríamos clasificados a la Libertadores. Pero es como me
dijeron los chicos del plantel, que me apoyan siempre: “No fue tu culpa,
cualquiera puede errar un penal”. Entonces, lo traté de tomar con tranquilidad.
Puede pasar, y me pasó.
-¿Qué corregiste de la mano de Gabriel Milito?
-Perfilarme bien para recibir la pelota y salir con ventaja.
Siempre lo tengo en la mente. Hoy también lo trabajo.
-¿Qué puliste con Ariel Holan?
-Los desmarques y las situaciones de dos contra uno y de uno
contra uno. Ariel dice que el mano a mano es mi fuerte; entonces, lo tengo que
mejorar. Por eso, trabajo el hecho de tirar paredes, tocar e ir a buscar al
espacio.
"Trato de jugar como yo sé; no me creo Maradona cuando
juego bien, tampoco me creo el peor cuando soy un desastre".
-Tenés 18 años, un recorrido cortísimo por inferiores y no
alcanzás los 50 partidos en Primera. Te reprochan que termines mejor las
jugadas. Los de afuera no comprenden que eso lleva tiempo. Cuando tomás una
mala decisión, noto que te castigás por demás. ¿Es así?
-Sí, me enojo mucho cuando termino mal una jugada. Cuando
erro una pelota, me acuerdo de las críticas. Pero tengo que estar y jugar más
tranquilo. Ese es el consejo del cuerpo técnico y de mis conocidos.
-Lamentablemente, en las tribunas, son todos entrenadores.
-Desde afuera, todos hablan. Adentro estamos nosotros, y es
difícil jugar.
-¿Es un error que la gente se crea que sos el salvador de
Independiente?
-Sí; es un error creer que soy el salvador. Porque todos
juntos salvamos al equipo: los 11 titulares, los que van al banco de suplentes,
el resto del plantel, el cuerpo técnico. No hay un salvador. La gente opina
desde afuera y le pide demasiado a alguien que debutó en Primera hace poco.
-Cuando tu juego surge y fluye, ¿hacés feliz a los hinchas del
Rojo?
-Cuando juego, me divierto. Le pasa a la mayoría de los
chicos: cuando alguno hace una buena jugada, la gente aplaude y grita. A mí eso
me motiva más. Ahora, no sé si ellos disfrutan cuando aparece mi juego. Yo
trato de jugar y de dar lo mejor.
-Mantuvieron un invicto de 14 partidos en el semestre
anterior, alternaron buenas y malas en el inicio de la Superliga, están afuera
de la Copa Argentina y conservan la ilusión de ganar la Sudamericana tras
haberse clasificado a los cuartos de final. ¿Por qué Independiente es
competitivo?
-Ariel trajo una idea de juego muy buena; nosotros supimos
adaptarnos rápido, la mantuvimos, y con los conceptos que nos da, sacamos
muchos partidos adelante. Me siento cómodo con la idea. Porque quiere que
juguemos siempre.
-¿Por dónde pasa el negocio del equipo?
-Creo que sacamos mucha diferencia de tres cuartos de cancha
en adelante; tenemos jugadores muy buenos, muy rápidos.
-Con Holan, jugás de extremo por izquierda.
-Sí, básicamente de extremo por izquierda. A veces, Ariel me
pide que me desordene un poco y que me tire más al medio para recibir la
pelota. Yo me siento bien, cómodo; creo que esa es mi posición. Porque, al
jugar de enganche, me pierdo un poco y tengo mucha más gente para llegar al
arco rival. Por afuera, juego uno contra uno o toco y voy, y tengo el arco ahí
nomás.
-¿Qué debés mejorar de tu juego?
-El 1 contra 1; por ahí, partidos atrás lo tenía; no sé si
se me fue por falta de confianza. También, tengo que terminar bien las jugadas
y patear más al arco. Prefiero darla, meter un pase de gol, en vez de patear.
Mi naturaleza es esa, lo siento así. Cuando me queda, hago una de más y no
pateo por pasarla.
-¿Le pegás de igual manera con las dos piernas o todavía no?
-No, soy derecho. Si me queda de zurda, pateo. Pero no soy
tan bueno como Rigoni.
EZEQUIEL reconoce que se adaptó rápido al ritmo y a las
responsabilidades de jugar en Primera. Barco admite que observa con gusto a
Messi, a Neymar y a Alexis Sánchez. Confiesa que le encantaría poner un pie en
Europa y en la Selección Argentina. Pero no se desespera: “Quiero acostumbrarme
al fútbol argentino y ganar algo en Independiente”.
Por Darío Gurevich / Fotos: Emiliano Lasalvia
Nota publicada en la edición de Octubre de 2017 de El
Gráfico
Fuente El Gráfico



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