Foto: Hipólito Fernández / Diario Popular
Por Pablo Vignola
El DT, padre de la criatura roja, lloró en la cancha
recordando al suyo que, con 4 años, lo llevó por primera vez a la Doble Visera.
Una historia de vida con la que se identifican miles de los ilusionados hinchas
de Independiente
El pueblo rojo vive como en vísperas de Navidad. Bajo una
atmósfera festiva, cargada de expectativa y con la paz que genera la esperanza.
La noche del martes, en su renovado templo de mil hazañas, vivió una velada
fantástica, con la misma carga mística de los años de gloria. Familias enteras,
padres abrazados a sus hijos reforzando un eslabón histórico que, con una
mirada al cielo, unía el lazo generacional con los que iniciaron la relación
amorosa con el equipo de camiseta color sangre.
Y como nunca había ocurrido, esta postal sentimental la
reconstruyó, con lágrimas en los ojos, el mismísimo entrenador de
Independiente, Ariel Holan, padre de esta criatura que es Independiente otra
vez parado a pie firme en la escena grande de la competencia internacional. Ni
bien terminó el partido se abrazó con todos los que se le cruzaron, abrió los brazos,
miró hacia arriba y dejó que los micrófonos de la tele captaran su reflexión:
“Me acuerdo de mi viejo cuando me traía a la cancha... con 4 años viví mi
primera noche como esta de su mano y ahora sé que me está viendo desde el
cielo”.
La referencia del DT era para Ramón Jaroslaw, un hijo de
checoslovacos, mecánico de instrumental de aviones, su gran pasión, pero que
terminó instalando su propio taller de autos en Banfield. También había montado
una carpintería de aluminio y, meticuloso en extremo, quiso ordenar unas placas
y colocar un paño para evitar que se rayaran, y se le vinieron encima todos los
materiales. Falleció casi en el acto. Con 19 años, Ariel perdía a su padre (de
apenas 50), a ese que en la épica noche del martes buscó en alguna nube para
abrazarse simbólicamente.
Fuente Diario Popular
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