Por Andres Morando
Llegamos a Bahía con una nueva formación inédita, de acuerdo
a la rotación que dispuso nuestro guía, el señor Ariel Holan. Con sólo repasar
la defensa, observamos al debutante Rodrigo Moreira en la zaga -bien pibe-
junto al experimentado Amorebieta (inseguro). Por el lateral derecho, el
incansable Jonás (se encamina a ser un gran refuerzo) y por la izquierda al
renacido Sánchez Miño. Delante del “viejo” doble cinco Torito/Nery, el DT ubicó
a un errático Albertengo, a los atrevidos Meza y Blanco y a la topadora
Fernández (además del gol, ¿vieron la pelota que le puso a Blanco en el ST y
cómo la corajeó en la que después desperdició Benítez?). Tras algunos sofocones
en los primeros veinte, el Rojo se hizo amo y señor del juego en el Carminatti.
Y si nos dio bronca no quedarnos con los tres puntos, es porque sencillamente
nos estamos acostumbrando a ganar. Debimos habernos ido al descanso 2-0 (gol
mal anulado a Miño), y haber aumentado la diferencia antes del empate
(distracción para corregir). Y vuelta a atacar a un rival que venía de golear y
eliminar a un equipo que, según parece, procesa rápido los duelos, puesto que
siempre procura mostrarse positivo. Párrafo aparte de la excursión bahiense:
confieso que en los últimos diez días viví con angustia una posible partida de
Taglliafico. Obligado de apuro a encontrar su reemplazo, al DT -creo- le
hubiese representado una tarea harto más difícil que la de disimular la
ausencia de Rigoni, lo que no es poco. Por ello, que Nicolás luzca el brazalete
hasta el 2018 es una tranquilidad que refuerza nuestras aspiraciones en ambas
Copas. Una presencia que resultará valiosísima, por ejemplo, el próximo martes,
cuando recibamos a Atlético Tucumán para dar vuelta la serie y lograr el pase a
cuartos. Vos, amigo Diablo, confiá..
Fuente Olé
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