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viernes, 1 de septiembre de 2017

La valentía ausente de la Selección - Por Eduardo Verona



Miguel Rojo/AFP

Por Eduardo Verona


Anunciaban un partidazo de ida y vuelta, acorde a las necesidades ambos. Lo que produjeron fue algo muy próximo a un fiasco futbolístico. Uruguay y Argentina se conformaron con muy poco, más allá del empate y del pacto de no agresión que ambos reivindicaron. La Selección de Sampaoli nunca interpretó la necesidad de imponer condiciones. Y por largos pasajes del partido hizo fulbito.  La valentía ausente

Se esperaba un partidazo. Salió un partidito. Y en el marco de un partidito que terminó envuelto por un tácito pacto de no agresión (el último cuarto de hora fue insoportable por la pasividad explícita de Uruguay y Argentina), no ganó nadie, más allá de la verdad revelada del empate que conformó a los dos en la medida en que se acercaba el final.

¿Qué dejó la Selección que ahora conduce Jorge Sampaoli? Muy poco para rescatar como algo realmente valioso. Poco en el plano colectivo y poco en el plano individual. No quemó las naves Argentina. Interpretó que no era necesario a tres fechas del cierre de las Eliminatorias para Rusia 2018. Se conformó con lo que le daba el partido. Con la espera organizada de Uruguay. Con el traslado franelero de la pelota en esas búsquedas lentas hasta la exasperación que no prosperaron en el área rival.

Salió a ver qué pasaba Argentina. Y no pasó nada. O casi nada. Uruguay ya firmaba la igualdad desde el mismo arranque. Y Argentina, aunque lo nieguen sus protagonistas con mayor o menor énfasis, por ahí andaba, coqueteando con el puntito, aunque lo desmintieran varias presencias ofensivas. Pero a esas presencias (Acuña por la derecha, Di María por la izquierda, Messi y Dybala en tres cuartos e Icardi bien de punta) no le sumó decisiones e iniciativas con auténtico poder de desequilibrio.

El único desequilibrio potencial que mostró la Selección lo encarnó la conexión entre Messi y Di María. Conexión siempre inestable e imprecisa, especialmente por la falta de resolución de Di María, nunca capaz de terminar bien una jugada. Nada nuevo en definitiva, porque Di María hace tiempo que viene perfilando esa característica. Insinúa mucho y concreta muy poco. Y no parece a esta altura de su carrera que pueda pegar un salto de calidad. Como si hasta aquí hubiera llegado su crecimiento.

Con Messi sin poder establecer una buena sociedad con Dybala, las posibilidades reales de la Selección en materia ofensiva se redujeron solo a la ilusión de ver una maniobra monumental del astro del Barcelona. Y esa maniobra idealizada no se produjo. Tampoco lo intentó, adivinando los límites que le imponía el partido. Límites que Messi fue naturalizando.

La sensación que predominó fue la de cierta liviandad futbolística. Liviandad que hasta no podría atribuírsele a Sampaoli. Alcanzaría con recordar los cambios del segundo tiempo: salió Acuña y entró el Laucha Acosta, salió Dybala y entró Pastore y ya en el cierre entró Correa y salió Di María. Las modificaciones nunca reflejaron una estrategia especulativa. Fueron los jugadores que en determinado momento del desarrollo apostaron por el empate. Y se prestaron la pelota sin disimularlo demasiado.

Decir si Argentina hizo un buen negocio trayendo desde el Centenario un punto que lo sigue dejando afuera de la clasificación directa (Chile lo aventaja por diferencia de goles), no expresa nada interesante. Ni aùn desde el punto de vista matemático. Porque no hay nada para festejar. O para acercarse a la teoría de un festejo mesurado. El equipo que entrenó durante dos días bajo la mirada de Sampaoli no pudo darle al entrenador elementos para controlar su ansiedad.


Fuente Diario Popular

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