Por ahora, el empate en el Centenario no puede tomarse como
una señal alentadora; si bien hubo notorias diferencias con el ciclo anterior,
el seleccionado mantiene el bajo vuelo
Por Cristian Grosso
Mercado y Cavani luchan en un centro; por si acaso, Icardi
sigue la jugada con atención; la Argentina se jugará la clasificación a Rusia
2018 en las próximas tres fechas. Foto: Reuters
MONTEVIDEO.- Se asustó la Argentina después de perder en
Córdoba con Paraguay. Se estremeció tras ser apabullada por Brasil en Belo
Horizonte. Salió espantada de La Paz tras caer con Bolivia. Entonces, Edgardo
Bauza duró un suspiro. Jorge Sampaoli renovó la atmósfera y propuso una
revolución, pero la angustia sigue engrillada a la selección. Las eliminatorias
ya son una tortura y nadie consigue enderezar el rumbo para enfocar el puerto:
Rusia todavía no está a la vista. Se agota el tiempo y faltan puntos.
También
respuestas.
El empate en el emblemático Centenario, siempre una visita
de riesgo, quizá en un tiempo pueda observarse como un buen resultado. Todavía
no. Ahora, siempre desde el riesgoso quinto puesto del repechaje, y con el
reanimado Paraguay y con Ecuador aún amenazante, el cero con Uruguay sembró más
incertidumbre. Quizá el vacío obedezca a que las expectativas habitaban varios
escalones más arriba.
El clásico enseguida denunció sus intenciones: la iniciativa
de la Argentina contra Uruguay refugiado, confiado en los pelotazos como única
vía de peligro. Pero la posesión improductiva rápidamente desnudó a una
selección demasiado pausada y previsible, sin la electricidad imprescindible
para quebrar la hermética coraza celeste.
Fazio, intencionalmente liberado por los locales para que traslade
la pelota hasta el propio campo uruguayo, denunciaba los movimientos
argentinos. Sin espacios, la propuesta voraz de Sampaoli se estancaba.
Posiciones muy estacionadas le quitaban picardía y sorpresa al ataque anunciado
de la Argentina. Tanto gobierno de campo y pelota aburrían sin un cambio de
dinámica. La primera situación de peligro fue un remate desviado de Mercado a
los 23 minutos, una buena síntesis de un clásico plomizo. La Argentina cuidó la
posesión y no salteó estaciones. Jamás se frustró ni ahogó en la impotencia.
Pero se reiteró en movimientos monótonos. Sólo Messi como organizador intento
despabilarla.
Messi no tiene que vivir con culpa su aporte en la
selección. Cada maniobra no debe ser magnífica, la sencillez también es un
valor. A veces será la jugada genial, y otras una función complementaria para
que un compañero asuma el protagonismo. Pero para potenciar a Messi es
imprescindible que sus compañeros reclamen protagonismo y se conviertan en
opciones si el capitán está bloqueado. Pesó la memoria, porque durante el
primer tiempo sólo pareció entenderlo Di María, perforando a Uruguay por la
izquierda. Se demoraba el entendimiento con Dybala, algo ajeno al encuentro.
Icardi quedaba encorsetado, vacío de metros para atacar.
Volvió a ser enorme Muslera en el inicio del segundo tiempo
al rechazar un tiro libre de Messi que buscaba la red. La Argentina le agregó
agresividad a su dominio hasta entonces tibio. Sampaoli apostó por Lautaro
Acosta por Acuña para buscar desbordes por la banda derecha. La selección subió
un cambio, pero la sintonía fina siguió pendiente. La imagen de Messi muy
retrasado fue la peor noticia visual; demasiado lejos del arco uruguayo, el
capitán comenzó a buscar soluciones casi en soledad. Un escenario perturbador.
Uruguay por nada modificó su libreto, permaneció
inalterablemente convencido de que el empate era su negocio. Patrulló con
Vecino y Tata González, invirtió en la bravura de Nández y mantuvo a Cavani y a
Suárez a estancias de distancia de Romero. La escala en el Centenario reclamaba
bravura competitiva y la mayoría de los futbolistas argentino la ofreció, pero
olvidándose de todos los registros atractivos que suponían las insinuaciones
del nuevo ciclo. La buscada renovación fue más de nombres que de productividad.
El equipo se desprendió de los inclasificables días de Bauza, donde la
identidad vivía en fuga. Pero se ahogó en una iniciativa inofensiva.
La prolijidad de Biglia, y especialmente de Pizarro, fue
siempre un limpio primer pase de salida. Pero, salvo la lucidez de Messi, luego
la Argentina fue cayendo en el embudo uruguayo. Di María perdió gravitación en
el clásico, Dybala permaneció entre desdibujado e intermitente e Icardi,
atrapado por Godin y Giménez, nunca dispuso de una clara ocasión para desenfundar.
Cuando Pastore sustituyó a Dybala se encendió una esperanza de organización,
que se apagó de inmediato. Con Argentina pasmosa y repetitiva, Uruguay se
sintió a salvo. Y orientó el partido definitivamente al sopor del empate. La
Argentina se quedó en las intenciones y escuchando el eco de resultados en
otras canchas. Señal de que nada está bajo control.
El Jefe, en el banco
Javier Mascherano fue suplente en la Argentina, una imagen
pocas veces vista en sus catorce años en el seleccionado argentino. Esta fue la
quinta vez que el Jefe estuvo entre los suplentes. Tal vez la más importante,
ya que por primera vez no se trató de resguardar a los titulares ni de una
cuestión estratégica. Es sabido que Jorge Sampaoli no lo tiene entre sus
favoritos y frente a Uruguay eligió a Federico Fazio en la defensa.
La vuelta de Banega
Ever Banega cumplió la fecha de suspensión y podrá ser
titular frente a Venezuela, el martes próximo, en el Monumental, por la 16ª
fecha de las eliminatorias. En cambio, tendrán que cuidarse Sergio Romero,
Ángel Di María, Gabriel Mercado, Sergio Agüero y Nicolás Otamendi. Si
cualquiera de ellos es amonestado frente al seleccionado caribeño se perderá el
partido ante Perú, el 5 de octubre próximo, en Buenos Aires.
Fuente Cancha Llena
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