Vistas de página en total

martes, 26 de julio de 2016

El método Milito: tenencia, ataque y recuperación



Criado como futbolista en Avellaneda, con un posgrado en el Barcelona de Guardiola, el DT intentará transmitirles a los Rojos una receta única; un obsesivo en cada uno de los detalles

Por Jonathan Wiktor

 Foto: Archivo

La ciudad deportiva de Independiente es un terreno de 30 hectáreas con cimientos que alguna vez fueron basura en Villa Dominico, a la vera de uno de los brazos del Riachuelo, encerrada por la Ceamse y la autopista Buenos Aires-La Plata. El trayecto hacia su única entrada, a la que se llega luego de bajar del Acceso Sudeste y de hacer un giro de 135 grados y de pasar por debajo del carril en un estrecho sendero de doble mano, con una imagen del Gauchito Gil saludada a bocinazos, es lúgubre incluso bajo el sol de la mañana. La entrada principal es un portón de rejas de dos hojas, una barrera roja, un paredón gris granito, uno o dos guardias y su refugio, dos o tres perros y sus espasmos, cientos de bucles de alambre de púas y su mensaje: por arriba, no insistan, no se pasa. Un cartel impoluto dice que este predio es de Independiente.

Después de cruzar el perímetro es imposible perderse: un único camino obliga a avanzar unos 100 metros, para luego doblar a la derecha y hacer otros tantos más. Luego, sí, hay dos opciones: a la izquierda están los juveniles, a la derecha el centro de alto rendimiento para los profesionales, inaugurado hace pocas semanas. Ahí, sentado a un escritorio, en su laboratorio, Gabriel Milito (35 años, Bernal) pensaba con la tozudez de un huraño cómo construir un equipo que funcione en la intensidad que él pide. Era cerca de las siete de la tarde de uno de los primeros días de la pretemporada, el viento sacudía los árboles y Milito, como si hubiera perdido el sentido del tiempo, llevaba doce horas recluido en el predio, con el mismo tema en su cabeza, abstraído en su nuevo desafío, como si buscara purificar su método. Un método que se consolidó a 10.500 kilómetros de Villa Dominico, en la Ciutat Esportiva Joan Gamper, en Barcelona, donde vivió cuatro años, la meca del fútbol moderno.

Para desentrañar el procedimiento primero hay que establecer las dos leyes inalterables que marcan el pulso de sus equipos: por un lado, la pelota como objeto medular, de modo que la acumulación de pases será el gen que disparará cualquier tipo de maniobra; por el otro, sus intérpretes -incluso en los territorios más hostiles- deberán comenzar cada juego con el arco rival en el radar.

La recuperación inmediata, esos cinco segundos de los que hablaba Pep Guardiola entre la pérdida y el inicio de un nuevo intento, también forma parte de la columna vertebral, pero no es más que un desprendimiento de la necesidad por atacar. Todos los días, en cada entrenamiento de Independiente, Milito elige no repetir los trabajos, pero la matriz es la misma: tenencia, ataque, recuperación. La estampa catalana en donde el ataque y la defensa se armonizan.

La geometría del juego. Milito tiene un esquema madre, el 4-3-3, que aprendió con minuciosidad en sus cuatro temporadas en Barcelona, pero no se niega a probar con otras opciones. El 3-5-2, también de tradición culé, es otro de los sistemas que le ofrece la simetría que busca y que sometió a prueba en el actual receso: lo seduce. Con ese dibujo logra tener siempre gente en las bandas para descomprimir el interior del campo, donde se construye el juego.

Una de las costumbres que instrumentó Milito, que todas las mañanas llega a las 7, es la de profundizar en la observación de videos, de entre 8 y 10 minutos -lapso en el que es dueño de la concentración plena del plantel-, antes del inicio de los entrenamientos matutinos. En esos bloques breves pero intensos se desmenuzan los partidos y los momentos más destacados del día previo, para perfeccionar los movimientos.

El conductor cercano y agudo. A diferencia de Marcelo Bielsa, uno de sus referentes, Milito conduce desde la proximidad. Eso es algo que aprendió de José Pekerman, quien marcó a fuego al ex defensor en su paso por la selección. Es habitual verlo conversar de manera individual con algunos de los futbolistas de su plantel, rutina que comprendió de Guardiola: no todos los jugadores necesitan el mismo discurso, por eso trata de equilibrar sus charlas grupales con diálogos privados.

"Tiene conceptos muy profundos, pero es muy claro en su forma de explicar", perfilaba Hernán Pellerano, uno de los referentes del plantel, sobre su nuevo entrenador.

La impaciencia por saltar a la escena. Milito quiere terminar de inocularle el germen de su fútbol al plantel durante los próximos días. Siente que poco a poco lo está consiguiendo, pero necesita testear cuanto antes su maquinaria. Los amistosos ya no alcanzan para calmar su sed. Los jugadores comprenden el mensaje, el equipo empieza a lucir su sello, pero el ambiente electrizado de los duelos por los puntos será el marco que le permitirá decodificar la evolución. Su primer partido será ante Defensa y Justicia, por la Copa Argentina. Luego vendrá la primera fecha del torneo y, una semana más tarde, se enfrentará con Lanús, por la ida de la segunda etapa de la Copa Sudamericana.

Un recuerdo ambiguo. Para Milito no será la primera vez como entrenador en Independiente. A mediados de 2013, un año después de haber dejado la práctica profesional de fútbol, llegó para hacerse cargo de la reserva, que venía de ser subcampeona. Sin competencia formal, porque el equipo estaba en la B Nacional, armó un selectivo con los mejores jóvenes de la institución y se dedicó a jugar amistosos. A mediados de 2014 sí tuvo sus primeros enfrentamientos oficiales como conductor de la reserva, pero, desde los resultados, no fue lo que esperaba: terminó en la 14ª posición con 20 puntos, producto de 5 triunfos, 5 empates y 9 derrotas. Durante los últimos días de noviembre de 2014, peleado con algunos directivos -Noray Nakis a la cabeza-, decidió renunciar a su cargo.

En la cantera está el futuro. En una de las primeras semanas, Milito les pidió a Jorge Griffa y Abel Alves, coordinadores de las categorías formativas, y a Fernando Berón, de la reserva, que le presentaran un informe sobre la situación de los jugadores de las inferiores. Le interesa saber con qué cuenta. Estas últimas semanas, de hecho, hubo un futbolista que captó su atención: Ezequiel Barco, 17 años, rosarino, enlace que llegó al club traído por recomendación del propio Griffa, pasó casi sin escalas de la sexta división a la primera. A todo esto Milito quiere que la reserva se nutra casi de manera exclusiva de juveniles y que, en la medida de lo posible, juegue de preliminar.

Estudiantes, fuente de maduración. Su paso por Estudiantes le dio variantes, le facilitó herramientas para encontrar alternativas que tiempo atrás tal vez hubiera descartado. Algunos de sus allegados coinciden en que en La Plata creció. Aunque no traicionará los dos pilares de su manual de estilo (posesión y obstinación ofensiva), el curso acelerado que recibió en la ordenada institución que guía Juan Sebastián Verón le sirvió, en cierto modo, para ampliar su espectro.

En pocas semanas, Milito, con apenas 35 años, tendrá su primer partido como entrenador de Independiente. Será, a partir de entonces, el administrador de millones de ilusiones, el jinete de un toro embravecido al que pretende domar con pases, el combustible de su método.

Lo que más lo enoja: las canchas en mal estado

La kryptonita del método de Gabriel Milito es un mal campo de juego. No hay ningún otro aspecto que influya de manera tan directa como el piso sobre el que se desarrolla su trabajo. Así, no llama la atención que el entrenador enloquezca con sus pedidos a los responsables de conservar el estado de los terrenos, a quienes les pide especial atención en lo que hacen. Sus exigencias se notan: en un predio en el que las canchas no son buenas, donde se entrenan la primera y la reserva el césped sí es bueno.


Fuente Cancha Llena

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.