Criado como futbolista en Avellaneda, con un posgrado en el
Barcelona de Guardiola, el DT intentará transmitirles a los Rojos una receta
única; un obsesivo en cada uno de los detalles
Por Jonathan Wiktor
Foto: Archivo
La ciudad deportiva de Independiente es un terreno de 30
hectáreas con cimientos que alguna vez fueron basura en Villa Dominico, a la
vera de uno de los brazos del Riachuelo, encerrada por la Ceamse y la autopista
Buenos Aires-La Plata. El trayecto hacia su única entrada, a la que se llega
luego de bajar del Acceso Sudeste y de hacer un giro de 135 grados y de pasar
por debajo del carril en un estrecho sendero de doble mano, con una imagen del
Gauchito Gil saludada a bocinazos, es lúgubre incluso bajo el sol de la mañana.
La entrada principal es un portón de rejas de dos hojas, una barrera roja, un
paredón gris granito, uno o dos guardias y su refugio, dos o tres perros y sus
espasmos, cientos de bucles de alambre de púas y su mensaje: por arriba, no
insistan, no se pasa. Un cartel impoluto dice que este predio es de
Independiente.
Después de cruzar el perímetro es imposible perderse: un
único camino obliga a avanzar unos 100 metros, para luego doblar a la derecha y
hacer otros tantos más. Luego, sí, hay dos opciones: a la izquierda están los
juveniles, a la derecha el centro de alto rendimiento para los profesionales,
inaugurado hace pocas semanas. Ahí, sentado a un escritorio, en su laboratorio,
Gabriel Milito (35 años, Bernal) pensaba con la tozudez de un huraño cómo
construir un equipo que funcione en la intensidad que él pide. Era cerca de las
siete de la tarde de uno de los primeros días de la pretemporada, el viento
sacudía los árboles y Milito, como si hubiera perdido el sentido del tiempo,
llevaba doce horas recluido en el predio, con el mismo tema en su cabeza,
abstraído en su nuevo desafío, como si buscara purificar su método. Un método
que se consolidó a 10.500 kilómetros de Villa Dominico, en la Ciutat Esportiva
Joan Gamper, en Barcelona, donde vivió cuatro años, la meca del fútbol moderno.
Para desentrañar el procedimiento primero hay que establecer
las dos leyes inalterables que marcan el pulso de sus equipos: por un lado, la
pelota como objeto medular, de modo que la acumulación de pases será el gen que
disparará cualquier tipo de maniobra; por el otro, sus intérpretes -incluso en
los territorios más hostiles- deberán comenzar cada juego con el arco rival en
el radar.
La recuperación inmediata, esos cinco segundos de los que hablaba Pep
Guardiola entre la pérdida y el inicio de un nuevo intento, también forma parte
de la columna vertebral, pero no es más que un desprendimiento de la necesidad
por atacar. Todos los días, en cada entrenamiento de Independiente, Milito
elige no repetir los trabajos, pero la matriz es la misma: tenencia, ataque,
recuperación. La estampa catalana en donde el ataque y la defensa se armonizan.
La geometría del juego. Milito tiene un esquema madre, el
4-3-3, que aprendió con minuciosidad en sus cuatro temporadas en Barcelona,
pero no se niega a probar con otras opciones. El 3-5-2, también de tradición
culé, es otro de los sistemas que le ofrece la simetría que busca y que sometió
a prueba en el actual receso: lo seduce. Con ese dibujo logra tener siempre
gente en las bandas para descomprimir el interior del campo, donde se construye
el juego.
Una de las costumbres que instrumentó Milito, que todas las
mañanas llega a las 7, es la de profundizar en la observación de videos, de
entre 8 y 10 minutos -lapso en el que es dueño de la concentración plena del
plantel-, antes del inicio de los entrenamientos matutinos. En esos bloques
breves pero intensos se desmenuzan los partidos y los momentos más destacados
del día previo, para perfeccionar los movimientos.
El conductor cercano y agudo. A diferencia de Marcelo
Bielsa, uno de sus referentes, Milito conduce desde la proximidad. Eso es algo
que aprendió de José Pekerman, quien marcó a fuego al ex defensor en su paso
por la selección. Es habitual verlo conversar de manera individual con algunos
de los futbolistas de su plantel, rutina que comprendió de Guardiola: no todos
los jugadores necesitan el mismo discurso, por eso trata de equilibrar sus
charlas grupales con diálogos privados.
"Tiene conceptos muy profundos,
pero es muy claro en su forma de explicar", perfilaba Hernán Pellerano,
uno de los referentes del plantel, sobre su nuevo entrenador.
La impaciencia por saltar a la escena. Milito quiere
terminar de inocularle el germen de su fútbol al plantel durante los próximos
días. Siente que poco a poco lo está consiguiendo, pero necesita testear cuanto
antes su maquinaria. Los amistosos ya no alcanzan para calmar su sed. Los
jugadores comprenden el mensaje, el equipo empieza a lucir su sello, pero el
ambiente electrizado de los duelos por los puntos será el marco que le
permitirá decodificar la evolución. Su primer partido será ante Defensa y
Justicia, por la Copa Argentina. Luego vendrá la primera fecha del torneo y,
una semana más tarde, se enfrentará con Lanús, por la ida de la segunda etapa
de la Copa Sudamericana.
Un recuerdo ambiguo. Para Milito no será la primera vez como
entrenador en Independiente. A mediados de 2013, un año después de haber dejado
la práctica profesional de fútbol, llegó para hacerse cargo de la reserva, que
venía de ser subcampeona. Sin competencia formal, porque el equipo estaba en la
B Nacional, armó un selectivo con los mejores jóvenes de la institución y se
dedicó a jugar amistosos. A mediados de 2014 sí tuvo sus primeros
enfrentamientos oficiales como conductor de la reserva, pero, desde los
resultados, no fue lo que esperaba: terminó en la 14ª posición con 20 puntos,
producto de 5 triunfos, 5 empates y 9 derrotas. Durante los últimos días de
noviembre de 2014, peleado con algunos directivos -Noray Nakis a la cabeza-,
decidió renunciar a su cargo.
En la cantera está el futuro. En una de las primeras
semanas, Milito les pidió a Jorge Griffa y Abel Alves, coordinadores de las
categorías formativas, y a Fernando Berón, de la reserva, que le presentaran un
informe sobre la situación de los jugadores de las inferiores. Le interesa
saber con qué cuenta. Estas últimas semanas, de hecho, hubo un futbolista que
captó su atención: Ezequiel Barco, 17 años, rosarino, enlace que llegó al club
traído por recomendación del propio Griffa, pasó casi sin escalas de la sexta
división a la primera. A todo esto Milito quiere que la reserva se nutra casi
de manera exclusiva de juveniles y que, en la medida de lo posible, juegue de
preliminar.
Estudiantes, fuente de maduración. Su paso por Estudiantes
le dio variantes, le facilitó herramientas para encontrar alternativas que
tiempo atrás tal vez hubiera descartado. Algunos de sus allegados coinciden en
que en La Plata creció. Aunque no traicionará los dos pilares de su manual de
estilo (posesión y obstinación ofensiva), el curso acelerado que recibió en la
ordenada institución que guía Juan Sebastián Verón le sirvió, en cierto modo,
para ampliar su espectro.
En pocas semanas, Milito, con apenas 35 años, tendrá su
primer partido como entrenador de Independiente. Será, a partir de entonces, el
administrador de millones de ilusiones, el jinete de un toro embravecido al que
pretende domar con pases, el combustible de su método.
Lo que más lo enoja: las canchas en mal estado
La kryptonita del método de Gabriel Milito es un mal campo
de juego. No hay ningún otro aspecto que influya de manera tan directa como el
piso sobre el que se desarrolla su trabajo. Así, no llama la atención que el
entrenador enloquezca con sus pedidos a los responsables de conservar el estado
de los terrenos, a quienes les pide especial atención en lo que hacen. Sus
exigencias se notan: en un predio en el que las canchas no son buenas, donde se
entrenan la primera y la reserva el césped sí es bueno.
Fuente Cancha Llena
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