Arsenio Erico en una charla con la revista Goles, en la
década del 70. Así pensaba, sentía y hablaba el más grande goleador del Club
Atlético Independiente y del fútbol argentino.
El más grande goleador de la historia, entrevista de Raúl H.
Molina en la revista Goles.
“Tenía todo: gambeta, velocidad, tiro, gol… Cabeceaba como
un fenómeno. Grito fervoroso de la hinchada de Independiente, arrastró
multitudes a las canchas que iban a ver “sus goles”. En una temporada en la que
la delantera roja con Maril, De la Mata, Erico, Sastre, Zorrilla, pasó de los
100 goles, el piloto paraguayo hizo la mitad. Grande entre los grandes del
fútbol argentino su figura se perpetuó como el más grande goleador de la
historia.
Parecía de mimbre. Un hombre de goma. Manejando, tocando la
pelota con las dos piernas, gambeteaba siempre hacia adelante, en profundidad.
O entraba a la búsqueda del pase en velocidad para tirar y embocar. De arriba
era un espectáculo. Saltaba, y en el aire ejecutaba una vuelta o especie de
tirabuzón para cabecear hacia abajo, a un rincón, adonde no llegaba ningún
arquero. No necesitaba acomodarse. Le bastaba elevarse —siempre por encima de
los defensas contrarios— para ubicar el cabezazo que terminaba con la pelota en
la red. Hizo goles de toda laya y pelaje. Siempre con su marca inconfundible
que, en el transcurso del tiempo que es historia, se conocen como “los goles de
Erico”.
Fino, exquisito, piloteó un ataque de Independiente que,
siendo grande por su sola presencia, adquirió el carácter de mito de! fútbol
argentino, esos mitos que por tales no tienen muerte, y porque sus cinco
integrantes son vigencia viva y permanente: Maril, De la Mata, Erico, Sastre y
Zorrilla.
Él vino de Paraguay extraído de la selva del Chaco, en una
hora trágica de América, y a las 48 horas de estar en Buenos Aires era
sensación de las canchas e ídolo de hinchada del club de Avellaneda. Después ya
no hubo fronteras de colores; sus goles suscitaron una pasión honda en las multitudes
que llenaban las canchas para ir a ver “los goles de Erico”, el paraguayo de
mimbre que parecía hacer un gol cuando él quería. Por una docena de años
pareció ser el dueño del gol, pero todas sus hazañas quedaron minimizadas con
su tripleta inigualada de tres temporadas como scorer con cifras sin parangón:
47 goles en 1937, 43 en 1938 y 40 en 1939.
Como a un José Manuel Moreno o un Adolfo Pedernera, como a
un Antonio Sastre, o un René Pontoni, como a todos los grandes jugadores
argentinos de las décadas del 30 y 40, le faltó a Arsenio Erico el marco
incomparable de un Campeonato Mundial. Así como llegó a jugar a Buenos Aires
como consecuencia de la Guerra del Chaco, la otra conflagración, la que azotó
como un flagelo al mundo, interrumpiendo la disputa de la llamada entonces Copa
Jules Rimet, le robó a Erico la posibilidad de haber exhibido todo su talento y
la obra exquisita de sus goles en la vitrina del torneo ecuménico. Pero ni esa
falencia involuntaria alcanza para borrar la imagen de un jugador excepcional.
Un fuera de serie auténtico.
Cuando hoy uno pretende señalar a los mejores centre
forwards del fútbol argentino de ahora y de antes, de todos los tiempos, piensa
en Pedernera y Pontonl, se acuerda de (Herminio) Massantonio y de Rubén Bravo,
y de pronto cae en la cuenta de que no puede dejarlo afuera a Arsenio Erico.
¿Quién se atrevería a cometer semejante barbaridad con un jugador que lo tuvo
todo, que hizo de todo, que si el gol no hubiese existido en el fútbol lo
habría inventado él? Si no lo hizo fue porque el gol se inventó para Erico.
La presente es una charla de dos horas mantenida con Erico
en su casa de Castelar donde hace 15 años formó un hogar feliz con su esposa
Aurelia Blanco, a quien Arsenio y sus amigos en la intimidad llaman por Perla.
Ella cuenta:
—Yo fui de niña
hincha de Independiente. Hasta me hice socia. Iba a todos los partidos, incluso
los que jugaba el equipo de reserva los sábados a la tarde. Nunca, sobre todo
en esos años en que Arsenio e Independiente eran la atracción mayor de las
canchas, falté a un partido. Lo admiré como jugador y años más tarde, cuando lo
conocí, admiré también al hombre al punto de unir mi vida con él. Ya tenemos 15
años de matrimonio y vivimos felices desde entonces en esta casa que es nuestra.
La gente acá en Castelar es muy buena, y todos, los que lo vieron jugar a
Arsenio o los que oyen su historia, nos tratan con cariño y simpatía. ¡Qué me
dice, usted, ninguna defensa podía pararlo, y yo en cambio, lo paré en el área
del matrimonio…!
Arsenio, que asiste silencioso a la charla entre el cronista
y su esposa, esboza apenas una sonrisa para comentar: “Y quiero que sepa, que
en la época que yo jugué el fútbol no tenía la tremenda difusión de ahora.
Desde luego, no existía la televisión, ni había tanta cantidad de publicaciones
especializadas ni tampoco los diarios le daban tanto espacio para contar los
partidos y la vida de los jugadores. Hoy es un mundo distinto. En el fútbol se
juegan fabulosas cantidades de dinero, y como consecuencia, los jugadores
cobran mucho. Tal vez ésta es una de las razones porque el fútbol mismo ha
cambiado. Pero yo no critico a los jugadores de ahora; por el contrario, los
felicito. Yo llegué a cobrar doscientos pesos mensuales en Independiente más un
porcentaje que nos daban de la recaudación por partidos ganados. Para esos
efectos, el empate no tenía valor”.
“A veces, con suerte, jugando con River o Boca, cobrábamos
80 ó 100 pesos extras. Y el contrato mayor que firmé fue por 7.500 pesos
repartidos en cuotas trimestrales. Hoy perciben millones. Es que los tiempos
son distintos. Yo de lo mío estoy conforme. Jugué porque me gustaba y me
divertía. Cuando me di cuenta que la cosa ya no iba y que empezaba a aburrirme,
largué. En 1947 jugué tres meses en Huracán y dije basta. Hoy no voy a las
canchas. No me gusta ver jugar. Sólo veo algo por televisión. Por ella supe de
la existencia en estos tiempos actuales de ese fenómeno que fue Pelé…”
Casi al promediar la década de 1930, América entera, al
mundo, se conmovieron con el estallido de la “Guerra del Chaco”. Esos absurdos
que de pronto toman cuerpo dentro de la razón de la sin razón provocaron un
conflicto doloroso entre Paraguay y Bolivia, con el sacrificio de miles y miles
de vidas de lo mejor de la juventud de ambos países. Países hermanos, movidos
por resortes e Intereses ocultos, fueron empujados a un belicismo cruel que
exigió un tributo permanente de sangre y muerte. La metralla surgida desde la
selva chaqueña retumbó en todo el continente y sus ecos envolvieron a todos
—combatientes o no— en un clima de congoja y dolor.
Los dos países llamaron a las armas a todas sus reservas. Y
la juventud, que siempre es mística y romántica, acudió presurosa y henchida de
patriotismo a reconocer banderas. El fútbol paraguayo, que ya contaba con un
sólido prestigio continental, registraba entre sus equipos más calificados al
del club Nacional. Allí jugaba y ya demostraba su vocación de goleador Arsenio
Erico. Joven, bien plantado, asomaba su arrogancia en el área, su facilidad
“para irse”, desprendiéndose de todos sus adversarios, para poner la pelota
allí, justo en un rincón, como midiéndola, ante la desesperación e impotencia
de los arqueros. Patriota como el que más, Erico no pudo desoír el llamado de
la patria y se enroló en los cuerpos uniformados que marchaban entre cantos de
optimismo hacia el campo de batalla. Le mayoría para morir frente a la metralla
inmutable que segaba vidas y abría una herida profunda que hacía sangrar el
corazón de América…
LA TRAGEDIA DEL CHACO
Cuarenta años más tarde, sentado en la quietud de! jardín de
su casa de Castelar, restañadas las heridas y adormecidos los recuerdos que
anidan en su corazón, Arsenio Erico prefiere dejar de lado al ex combatiente
del Chaco para contarnos del otro Erico, el ídolo de las multitudes, el jugador
estupendo cuyos goles quedaron grabados a fuego como para llenar muchos de los
más sensacionales capítulos de la historia y la emoción del fútbol argentino.
En la perspectiva del tiempo, sin ampulosidad, como contando la vida de un
extraño, el inolvidable piloto rojo va revisando recuerdos:
“Entre toda juventud que hizo el holocausto de su vida en el
Chaco, yo fui un afortunado. Por de pronto, sobreviví. Tal vez porque un
designio del destino me sacó a tiempo de las llamas del fuego trágico. Una
feliz gestión de la Cruz Roja Internacional me permitió desmovilizarme para
incorporarme a un equipo uruguayo que, patrocinado por esa noble institución,
salló de Paraguay para jugar en las provincias argentinas y en el Uruguay. Se
trataba de reunir fondos de socorro para los damnificados de la guerra. Nos fue
bien. En todas partes el público nos recibió con simpatía”.
“Corría el año 1934. Fue entonces cuando me encontré con mi
amigo Raúl Garat, que tenía fuertes vínculos con directivos del club
Independiente. Él les habló de mí y me trajeron a Buenos Aires, llegué un día
jueves y al domingo siguiente debuté con la casaca roja nada menos que frente a
Boca Juniors. No tuve la suerte de hacer goles, pero parece que impresioné
bien. Los jugadores paraguayos ya tenían buen nombre en este país. Por Boca
había pasado con su tremenda calidad Fleitas Solich, quien, siendo yo todavía
un niño o adolescente, nos entregaba enseñanzas, allá en Asunción, cuando yo
comenzaba a jugar en Nacional. Además que cuando yo vine ya estaba bien
asentado aquí el prestigio de todos mis compatriotas, que eran mayoría en las
filas de Atlanta. Sobre todo, la línea media integrada por Garcete, Munt y
Accinelli. Los dos últimos pasaron a jugar en equipos grandes, en tanto que
Garcete, que era el mejor, se lesionó de los meniscos y como entonces la
ciencia médica no estaba tan adelantada como ahora, debió dejar el fútbol”.
“Es curioso, me acuerdo como si fuera hoy de mi debut y en
cambio no tengo memoria de cuál fue mi último partido. Si de aquél tengo como
una película en la memoria hasta de quiénes fueron mis compañeros de ese tarde
en Independiente: Bello; Lecea y Fazio; Celestino Martínez, Corazzo y Berán;
Valentini, Álvarez, yo mismo, Sastre {don Antonio) y Martínez, hermano mellizo
de Celestino (*). Al domingo siguiente nos tocó enfrentarlo a Chacarita
Juniors, ganamos tres a uno, y ya me reencontré con el arco, siendo el autor de
dos goles. Después, bueno, después vino lo que todos saben… La gente me
recuerda y en la prensa, ustedes, los periodistas, suelen hablar de mis goles.
Algún mérito mío tiene que haber existido, pero nada pudo ser a no mediar los
compañeros que la fortuna puso a mi lado”.
ESOS GOLES CON MARCA
“¿Se da cuenta usted que tuve a mi lado durante 10 años a
Vicente de la Mata y a Antonio Sastre? ¿Qué me dice de ese par de jugadores?
Eran dos fenómenos. Y nunca desertaban, jugaban todos los domingos, temporadas
enteras, sin acusar una lesión o buscar un pretexto para no jugar. Todos los
jugadores de esa época eran iguales, nadie quería quedarse sin jugar.
Transcurrían temporadas completas y jamás se producía una ausencia. Nadie se ha
puesto a pensar nunca en la cantidad de grandes insiders que siendo de
Independiente no tenían puesto en el primer equipo porque Vicente y Antonio no
aflojaban jamás. Fueron muchos”.
“Y ahora recuerdo de modo especial a Emilio Reuben, que
había venido de Vélez Sársfield siendo estrella, y conformando un terceto
central delantero inolvidable con (Agustín) Cosso y el chileno Iván Mayo,
excelente jugador. Lo mismo ocurrió con Antonio Ciraolo, que, tal vez cansado
de esperar su oportunidad, aceptó un contrato para irse a jugar a Chile. Y hubo
otros más, todos tapados por el talento inagotable de Sastre y De la Mata. Lo
propio, se me ocurre, pasó con los punteros. Primero estuvo Vilariño en la
punta derecha, y cuando se fue también a Chile, su lugar lo ocupó Maril, que
fue el dueño del puesto por muchas temporadas. Y lo mismo ocurrió en el extremo
izquierdo con Zorrilla. Pero los que no jugaron, o lo hicieron con
intermitencias, no por falta de calidad, sino porque Vicente y Antonio tenían
un feudo hecho de su calidad maravillosa, fueron grandes jugadores. Mire que
mucha gente se olvida ahora que en esa temporada de 1937, cuando yo alcancé la
cifra de 47 goles, el insider izquierdo fue Emilio Reuben, que, como le decía,
se fue a jugar a Chile para brillar con luz propia”.
—Ya que mencionó los 47 goles del Campeonato de 1937, ¿cómo
fue esa historia de los 43 del año siguiente?
“Con el tiempo se ha deformado un poco. No es efectivo de
que hubiera existido un premio instituido por una popular marca de cigarrillos
para el jugador que en la temporada marcara 43 goles. Ocurrió que en el último
partido del torneo nosotros enfrentábamos a Lanús y algunos periodistas amigos
se me acercaron al vestuario con una iniciativa: “Mirá, Arsenio, no te pasés de
los 43 goles. Si los conseguís nosotros nos vamos a encargar de convencerlos a
los fabricantes de estos cigarrillos de la conveniencia que es para el
prestigio de su marca, que te acuerden un premio especial”.
“Salí a la cancha pensando que nada podía perder si lograba
fijar mi cuota de goles en los 43. Y como me faltaban dos, me conformé con
hacer sólo un par. Independiente ganó ocho a uno (**), pero yo me paré en mis
43, y en la semana la idea aquella de los periodistas se tornó realidad; me
llamaron de la industria tabacalera y me entregaron una recompensa de dos mil
pesos. Una pequeña fortuna para aquellos años. Todo esto ocurrió en 1938. El
39, si mal no recuerdo, fui segundo en la tabla de goleadores, y en 1940
recuperé mi posición de goleador absoluto con 40 goles. Después seguí haciendo
goles, pero ya aparecieron hombres como el vasco (Isidro) Lángara, mi
compatriota Mellone, Severino Varela. Muchos más, y ya no fue tan fácil
adueñarse del liderazgo. Pero no se crea que Independiente perdió su condición
de equipo que se caracterizaba por su alta producción. En esa delantera todos
hacían goles. Yo acaso tuve más fortuna que otros. En una de esas temporadas
Independiente superó los 100 goles y míos fueron casi el cincuenta por ciento.
Pero los goles eran de todos, los podía hacer yo, De la Mata, Sastre,
cualquiera, pero le pertenecían a todo el equipo a su equilibrio y a su fútbol,
que estaba puesto al servicio de la búsqueda constante y la conquista del gol.
Era una vocación del equipo…”
LA GOLEADA A LOS BRASILEÑOS
—¿De modo que esa delantera que conformó junto a Maril, De
la Mata, Sastre y Zorrilla fue la más grande donde usted jugó?
“Desde luego, en lo que toca a un club y al caso específico
de Independiente. Pero ahora que usted me lo pregunta, me acuerdo de otra de la
que tuve también la gran fortuna de formar parte. Excluya si quiere el nombre
del centre forward, que era yo, pero anote los restantes, que esto es historia
grande del fútbol argentino: Maril y De la Mata por la derecha, con Pedernera y
José Manuel Moreno por la izquierda. ¿Se da cuenta? Ocurrió en 1939.
Independiente y River Plate habían acordado la integración de un combinado para
realizar una gira por Europa. Nunca pudo ser, porque la guerra mundial lo
impidió. Pero no obstante, se concertaron un par de partidos acá, en Buenos
Aires, con el combinado de Vasco y Flamengo de Río de Janeiro, que era una
virtual selección brasileña. Ellos traían como una amenaza al centro delantero
Leônidas, el famoso “Diamante Negro”. En el primer partido les hicimos cuatro
goles, y los dirigentes, muy preocupados, ya en el entretiempo, nos
recomendaron; “Muchachos, párense un poco, que de otro modo para el segundo
partido no va a venir nadie y va a ser nuestra ruina económica”. Igual les
ganamos la revancha, aunque con menos goles”.
“Le di la delantera. Es de Justicia recordar al resto de la
formación argentina, porque esos partidos constituyen uno de mis mejores
recuerdos y corresponden a una época maravillosa del fútbol argentino. En el
arco estuvo Bello; luego Fazio y Coletta; Santamaría, Minella y Celestino
Martínez. Era tal la cantidad de cracks que un jugador tan fabuloso como
Antonio Sastre no tuvo cabida, y como sobraba tanta gente, las directivas de
los dos clubes resolvieron enviarlo a jugar a Chile al equipo de “suplentes”.
Fue hasta Bernabé Ferreyra. Y usted sabe bien que nunca fue cosa fácil jugar
allá en Chile. Si tenían un señor arquero como fue el “Sapo” Livingstone, que
después fue figura en el arco de Racing, y delanteros de la calidad de Raúl
Toro, que, por lo que recuerdo, fue scorer del Campeonato Sudamericano Nocturno
disputado aquí, en Buenos Aires, en 1937. Fue una lástima que la guerra nos
haya dejado sin ir a jugar a Europa. Con los jugadores que había podían
formarse tres selecciones, y el gran problema consistía en resolver quién se
quedaba afuera”.
“Por lo menos existían tres o cuatro cracks en cada puesto.
Y jugar en primera no era broma. Si usted no manejaba los dos pies, no sabía
bajar y “matar” una pelota, o no era capaz de colocar un pase a 30 metros, el
público y la crítica lo destrozaban. Comprendo que los tiempos y las exigencias
han cambiado. Hoy sólo parece regir el imperativo de ganar a cualquier precio,
aun en detrimento del fútbol mismo. Yo creo que es una cuestión económica, que
supera incluso el propósito y la vocación de los que quieren jugar. Yo no me
convierto en censor de nadie, simplemente marcos dos épocas distintas, aquélla,
la mía, sin rescate. Tal vez será por eso que ahora no voy a las canchas. No
sé. Se trata de un modo de sentir el fútbol, y lo actual no me llega ni me
toca. Pero lo respeto. Yo no puedo detener la marcha del mundo ni menos
oponerme a los cambios en la existencia humana. Sucedió con todas las
actividades del hombre y no veo razón para que el fútbol haya podido escaparse
a este proceso. Cada cual vive el tiempo que le corresponde. Yo hice la mía y
fui feliz porque jugué el fútbol como lo sentía, lo que me proporcionó
diversión y alegría de vivir. Sentí la sensación real del hombre que colmó sus
aspiraciones, porque vivió en plenitud, conforme consigo mismo”.
Naturalmente que las piernas maravillosas de Arsenio Erico,
aquellas, como su cabeza, que ejecutaron goles que fueron pequeñas obras de
arte, no sólo sintieron el paso del tiempo. Están enfermas. De la izquierda lo
sometieron hace algún tiempo a una intervención quirúrgica, de la que
felizmente se ha ido recuperando lenta pero seguramente. De la derecha sufre de
un mal denominado “claudicaciones intermitentes”. Eso lo obliga a un escaso
movimiento y a permanecer mucho tiempo sentado. Pero su espíritu se mantiene
enhiesto, viviendo la felicidad que le proporciona su hogar y la certeza de que
está para siempre en la “galería de la fama”, de los grandes de todos los
tiempos.”
Notas:
(*) Independiente formó con: Bello; Fazio y Lecea; Ferrou,
Corazzo y Celestino Martínez; Rojas, Álvarez, Erico, Sastre y Adolfo Martínez.
Fuente: Historia del profesionalismo, de Pablo Ramírez.
(**) Independiente derrotó 8 a 2 a Lanús, según la Historia
del profesionalismo de Pablo Ramírez.
Fuente Infierno Rojo
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