Como salido de un cuento de Roberto Fontanarrosa o de
Eduardo Galeano, el peregrinaje de Arsenio Pastor Erico Martínez desde el
puerto de Asunción hasta las calles empedradas de Avellaneda, acarreó una
mística sumamente amateur, que aún hoy enternece a cualquier corazón Rojo. El
domingo 6 de mayo de 1934, el paraguayo de 19 años debutó con la camiseta de
Independiente frente a Boca Juniors, pero dos años antes, su vida de
adolescente daría un vuelco extraordinario.
Aquel muchacho, que ya a los 15 años había cabeceado una
pelota en el primer equipo del Club Nacional, logró esquivar el enrolamiento a
la Guerra del Chaco, contra Bolivia, en el ’32, pero a cambio debió componer el
plantel selectivo de la Cruz Roja, que recorrió tierras argentinas. En esa
visita, sumamente exitosa para él, fue considerado en gran manera por los
dirigentes de varias entidades, quienes querían sumar en sus filas los goles y
destrezas de Erico. Entre ellos, los del Club Atlético Independiente, presididos
por Pedro Canaveri, quien luego cedió su lugar a Alfredo Roche.
Esos directivos pugnaron contra todos en busca de sus
sueños, batallaron hasta conquistar su único deseo: incorporar a ese joven
delantero, augurando quizás, que se convertiría en el goleador estrella y
bastión inamovible del fútbol argentino. Es así que debieron obtener una
licencia del Ministerio de Defensa guaraní, ya que Arsenio Erico debía hacer la
conscripción efectiva en Paraguay, que continuaba en guerra. Además,
Independiente se vio obligado a pagar $7.000 pesos por el jugador, divididos en
$2.000 para la Cruz Roja y $5.000 de una prima, que finalmente el propio
delantero donaría a esta misma organización.
Una vez adquirido y con los papeles en regla, comenzó una de
las travesías más apasionantes de la historia de este deporte, de pierna fuerte
y templada. El 2 de mayo de 1934, un rudimentario barco a vapor partió desde
las bases paraguayas, situadas a la vera de la capital guaraní, con un destino
directo: el puerto de Buenos Aires. En ese navío estaba Arsenio Erico, quien
despedido eufóricamente de su ciudad, acarreaba una valija repleta de sueños y
goles. Quizás sin saber que había salido de una guerra para llegar a otra, la
que se estaba dirimiendo entre las autoridades de Independiente y River Plate.
Anoticiados del viaje del centrodelantero, los millonarios,
quisieron aprovechar toda la faena previa realizada por los mandatarios del
Rojo y se amotinaron en el muelle, con la premisa de contratar a Erico a
cualquier precio. Pero sus carteras llenas de dinero y sus corazones repletos
de artimañas, no pudieron contra el amor propio y el orgullo de ser de
Independiente. Es por eso que los dirigentes de Avellaneda, enterados de la
desleal jugarreta, se inclinaron por bajar a Erico del barco a mitad de camino,
en el puerto de Rosario. Confundido y atemorizado, el juvenil descendió las
escalinatas y continuó su periplo en tren, con llegada a Retiro. De esta
manera, los directivos de River jamás tuvieron contacto con el goleador, a quien
todavía esperan hasta hoy. Quizás sea por esto que insisten con colocar a Ángel
Labruna en el tope de conquistadores nacionales.
Esa misma tarde, ya con la casaca roja puesta, Arsenio Erico
visitó a sus compañeros en el entrenamiento y continuó escribiendo las páginas
de una historia que de arranque ya era de ensueño, como salida de un cuento del
Negro Fonanarrosa o del uruguayo Galeano.
Fuente Infierno Rojo
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