Por Román Iucht
Foto: Domenech
Como en la parábola de la vida, la carrera de un futbolista
se construye de momentos. No todos están capacitados para explotar de golpe y
lograr un ascenso meteórico, y muchos de los que lo logran son incapaces de
sostenerse en el tiempo, ya sea por las tentaciones externas que contaminan la
vida específica del deportista de elite, el tradicional bajón que sobreviene a
la primera explosión o simplemente la visibilidad que logran en poco meses y
que desafía a los entrenadores y jugadores rivales a limitar las posibilidades
de la nueva "figurita".
En la franja media están los jugadores "Standard".
Esos que siempre ponen su curva de rendimiento en un lugar confiable y que resultan
útiles para los técnicos. En algún momento, favorecidos por el contexto o por
la evolución que se produce con el transcurso de los años y que trae consigo la
madurez personal y profesional, muchos de esos futbolistas crecen en su
rendimiento, incorporan conceptos nuevos y dejar de ser útiles para ser
valiosos y en el mejor de los casos decisivos. En ese grupo está Federico
Mancuello.
Luego de un comienzo profesional inestable, como
mediocampista externo por la banda izquierda, un año a préstamo en Belgrano de
Córdoba lo ayudó para ganar continuidad y regularizar su presencia en Primera
División. A la hora del retorno, "Mancu" poco pudo hacer para escapar
del asfixiante clima pre- descenso que viciaba el aire del infierno y como
ocurre tantas veces de modo incomprensible, se transformó en uno de los blancos
predilectos de la impaciencia de los hinchas.
Es en ese momento en el que se observa la "madera"
de los protagonistas. La fortaleza de su personalidad y la convicción para
revertir el delicado momento. Con Independiente en la segunda categoría del
fútbol argentino, Mancuello fue un emblema del equipo en los peores momentos.
Jugando en su posición tradicional e incluso marcado la punta en la banda
izquierda como si se tratara de un eximio lateral, su actitud siempre positiva,
su vitalidad y su coraje lograron cambiar el murmullo reprobatorio por la
ovación generalizada. Los hinchas comenzaron a premiar su espíritu, su empuje y
su valentía para pedirla siempre sin esconderse. Fue figura en el tormentoso
año de la B Nacional y la revancha del retorno lo tuvo como un protagonista
destacado.
La llegada de Jorge Almirón le agregó virtudes, a un jugador
que ya parecía completo en su construcción. Con sus planteos agresivos, el
entrenador tocó un par de teclas sensibles y a partir de allí, Federico
abandonó la banda para transformarse en un mediocampista central que apoya al
pívot defensivo en la recuperación, pero además tiene paño de sobra para
invadir el área rival. A ciertos jugadores la línea los ordena, a otros como el
zurdo nacido en Reconquista los limita. Partiendo desde el centro del campo,
Mancuello tiene más contacto con la bola y por ende más influencia en el juego,
pero el valor agregado en ésta versión mejorada lo aporta su llegada al gol.
Con siete tantos en nueve partidos, la confianza y el
oportunismo para a veces "estar" pero en muchas acciones
"llegar", dotaron al ataque del "rojo" de un elemento que
puede surgir con balón dominado y rematar de afuera como con Central, o
aparecer vacío como un "nueve falso" como ocurrió ante Banfield,
Quilmes y River.
La cinta de capitán que lució en su brazo izquierdo, la
tarde del triunfo ante los "canallas", sumada a la ovación enorme de
todo el estadio, son un recuerdo que ya ocupa un lugar preferencial en el álbum
de su corazón. Los elogios de Gerardo Martino reconociendo su probable
convocatoria para vestir la camiseta argentina, podrían ponerle el broche
perfecto a un momento mágico.
Será solo una cuestión de paciencia, esa que confirma que
siempre hay tiempo para seguir creciendo y elevar el cielo tanto como se pueda.
El de Federico Mancuello no parece tener límites.
Fuente Cancha Llena
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