El Rojo tuvo su fiesta en Avellaneda. (Jorge Sánchez)
Por Favio Verona
¡Perder otra vez con tu papá!
Tras su paso por la BN, el
Rojo volvió y dejó en claro quién manda en Avellaneda.
Acaso en esa descarga, en esa corrida desenfrenada y sin
rumbo del final, en ese abrazo multitudinario que se torna el epicentro de una
incontenible explosión de júbilo, en esa vorágine irrefrenable, en esa comunión
entre los hinchas y los jugadores que se camuflan en la marea roja que invadió
la cancha, en ese grito que desgañita a todos, acaso allí, en esa anarquía que
gobierna el campo de juego después del 2-1, los aciagos momentos de un pasado
tormentoso hayan quedado sepultados en las páginas más oscuras de la historia
del club.
Precisaba un triunfo así Independiente para marcar un
quiebre definitivo, para sentenciar el final de un ciclo de penurias y
confirmar el renacimiento. Necesitaban redimirse los jugadores que cargan con
el estigma de haber salido en las indelebles fotos del descenso. También Jorge
Almirón, acorralado por el escepticismo y la desconfianza que irradiaban esas
tribunas que últimamente sólo habían cobijado lágrimas y dolor. Independiente
no volvió a ser Independiente cuando le ganó el desempate a Huracán. Después de
un viaje sin anestesia por el sinuoso camino de la B Nacional, Independiente
recuperó su identidad ayer, confirmando su fidelidad a un rito que ya forma
parte de las costumbres: ganarle a Racing, entonar las estrofas del clásico
“Que nacieron hijos nuestros, hijos nuestros morirán” y extender la paternidad
a 23 partidos.
Vayan a explicarles a ellos, a los que el viernes y el
sábado habían permanecido estoicos en la fila durante 12 horas para conseguir
una entrada, que su equipo jugó mal, que de esta forma el futuro estará sujeto
al azar como único sostén para evitar una caída estrepitosa. Vayan a
explicarles a todos aquellos que llegaron en caravana desde Paraná, Corrientes,
Resistencia, Tucumán, Comodoro Rivadavia, Trelew, Salta, Jujuy, Córdoba, Santa
Fe, Mendoza, San Luis, San Juan e incluso Madrid. Vayan a explicarles a quienes
formaron parte de esta peregrinación con destino a la meca del éxtasis. Vayan.
La canción que se filtra desde el vestuario del Rojo también
sigue retumbando con fuerza en las tribunas y sacudiendo los cimientos del
estadio. Pasaron varios minutos desde que terminó el partido y las populares
todavía están atiborradas por hinchas embriagados de felicidad. Vibran los
escalones que componen el techo de los camarines cuando, entre azulejos y
vapor, la cumbia a todo volumen se apaga y el repertorio musical desnuda
canciones con letras poco elegantes.
“Academia, disfrutalo, un año de culo
sano”, entonan los jugadores una y otra vez.
“Un minuto de silencio, para
Racing que está muerto”, se escucha.
Afuera, miles de hinchas ya rodean el
micro que los trasladará hacia la concentración para buscar sus autos. Los
jugadores van saliendo de a poco cuando el último hit le baja el telón a la
tarde:
“Racing decime qué se siente, perder otra vez con tu papá”.
Fuente Olé
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