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lunes, 1 de septiembre de 2014

Racing, decime qué se siente...




El Rojo tuvo su fiesta en Avellaneda. (Jorge Sánchez)

Por Favio Verona

¡Perder otra vez con tu papá!

Tras su paso por la BN, el Rojo volvió y dejó en claro quién manda en Avellaneda.

Acaso en esa descarga, en esa corrida desenfrenada y sin rumbo del final, en ese abrazo multitudinario que se torna el epicentro de una incontenible explosión de júbilo, en esa vorágine irrefrenable, en esa comunión entre los hinchas y los jugadores que se camuflan en la marea roja que invadió la cancha, en ese grito que desgañita a todos, acaso allí, en esa anarquía que gobierna el campo de juego después del 2-1, los aciagos momentos de un pasado tormentoso hayan quedado sepultados en las páginas más oscuras de la historia del club.

Precisaba un triunfo así Independiente para marcar un quiebre definitivo, para sentenciar el final de un ciclo de penurias y confirmar el renacimiento. Necesitaban redimirse los jugadores que cargan con el estigma de haber salido en las indelebles fotos del descenso. También Jorge Almirón, acorralado por el escepticismo y la desconfianza que irradiaban esas tribunas que últimamente sólo habían cobijado lágrimas y dolor. Independiente no volvió a ser Independiente cuando le ganó el desempate a Huracán. Después de un viaje sin anestesia por el sinuoso camino de la B Nacional, Independiente recuperó su identidad ayer, confirmando su fidelidad a un rito que ya forma parte de las costumbres: ganarle a Racing, entonar las estrofas del clásico “Que nacieron hijos nuestros, hijos nuestros morirán” y extender la paternidad a 23 partidos.

Vayan a explicarles a ellos, a los que el viernes y el sábado habían permanecido estoicos en la fila durante 12 horas para conseguir una entrada, que su equipo jugó mal, que de esta forma el futuro estará sujeto al azar como único sostén para evitar una caída estrepitosa. Vayan a explicarles a todos aquellos que llegaron en caravana desde Paraná, Corrientes, Resistencia, Tucumán, Comodoro Rivadavia, Trelew, Salta, Jujuy, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, San Luis, San Juan e incluso Madrid. Vayan a explicarles a quienes formaron parte de esta peregrinación con destino a la meca del éxtasis. Vayan.

La canción que se filtra desde el vestuario del Rojo también sigue retumbando con fuerza en las tribunas y sacudiendo los cimientos del estadio. Pasaron varios minutos desde que terminó el partido y las populares todavía están atiborradas por hinchas embriagados de felicidad. Vibran los escalones que componen el techo de los camarines cuando, entre azulejos y vapor, la cumbia a todo volumen se apaga y el repertorio musical desnuda canciones con letras poco elegantes.

“Academia, disfrutalo, un año de culo sano”, entonan los jugadores una y otra vez.

“Un minuto de silencio, para Racing que está muerto”, se escucha.

Afuera, miles de hinchas ya rodean el micro que los trasladará hacia la concentración para buscar sus autos. Los jugadores van saliendo de a poco cuando el último hit le baja el telón a la tarde:

“Racing decime qué se siente, perder otra vez con tu papá”.



Fuente Olé

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