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Los atroces hechos de violencia ocurridos en la cancha de
Quilmes volvieron a desnudar lazos entre las barras bravas y sectores políticos
La barbarie que se vivió el lunes pasado en el estadio de
Quilmes con el enfrentamiento entre sectores antagónicos de la barra brava
local fue una más de cuantas ocurren semanalmente en las canchas del fútbol
argentino, aunque con un condimento que no puede obviarse: el presidente de
Quilmes es el senador nacional Aníbal Fernández, quien se desempeñó como
ministro de Néstor Kirchner y nada menos que como jefe de Gabinete de Cristina
Fernández.
De nada sirvió que las cámaras del Fútbol para Todos,
fenomenal órgano propagandístico del Gobierno que pagan todos los ciudadanos,
omitieran las imágenes de lo ocurrido, a tono con su premisa de mostrar la
Argentina como un país maravilloso en el que todo el mundo vive feliz y en paz.
El periodismo independiente terminó por mostrar, una vez más, de qué forma
bandas mafiosas usan un espacio público, un estadio de fútbol en este caso,
para pelear a muerte por espacios de poder.
"No me interesa en lo más mínimo que esta gente
participe del espectáculo. Que actúen y los metan presos. Para nosotros estos
que se denominan jefes de hinchadas no existen. No tienen ninguna ascendencia
sobre el club", dijo Fernández en referencia a la batalla entre los grupos
violentos de la entidad que responden a las familias Becerra y Bustamante.
Fernández se desligó también de que los aledaños del estadio
y los ingresos hayan sido zona liberada para que los barrabravas entraran con
armas blancas y objetos contundentes sin ser cacheados, con lo cual depositó
gran parte de la responsabilidad por lo ocurrido en la policía bonaerense, que,
por intermedio del jefe distrital, respondió que los controles se realizaron en
forma eficiente.
Los disparos y la cantidad de heridos de arma blanca que
dejó la sanguinaria refriega son evidencia palpable del fracaso del operativo
de control, pero también hubo otros responsables del espectáculo que no
cumplieron con su parte. Uno fue el organismo bonaerense encargado de la
prevención de la violencia en el fútbol, Aprevide; y otro, el propio club
Quilmes, que, no obstante los pesados antecedentes delictivos de muchos de sus
barrabravas, sólo tenía a una decena de personas en el listado de derecho de
admisión al estadio. Sospechosamente, ninguno de los protagonistas de la
barbarie integraba esa nómina.
Este dato no es menor. El del lunes no fue el primer
enfrentamiento entre grupos de la hinchada de Quilmes. En los últimos dos años
los bandos que responden a los Becerra y a Ramiro Bustamante han dirimido a
tiros su lucha por controlar espacios de la tribuna, la reventa de entradas y
el manejo de puestos comerciales dentro del estadio y fuera de él. Y últimamente,
por un clásico de cada cuatro años: el manejo de los tickets y pasajes para los
mundiales de fútbol.
Además, cabe recordar que en 2012, estando ya Fernández en
la presidencia del club, uno de los sectores en pugna usó el estadio para
pasear el féretro del hijo de uno de los jefes de la barra brava que había
fallecido escapando de la policía, con lo cual debió suspenderse el partido que
se estaba jugando.
El hombre al que se vio cómo golpeaban brutalmente en la
pelea del lunes es Mario Becerra, el mismo que aparece muy cerca de Aníbal
Fernández cuando éste, en agosto de 2013, festejaba su reelección como
presidente del club quilmeño. Mario Becerra es hijo de Osvaldo "Dedo"
Becerra, histórico líder de una de las facciones en pugna.
Muchos de los barrabravas de Quilmes que hoy pelean
ferozmente estuvieron en su momento muy cerca del ex intendente Sergio
Villordo, compañero de ruta de Fernández; también de Marcelo Mallo, el titular
de Hinchadas Unidas Argentinas, engendro auspiciado por el kirchnerismo que
exportó la violencia de nuestro fútbol al Mundial de Sudáfrica y que se prepara
para llevar representantes argentinos a Brasil en pocos meses. Son los mismos
que hoy ponen en las tribunas banderas de la agrupación Arturo Jauretche, del
mencionado senador nacional.
Lo que ocurrió en Quilmes tiene sólo dos explicaciones: los
distintos actores encargados de la organización y la seguridad del espectáculo
son manifiestamente incapaces o forman parte de la red de complicidades ya
probada de los poderes políticos y los delincuentes disfrazados de hinchas.
La manera artera en que esos mismos actores deslindan sus
responsabilidades es el mejor camino para que lo peor de la política y la
delincuencia sigan generando violencia y muertes en los estadios argentinos.
Fuente La Nación
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