Por Eduardo Castiglione
Las tormentas de críticas sobre los entrenadores por la
realización de un cambio son habituales. Y en general, desde afuera, la falta
de análisis manda sobre todo.
EL CAMBIO. Mora sale y le deja su lugar a Rogelio Funes
Mori en el Superclásico.
Hinchas y periodistas, gente de fútbol al fin de
cuentas, practican cada vez con mayor intensidad el juzgamiento público de los
directores técnicos cuando el resultado final no acompaña la decisión tomada,
respecto de alguna/s variante/s, por el máximo responsable del grupo. Así como
un día se le adjudican méritos exagerados a los DT por la elección de
determinada individualidad para un momento particular del encuentro, hogueras
de reproches y subjetividades les aguardan a todos aquellos a los que el marcador
no acompañe tras haber incluido a Juan en lugar de Pedro.
En el actual escenario, sobre Matías Almeyda se
descargó munición gruesa por haber dejado a David Trezeguet en cancha y excluir
a Rodrigo Mora (la figura del Súperclásico). Por supuesto que es opinable, de
acuerdo con los gustos de cada uno, si Rogelio Funes Mori debió ingresar por
uno u otro delantero. Pero de ahí a condenar a Almeyda como si hubiese cometido
un error garrafal, de principiante, de no probo para la función, es
definitivamente buscar un chivo expiatorio para colgarle un 2-2 final donde
algunos jugadores -por ejemplo Leandro González Pirez, autor de un penal
absurdo- deberían pasar por el confesionario mucho tiempo antes que el
entrenador. A nadie le importó los por qué de Almeyda; alcanzó y sobró tenerlo
de muñeco para practicar tiro al blanco. Y encima después Mora explicó que él
mismo había pedido la variante por un problema físico.
Un director técnico ya no decide unilateralmente una
variante. Sí queda para él la decisión última. Tiene uno o dos asistentes con
los cuales cambia información, imagina situaciones y analizan pros y contras
antes de poner el dedo en el gatillo. Hay cruce de información sobre las
fortalezas y debilidades que quedarán expuestas si, además del cambio, también
se transforma el esquema (por caso, cuando entra un atacante y sale un
mediocampista o defensor). Existe también un análisis previo, durante la
semana, de probables variantes de acuerdo con el desarrollo del juego y sus
tres resultados posibles.
¿Puede alguien, en un marco de sensatez, creer que
Alejandro Sabella en la Selección Argentina, con Julián Camino sentado a su
lado y Claudio Gugnali analizando al rival desde el palco, va a levantarse del
banco de un tirón y disparar una variante sin dialogar previamente con sus
colaboradores? Después, que el jugador mandado al campo sea capaz de realizar
la tarea encomendada es otra cuestión. Porque el cambio puede ser irreprochable
en el momento y mutar a disparador de una derrota por el fracaso de la individualidad.
Por supuesto que hay cientos de ejemplos que podrían
tironear de la cuerda por uno u otro lado. Recurriremos sólo a dos. En la final
de la Copa América de Perú 2004, con la Argentina ganando 2-1, Marcelo Bielsa
incluyó a Facundo Quiroga por Carlos Tévez cuando restaban jugarse los tres
minutos de descuento. La indicación para Quiroga, seguro de que Brasil buscaría
la igualdad por arriba, fue concreta: "Acomodate entre los dos centrales y
andá sobre Adriano para que no cabecee ni la peine". Brasil empató en el
minuto 48 con una pelota que Adriano forcejeó con Quiroga en el aire, picó y de
zurda fusiló a Abbondanzieri. ¿Quién se equivocó? ¿Bielsa o el defensor? ¿O fue
cuestión del destino? El entrenador acertó en todo, como que hasta anunció lo que
iba a suceder y le puntualizó a su dirigido cuál era la función. Ni así
alcanzó. Brasil empató y luego fue campeón en la definición con tiros desde el
punto penal.
Con Miguel Angel Russo como director técnico, Racing
goleaba 4-0 a Olimpo en Avellaneda. Los bahienses marcaron tres goles en 7
minutos y los "ooooooole" anticipados de la popular se transformaron
en angustia, insultos y espasmos estomacales. A los 18 minutos del segundo
tiempo, Russo incluyó a Bruno Zuculini y excluyó a Teófilo Gutiérrez para fortalecer
el medio campo, convencido de que si no frenaba a Olimpo en ese sector del
campo, cualquier pelota en el área de Racing tenía destino de empate. ¿Que
hubiese analizado la mayoría del público y muchos de los periodistas si, a
pesar del cambio, el resultado final hubiese sido de empate o derrota? Seguro
que Russo habría sido acusado de timorato, miedoso, ultra defensivo o cualquier
adjetivo calificativo que aligerara las aguas de la culpa del resto.
En una sociedad como la argentina -sobre todo la
futbolera- que cada vez más necesita tener culpables en vez de analizar las
causas, que ruede seguido la cabeza de un director técnico, aunque sea el menos
culpable de la sucedido, sirve de calmante circunstancial para sofrenar la
sinrazón.
La yapa
Ninguna receta asegura nada en fútbol. Huracán se
reforzó con jugadores habituados a jugar en Primera -Daniel Islas, Eduardo
Domínguez, Walter Busse, Hugo Barrientos, Jerónimo Barrales y Matías
Defederico- y ocupa el último puesto en la B Nacional. Gimnasia y Esgrima La
Plata, el puntero de la categoría, tiene su "joyita" en Facundo Abel
Pereyra (siete goles), quien dos años atrás pasó por Estudiantes de Caseros
(nueve goles en 36 encuentros) sin alcanzar un nivel que llamara la atención.
Fuente Clarín

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