Por Ezequiel Fernández Moores
28 de Diciembre de 2011
Por Sebastián Domenech
En qué momento el fútbol argentino comenzó a cambiar
historia por histeria?
¿Cuándo los capos de las barras comenzaron a compartir
cámaras con los cracks?
¿Cuándo la épica dejó los campos y se mudó a las
tribunas?
¿Cuándo el amor al fútbol devino show?
¿Cuándo la TV nos vendió que
teníamos "el campeonato más competitivo" del mundo?
¿Cuándo nos
creímos que "lo único" importante era ganar?
¿Cuándo privilegiamos la
lucha por sobre el juego?
¿Cuándo los pichones de cracks de clubes vaciados
pasaron a ser propiedad de los fondos de inversión?
¿O cuándo Julio Grondona
decidió eternizarse en la AFA?
Crónicas de todas las épocas suelen lamentar que
en la década anterior se jugara mejor.
Los recuerdos siempre son más generosos
que el presente.
Pero 2011, un año sin ningún título internacional para el
fútbol argentino, y con River en la B, confirmó un declive de profundidades
impensadas, que alcanzó incluso al seleccionado mayor.
Se debate sobre posibles
cambios de formato de campeonatos para 2012.
Pero el problema no es el envase,
sino el contenido.
Pocas veces como Barcelona en 2011 un equipo mostró una
superioridad tan apabullante sobre el resto.
Primero fue el baile a Manchester
United en la final de la Liga de Campeones, en mayo. "No pudimos hacer
nada para quitarle la pelota. Nada. Nada. ¡Pero nada, ¿eh?! Imposible."
Wayne Rooney, el atacante estrella de Manchester, contó también que el día del
5-0 de Barça a Real Madrid en el Camp Nou, en noviembre de 2010, estaba solo en
su casa. Y que se levantó del sillón "para aplaudir algo que nunca había
visto".
Unos días atrás, en apenas una semana, Barcelona dio primero otra
paliza a Real Madrid y esa misma noche partió a Japón para dar "una
lección" a Santos, como admitió Neymar. El debate argentino sobre
Barcelona ahora es brasileño. La goleada a Santos salió de la TV de cable, habitual
transmisora de los partidos de Barcelona, y fue vista por millones a través de
Globo. "Para quien nunca vio a Barça...", decía Cleber Machado en su
relato. "La historia pasó ante nosotros, pero no la historia del fútbol,
sino la historia del arte", escribió un comentarista, asombrado tras la
exhibición. "Barça: el nuevo Santos de Pelé", tituló otro.
Pep
Guardiola, DT de Barcelona, un amante de la belleza que lleva 13 títulos en
menos de cuatro años, dijo tras la victoria que su equipo, simplemente, se pasó
la pelota, "como mi padre me dijo que lo hacían antes los
brasileños".
"O maior jogo do mundo", tituló en 1962 un diario
de Río de Janeiro la final por la Copa Brasil entre Botafogo y Santos. Había en
la cancha ocho titulares y tres suplentes del seleccionado que venía de
coronarse en Chile bicampeón mundial. Pelé, Garrincha, Nilton Santos, Zito,
Pepe, Amarildo, Zagallo... En esos años, España no jugaba al toque sino a la
furia. La década pasó a ser dominada por el Inter de Helenio Herrera y el Milan
de Nereo Rocco, símbolos del catenaccio . En la Argentina irrumpió el
Estudiantes de Osvaldo Zubeldía. Y Dante Panzeri escribió Fútbol. Dinámica de
lo impensado. Se juega bien o se juega mal, pero no hay fútbol
"viejo" versus fútbol "moderno", entendía Panzeri en 1967.
"Todos nos jugaban a defender, teníamos la pelota 80 minutos. En un
partido Lanús defendió con dos líneas de cuatro, dejó sólo uno arriba y ganó
con dos goles de contragolpe. Ahora quieren presentar esa actitud como táctica.
Y eso siempre se llamó amontonarse", le contó Carlos Peucelle, integrante
de La Máquina de River. El Racing de Santander que dirigía hasta su despido
Héctor Cúper preparó en octubre pasado una doble muralla ante Barcelona.
Guardiola entendió que su habitual sistema de pases podía no servir y eligió
atacar con puros gambeteadores. Ganó por 3-0. Antes de la final reciente de
Japón, pasó dos días mirando videos de Santos. Pensó que un delantero de punta
moriría ante los grandotes del fondo. Decidió atacar con volantes. Ya no fue
sólo Messi un falso 9. Thiago fue falso 11. Dani Alves, falso 4; Iniesta, falso
10. Así, casi todos. Si el fútbol es el arte del engaño, Barcelona jugó como
nunca al fútbol-total.
"¿De qué jugabas?", preguntarán en el futuro a
cualquiera de sus jugadores. "De Barcelona", responderán.
Dinámica de lo impensado, reeditado en estos días en España
por la editorial Capitán Swing, que volverá a publicarlo en marzo en la
Argentina, dice en un pasaje que "para adelantar hay que retroceder. Lo
antiguo puede no ser caduco.
Lo moderno puede no ser progresista". Cito la
frase porque pienso en una imagen del Barcelona 2011. No la de los lujos, ya
repetidos y elogiados. Pienso cuando Barcelona, fiel a eso de "retroceder
para adelantar", retrasó la pelota al arquero Víctor Valdés en el último
clásico. Iban 21 segundos. Tito Vilanova, asistente de Guardiola, ni siquiera
tuvo tiempo para sentarse en el banco. Valdés salió mal con los pies y Karim
Benzema puso 1-0 arriba a Real Madrid.
Los minutos siguientes fueron de pura
tensión. Porque el Madrid venía de 15 triunfos seguidos y muchas goleadas,
jugaba en casa alentado por más de 80.000 personas y estaba hambriento de
venganza. Corrió morbo de fin de ciclo en el Bernabéu. Pero Barcelona no se
achicó. Siguió pasándole la pelota a Valdés. Y el arquero siguió arriesgando
con los pies, abriendo a los laterales o hacia adelante si algún central
quedaba libre. Cualquier hincha argentino lo habría insultado. Barça terminó
ganando con baile. Pero elijo esa media hora, hasta el empate de Alexis
Sánchez, porque confirmó que el fútbol, además de táctica y técnica, y de
cracks y funcionamientos colectivos que pueden ser imposibles de copiar, es
también un juego de convicciones. La FIFA condicionó el pase al arquero después
del Mundial Italia 90 porque los técnicos lo usaban para perder tiempo.
Guardiola lo reinventó para atacar. Cuentan que Pep felicitó a Valdés ante todo
el plantel apenas entró al vestuario. "Otro se habría quitado de encima el
balón, lo habría tirado largo, pero él siguió igual, porque necesitamos continuidad
en el juego. Fue la imagen perfecta que demuestra lo que es este equipo",
lo elogió ante la prensa.
El riesgo que asume Barça es la contracara del miedo que
domina al fútbol argentino.
Guardiola arriesga aun en la comodidad del triunfo.
Está siendo "infiel" a su esquema vencedor. Pasó al cruyffista 3-4-3
y, con los fichajes estelares de Cesc y Alexis Sánchez, presentó a Thiago y
Cuenca, nuevas joyas de La Masía.
Sorprendió a los rivales y nos hace creer que
el futuro puede ser aun mejor. Una respuesta al escepticismo de Panzeri, que
despreciaba a los entrenadores que querían "organizar la
espontaneidad", algo imposible -decía- porque siempre habrá además una
"oposición combativa" que buscará "el despojo" de la pelota.
"Europa sólo nos vende libros de fútbol", protestaba Panzeri, que
murió en 1978. Jamás imaginó que algún día llegaría el Barça de Guardiola.
La
conmoción en Brasil, "o país do futebol", fue tal que Mano Menezes,
DT del seleccionado, emitió un comunicado. Pidió que la derrota de Santos abriera
"una discusión más profunda y provechosa sobre los verdaderos problemas
del fútbol brasileño". Su equipo nacional había tenido cerca de 70% de
posesión de pelota y fallado una decena de clarísimas situaciones de gol cuando
Paraguay lo eliminó por penales en la última Copa América. "Ganamos de
c...", se sinceró Tata Martino, entonces DT de Paraguay.
Minutos antes, la
televisión había elogiado su "orden táctico". Fue un torneo que, en
líneas generales, premió a los que menos arriesgaron. "Gracias a Dios
existe la pelota parada", se exaltó un comentarista tras un gol que llegó
de un tiro libre.
Seis meses después, con esa misma exaltación, el comentarista
saludó el juego de elaboración y riesgo de Barcelona.
Cambian convicciones por
conveniencias.
Como diría Tostão, les gusta la victoria, no el fútbol.
Fuente la Nación
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