AP
Por Eduardo Verona
La caída 1-0 en Quito, más allá de la frustración en la Copa
Sudamericana, revela que la ausencia de calidad individual para resolver
situaciones favorables frente al arco rival se paga al contado rabioso y sin
atenuantes
Concretada la eliminación el pasado martes en cuartos de
final de la Copa Sudamericana en la altura de Quito (2800 metros sobre el nivel
de mar), no se puede ocultar lo que se visibilizó claramente durante el
desarrollo del partido: Independiente no tiene jerarquía individual en sus
hombres de ataque.
Sebastián Beccacece declaró pocos minutos después de la
derrota que “No tuvimos eficacia y lo que pasó se explica por la falta de
contundencia, porque tuvimos situaciones para ponernos en ventaja”.
Las palabras del entrenador de Independiente son
inobjetables. Lo que no dijo, porque no lo podría decir, es que esa notable
falta de eficacia y contundencia ofensiva no es atribuible a factores
circunstanciales o relacionados con las dificultades que siempre provoca actuar
bajo los efectos de la altura.
El problema es de calidad. De ausencia de calidad para tomar
buenas resoluciones. Y esto no es responsabilidad de Beccacece. Esto es
responsabilidad de los jugadores que protagonizaron las opciones para
desnivelar y las despilfarraron.
En este rubro, hay que ser muy claro y puntual: las
ocasiones de gol que durante el primer tiempo tuvieron en el área de
Independiente del Valle, Francisco Pizzini, Sebastián Palacios y el paraguayo
Cecilio Domínguez (la inversión de 6 millones de dólares por el 70 por ciento
de su pase de ninguna manera se justifica), solo encontraron resistencia en la
ineptitud para definir llegadas que en el segundo tiempo no se repitieron.
Un nivel de ineptitud específica que, por ejemplo, en
Pizzini no es ninguna novedad. Forma parte de su equipaje desde que debutó en
la Primera de Independiente. Por supuesto que Pizzini no es el culpable de la
derrota. Pero hay situaciones de gol que no deberían malograrse de forma tan
grosera y evidente.
Detrás de él; el resto de los jugadores que en la primera
etapa encontraron tiempos y espacios para desequilibrar. Y no lo hicieron. Lo
mismo le cabe a Martín Benítez, reemplazando a Domínguez casi en el comienzo
del complemento. Dispuso casi sobre el cierre del encuentro de una chance
entrando al área por la derecha y en lugar de rematar al arco tomó la decisión
de ir hasta el fondo y habilitar a un fantasma en una maniobra incomprensible.
Fueron estos episodios muy mal interpretados los que
terminaron dejando a Independiente eliminado de la Copa Sudamericana. No
hablamos de chivos expiatorios. O de superficialidades anecdóticas. Hablamos de
hechos que nadie puede desconocerlos. Faltó eficacia porque falta jerarquía
individual.
Sin jerarquía individual cualquier relieve colectivo queda
distorsionado. Porque los aportes tienen que ser parejos para que se adquiera
un perfil convincente. En Independiente esos aportes (los ofensivos) fueron
demasiado mediocres. Y el equipo pagó con creces esa debilidad.
¿Deja alguna lección esta caída de Independiente en Quito?
La lección en estos casos es la de siempre: en la instancia determinante de
cada jugada, todo depende del conocimiento genuino o adquirido de cada jugador.
No talla el técnico en ese momento. No influye. Si alguien pone mal el pie para
pegarle a la pelota en un mano a mano o elige peor en otra circunstancia, es
una cuestión que revela lo que no tiene. Y lo que muy difícilmente pueda
conquistar.
Fuente Diario Popular
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