Por Nahuel Lanzillotta
Racing se llevó el triunfo por aprovechar los regalos de un Rojo que todavía esta verde y se defiende muy mal. Esas fallas tapan las mejorías en ataque y anclan el crecimiento del equipo.
La bronca y la calentura todavía dura y va a seguir durando
en los estómagos de los hinchas de Independiente. La dura derrota de local en
el clásico fue otro golpe directo a un corazón que ya viene recibiendo varios
impactos hace tiempo y ya no resiste más. Pero detrás del enojo, hubo un
partido que en el análisis global se dio parejo, con un dominio repartido por
tiempos. Lo ganó el menos verde, el más oportunista, el más consolidado como
equipo, el que saca la diferencia en los detalles y el que no perdona cuando el
rival le regala espacios. Ese fue Racing, que en dos jugadas puntuales sacó
provecho del desorden rojo.
Fue así: Independiente perdió el clásico de Avellaneda en
dos jugadas que expusieron una vez más las terribles fallas del equipo en el
retroceso y en las marcas de mitad de cancha hacia atrás. Pero también hay que
mirar más arriba, porque las complicaciones del Diablo nacen a su vez de una
floja labor en marcar en ataque.
El primer gol de los vecinos, a los dos minutos de juego
nomás se gestó de un lateral defensivo de Racing, que atrajo marcas y jugó
largo a espaldas del lateral derecho, Alex Vigo, que quedó siempre corriendo
desde atrás y muy lejos de los centrales, Sergio Barreto y Juan Manuel
Insaurralde. Barreto también había salido lejos y solamente pudo tomarle la
patente a Chancalay en su corrida. Y el Chaco, en una sucesión de errores,
pifió al calcular mal al momento de intenta cortar de frente y quedó pagando
como un amateur. El último error -horror- estuvo en que nadie acompañó a
Gabriel Hauche, quien tomó el rebote del palo con total libertad entrando por
el medio del área.
Un concierto de desconciertos desde el vamos producto de
bajos niveles en el mediocampo y en la defensa, pero también de un mal planteo
inicial de Eduardo Domínguez. Lo corrigió en el entretiempo con los ingresos
oportunos de Saltita González y de Alan Soñora. Diagramó un 4-3-3 en el que
Lucas Romero tenía más visión de pase corto para comenzar a construir el juego
que no se pudo elaborar en toda la primera etapa.
Independiente pasó a ser dominador absoluto de inmediato.
Llegó al merecido empate con ese zurdazo demoledor de González y tenía todo a
disposición para ganarlo. Sólo le faltaba ver de qué manera iba a convertir el
segundo grito. Tiros en los palos y atajadas del Chila Gómez. Racing estaba
contra las cuerdas, a punto del nocaut. El clásico se había dado vuelta como
una tortilla. Pero todavía le quedaba una vuelta final más porque Independiente
lo permitió.
Un pelotazo cruzado de izquierda a derecha y una asistencia
de cabeza de Mura que desarticuló por completo a los centrales rojos. Entre
ellos, Enzo Copetti no perdonó. Otra vez Insaurralde leyó mal la jugada. Falta
de timing, lentitud y floja reacción. Barreto tampoco se salvó, aunque venía
cumpliendo una correcta tarea a lo largo de la noche ganando los duelos
individuales. Pero el Rojo falla en su conjunto, en lo colectivo. No termina de
funcionar en el todo. Y eso lo hace inseguro, vulnerable, desprotegido.
Puede ser esta la respuesta al interrogante de por qué cada
situación de gol que le generan es gol. Tiene una grieta que lo recorre en toda
su estructura y por allí se le filtran los puntos que va perdiendo y que lo van
alejando de los primeros planos fecha a fecha.
Se insiste, dos jugadas necesitó Racing para ganar un
clásico que tenía para perderlo. Dos jugadas a las que Independiente todavía
les está buscando alguna explicación. Dos jugadas que tapan las mejorías en
ataque y que anclan el crecimiento. Dos jugadas y una derrota que deja huella.
Fuente Infierno Rojo
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