Quien suscribe debe ser de las pocas personas en el mundo (tal vez la única) a las que nunca les agradó mucho la idea de estampar sus camisetas con el nombre y número de algún jugador.
Por una razón, supongo que ligada al despertar efervescente
de la pasión por Independiente en una temprana edad, mi cabeza se comenzó a
inclinar por esa tendencia. Y sin duda alguna, crecer con el ‘dolor’ de
presenciar salidas de ciertos futbolistas muy queridos a otros clubes o la
enorme expectativa volcada en refuerzos de renombre que habían triunfado en
otros equipos pero que luego trastabillarían en el nuestro, tuvieron mucho que
ver.
Tal vez el tiempo no cure todas las heridas, pero sí sanó
varias de las nuestras: esto hoy ya no tiene mucho sentido, pero ¿cómo alguien,
en 2004/5, podía soportar la frustración de tener la ´10´ del Pocho Insúa?
¿Cómo hubo gente que se dignó a estamparse la ‘7’ de
Leguizamón en el 2013?
¿Dónde estarán escondidos esos ’19’ de Farías que habrán
explotado en marzo de 2012 con el hat-trick a Boca?
¿Cómo hay gente que tiene un estampado de Pizzini? Y así, muchos
ejemplos más.
Desde chico, y cada vez que Independiente perdía feo, me
acostumbré a prestarle cierta atención a las camisetas de los hinchas a la
salida de la cancha.
¿Vieron ese momento que surge entre la aglomeración de gente
dirigiéndose hacia la puerta más próxima y la primera charla sobre el partido
con nuestros acompañantes?
Bueno, ahí. No sé si es un ‘hobby’ para intentar dejar de
lado la angustia o un TOC ya inmerso en mí, pero hoy todavía lo sigo haciendo.
Y me llevo cada sorpresa…
En fín, corría diciembre de 2017 y allí estábamos: Río de
Janeiro y un atardecer maravilloso e inolvidable en la explanada del Maracaná.
Quizás la costumbre de ojear camisetas luego de los partidos no la tenga todo
futbolero, pero sí hay una que no falla: prometer cosas antes de una final. Soy
de caminar a Luján todos los años y me hice tatuajes en ocasiones anteriores,
así que descarté las típicas dos opciones.
“¿Qué puedo hacer?”, pensaba mientras agradecía a la vida (y
a mis amigos, claro) porque aquel ticket caído del cielo dio ‘luz verde’ para
poder entrar al estadio. Y de repente, esto se apareció delante mío como una
especie de señal divina:
Primero traté de entender cómo pudo ser que Jorge Pereyra
Díaz termine jugando en Independiente. Pero más allá de eso, y sin entrar en detalles
sobre si la indumentaria era oficial o
no,¿Cómo alguien pudo estamparse su nombre en una camiseta?
Entonces me dije, ‘no importa quién o cómo, pero si hoy me
voy festejando de este mítico estadio, voy a ‘sacrificar’ la camiseta que más
me guste de esta temporada y llevará para siempre al actor principal de dicha
alegría’.
¿Y saben algo? No pude haberme puesto más feliz cuando
terminó el partido y supe que llevaría el nombre del ’27’, que no solo la
rompió en esa final, sino que tuvo su ‘revancha’ luego de las críticas que
recibió por errar aquel penal con Lanús que nos dejaba ‘sin chances’ de
disputar la Libertadores 2018.
Y meses después, con su ‘polémica’ salida a Atlanta ya
conclusa y en medio de los agravios que recibió por ser hincha de Boca, yo no
paraba de lucir la única camiseta de mi colección que lleva un apellido y un
número grabado en la espalda. Y no dudaba -ni dudo, jamás- en defenderlo en
cualquier discusión, porque me regaló la mejor noche de disfrute que viví junto
al Rojo.
Y confío, ciegamente, en que va a volver a regalarnos muchas
más.
Pensar que esa casaca pudo haber tenido el nombre de Benítez
todavía me genera algo de escalofríos, pero lo hubiese estampado igual. Porque
las promesas se cumplen. Y esa es una ley que todo futbolero conoce.
Fuente Orgullo Rojo
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