José Brusco / Diario Popular
Por Eduardo Verona
A pesar del voluntarismo y de algunas señales positivas y
negativas que van y vienen, nadie podría negar que el club que administran Hugo
y Pablo Moyano desde hace poco más de cinco años entró en una zona de altísimas
turbulencias que afectan de manera notable su economía, su capitalización
deportiva y su presente futbolístico.
La durísima caída ante Racing el pasado domingo 9 de febrero
(no está de más recordar que Racing en 2015, en su estadio perdió 2-1 frente a
un Independiente con 9 jugadores y que en 2017 volvió a perder en su cancha
ante el Rojo 1-0, que jugó desde los 25 minutos del primer tiempo con 10
jugadores, la mayoría de ellos suplentes) instaló en Independiente enormes
frentes de tormenta que no se pueden ocultar ni disimular ni aún después de
derrotar al Fortaleza por la Copa Sudamericana o empatar contra Arsenal por la
Superliga.
Repetir que Independiente está atrapado en un desconcierto
futbolístico e institucional desde que se consagró campeón de la Copa
Sudamericana el 13 de diciembre de 2017 bajo la conducción del sinuoso e
inefable Ariel Holan, es una realidad inapelable.
El equipo se fue deslizando por un tobogán interminable en
sintonía con la insustancialidad y el ego indomable de Holan y el accionar y la
mirada siempre persecutoria de Hugo y Pablo Moyano, secundados por Yoyo
Maldonado, quien es el único que muestra una apreciable cintura política.
Los episodios negativos se fueron uniendo en un larguísimo
eslabón de fallidos imposibles de digerir para un club de la dimensión
histórica de Independiente. Uno de los últimos fue la salida inexplicable de
Pablo Pérez. Porque su desvinculación urgente y desesperada en pleno desarrollo
del torneo fue una medida propia de una dirigencia fuera de control que solo
atina a tomar decisiones espasmódicas.
Pérez no la había descosido en su tránsito por
Independiente. Pero era evidente que se había constituido en el mejor jugador
que disponía el entrenador Lucas Pusineri. Y además era la voz más influyente
de un plantel caracterizado por cierta tibieza de procedimientos en tiempos de
adversidades futbolísticas. Pérez no confrontaba con los Moyano. Pero les
hablaba sin pedir permiso. Y sin miedo. Porque a los Moyano (en especial a
Pablo) les encanta despertar miedo en sus interlocutores de turno.
La fuerte personalidad de Pérez fue motivo suficiente para
que en Independiente prefirieran tenerlo bien lejos. Y lo cedieron a Newell’s,
sin desconocer que dejaban al equipo sin un jugador con una presencia muy
activa adentro y afuera de la cancha. El plantel rápidamente acusó recibo. Y en
el cruce frente a Racing se manifestó un cimbronazo que se reveló en la actitud
light del equipo para afrontar el partido, incluso con la sugestiva deserción
de Alexander Barboza pocas horas antes de disputarse el clásico.
Ese perfil de equipo vacío y entregado que denunció
Independiente ante Racing no debería subestimarse en nombre de las distintas
circunstancias que oscurecen o iluminan el fútbol. Algo ocurrió esa noche en
Avellaneda, más allá de la celebradísima victoria de la Academia. Algo que
Pusineri no pasó por alto, aunque en este caso haya declarado lo habitual:
“Yo soy el responsable de lo que ocurrió”.
La realidad es que la partida de Pérez tuvo efectos muy
negativos en la interna del plantel. Efectos que trascienden los episodios de
un partido. Porque Independiente se quedó sin voces potentes. Ya se había
desprendido de Nicolás Tagliafico después de conquistar la Copa Sudamericana,
luego de Emmanuel Gigliotti hace poco más de un año, se despidió Nicolás
Domingo en el arranque de esta temporada junto a Nicolás Figal y se alejó
Pérez.
La conformación actual del plantel por supuesto no está
ajena a las responsabilidades intransferibles de la dirigencia.
“Nosotros hicimos lo que los técnicos nos indicaban”,
aseveró Pablo Moyano en los últimos días. Lo más fácil del mundo es tirar la
pelota afuera. Y él lo hace con una perseverancia y convicción notable.
Enfoca a los entrenadores como los culpables excluyentes de
la política de incorporaciones y desafectaciones de jugadores. Se ubica como un
espectador pasivo de errores que no lo alcanzan. Y no como el arquitecto de una
estructura que delata graves insuficiencias operativas desde la estupenda
coronación de Independiente en Río de Janeiro.
Aquella consagración en el Maracaná frente al Flamengo
estableció un antes y un después. Como si el triunfo derrumbara todos los
equilibrios. Y provocara un descalabro que, sin pausas, en el plano económico y
deportivo se fue profundizando.
Esta ausencia de un criterio inteligente para leer las
coordenadas del juego expuso a Independiente de manera brutal. Teniendo todo
para extender su bonanza futbolística, Hugo y Pablo Moyano fueron desmantelando
sin sutilezas ese valioso capital.
Es cierto, Holan (representado por Fernando Hidalgo)
autodestruyó su propia obra. Y no encontró freno a ese ímpetu demagógico y
oportunista.
La reconstrucción, a partir de allí, no se produjo.
Independiente no paró de retroceder. La conducción de Moyano, que había puesto
nuevamente al club de pie después de la caótica y mesiánica administración de
Javier Cantero (elogiado ahora por la ultraliberal macrista Patricia Bullrich y
protegido desde hace años por un lobby periodístico), fue perdiendo
perspectiva, dilapidó recursos y se alejó por completo de cualquier lectura
autocrítica, culpando siempre a la prensa y denunciando una actitud despojada
de argumentos convincentes.
El equipo, muy debilitado por la crisis económica y sin
ninguna química con el clan Moyano, se aferra junto con Pusineri a la ilusión
de encontrar un refugio en medio del temporal. Es una postal. Y un paisaje que
no está a la altura de la historia centenaria de Independiente.
Fuente Diario Popular
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.