Para la Argentina no hay un remanso y está en máximo riesgo:
el cambio de escenario y la rueda de nombres no dio soluciones; el martes, ante
Ecuador, definirá su futuro
Por Claudio Mauri
La búsqueda de la Argentina incluyó acciones como esta de
Benedetto, casi un intento improbable en el área peruana, rodeado de rivales.
Foto: LA NACION / Santiago Filipuzzi
Nada mejora, todo empeora. Tampoco hubo redención en la
caliente y acogedora Bombonera. Pero a la Argentina se le hiela la sangre al
ver lo complicada y atravesada que está.
No hay escenario, rival ni formación propia que le venga bien. Se tuerce, demasiado ya, lo suficiente como para que la clasificación al Mundial entre en una zona de máximo riesgo. No suenan las alarmas, aturden. Hoy la Argentina está afuera de Rusia y sólo le queda una posibilidad, en la altura de Quito, para enderezar un destino que sigue yendo derecho al descalabro. Busca a ciegas y no encuentra un atajo ni un remanso. Depende de sí misma, aunque eso tampoco sería para ilusionarse porque este seleccionado se ayuda poco, como si no aprendiera a socorrerse en la emergencia. Y se sabe que nadie de afuera lo va a ayudar ni compadecerse. Perú fue otro rival que se nutrió de la impotencia y esterilidad argentina.
No hay escenario, rival ni formación propia que le venga bien. Se tuerce, demasiado ya, lo suficiente como para que la clasificación al Mundial entre en una zona de máximo riesgo. No suenan las alarmas, aturden. Hoy la Argentina está afuera de Rusia y sólo le queda una posibilidad, en la altura de Quito, para enderezar un destino que sigue yendo derecho al descalabro. Busca a ciegas y no encuentra un atajo ni un remanso. Depende de sí misma, aunque eso tampoco sería para ilusionarse porque este seleccionado se ayuda poco, como si no aprendiera a socorrerse en la emergencia. Y se sabe que nadie de afuera lo va a ayudar ni compadecerse. Perú fue otro rival que se nutrió de la impotencia y esterilidad argentina.
El partido se cerró con Romero tapando al ángulo un tiro
libre del indomable Guerrero. Unos minutos antes, las esperanzas se habían ido
por el desagüe con dos tiros libres a los que Messi no les sacó el mismo
provecho que se suele ver en Barcelona. De todas maneras, sería injusto cargar
toda esta pesada mochila sobre la espalda de Messi, que fue el que más hizo en
el segundo tiempo para ganar el partido. Compañía tuvo poca y así todo es más
complejo.
Como si fuera una continuidad del segundo tiempo contra
Venezuela, se extendió la intrascendencia durante el primer tiempo. El
seleccionado siguió instalado en esa atonía de la que no la sacaba ni el juego
colectivo ni el fulgor de alguna individualidad. Se ejerció una iniciativa sin
desequilibrio ni ideas.
La furia que había proclamado Sampaoli no estuvo durante los
primeros 45 minutos. Tampoco un juego pensado, bien construido. Sin encontrar
soluciones en la rueda de cambios a la que está sometida la formación, perdura
la impresión de que no se encuentra al equipo. Los une la camiseta, no un plan
de juego aceitado.
Perú no se dejó intimidar por el marco; tuvo más presente la
pobre actualidad argentina para afirmarse en un esquema sólido. El 4-1-4-1 de
Gareca le fue negando espacios a un rival impreciso y previsible. Cuando buscó
por afuera con Papu Gómez -no se lo vio cómodo sobre la izquierda, teniendo que
resolver con el perfil cambiado-, Acuña o Mercado, la Argentina no terminaba
bien las jugadas. Los centros eran imperfectos, sin destinatario, con un Benedetto
fuera del radio de acción. El que mejor lo encontró al delantero de Boca fue
Messi, con una asistencia cruzada, pero su cabezazo salió desviado. La
posibilidad más clara para la Argenina llegaba en el último minuto del primer
período. Como otras veces, faltó eficacia, serenidad en la última puntada.
Las mejores triangulaciones pasaban por los pies de Perú,
reconocible en su escuela de buena técnica. A un toque, por momentos salía del
ahogo al que intentaba llevarlo la Argentina. Guerrero estableció con Otamendi
un tremendo duelo físico, dos titanes luchando por arriba y por abajo, con
saldo más favorable para el zaguero de Manchester City.
Messi se lanzó a varias aventuras individuales en zona
central, en medio de un bosque de piernas que le mordía la pelota. Aun así,
Messi era la mayor esperanza, por no decir la única. Aunque intermitente, una
luz en medio la oscuridad. Messi de salvador, todo un síntoma de las carencias
del resto, de un equipo sin ensamble ni "las relaciones" que Sampaoli
pretendió encontrar en los dos días de práctica en los que varió la alineación
hasta el mareo.
Mascherano con la lanza saliendo desde el fondo también era
un signo de que la usina de juego en el medio no funcionaba, con un Banega que
volvió a desaprovechar una oportunidad, mientras que Di María, por la derecha,
no acertaba una, como si fuera un principiante. No lo salvó su condición de
histórico, fue reemplazado por Rigoni.
Messi tuvo un comienzo iluminado en el segundo tiempo. Creó
y asistió. Y ahí aparece la otra secuencia del drama del seleccionado: erra
goles increíbles, el arco se le transforma en el ojo de una aguja. Benedetto,
Gómez y Rigoni tuvieron el gol en sus pies, en situaciones que el 10 había
generado. Todas desperdiciadas, y detrás de eso, la confianza que se extravía,
la ansiedad que crece, la mente que se nubla. La tormenta perfecta. Pero
quedaría más. Los angustiantes minutos que rodearon a la lesión de Gago a poco
de haber ingresado perturbaron más a un equipo muy susceptible a cualquier
adversidad. A eso después se sumó Mascherano en una pierna y con los cambios
agotados. Con Messi dispuesto a gambetear y chocar, la Argentina se fue
consumiendo. A veces da la sensación de que le resultará más sencillo llegar a
Rusia a nado que marcar un gol.
El fútbol, la mente, el sistema nervioso, la personalidad.
Todo sigue siendo un problema para la Argentina. La Bombonera cobija, pero no
cura. Cuando el equipo, cabizbajo, se metió en el túnel, en las tribunas se
cantó por Boca. La felicidad hay que buscarla en otro equipo, no en esta
Argentina.
Fuente Cancha Llena
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