Por Eduardo Verona
Juega mal Independiente. Y por larguísimos pasajes muy mal.
Duda demasiado el equipo y el entrenador Mauricio Pellegrino. Entre las dudas y
los temores, se expresa un equipo subordinado a los rivales y a iniciativas
ajenas. Por eso sufre en exceso los partidos. Los padece.
Y se frustra
repetidamente vulnerando su autoestima.
¿A qué juega Independiente? La pregunta es simple. La
respuesta, no.
El equipo precipita partido tras partido una sensación
inocultable: está absolutamente vacío, desconcertado.
Y su entrenador, Mauricio
Pellegrino, también. Lo vence la vacuidad y el desconcierto.
No tiene un gran plantel Independiente. Pero, en general,
tiene un plantel aceptable, a pesar de que algunos rendimientos individuales ya
muy evidentes (Hernán Pellerano, Gustavo Toledo y Jorge Ortiz, por citar solo
algunos casos, aunque no son los únicos) no sean aceptables. Son deficitarios.
Como, por ejemplo, lo testimonió el Ruso
Rodríguez mientras increíblemente conservó la titularidad porque el técnico no
se animaba a desplazarlo. Hasta que agotadas todas las instancias y superadas
todas las paciencias, lo desplazó y puso en su lugar al uruguayo Martín
Campaña, de estupenda producción ante Sarmiento y Olimpo, lo que dio lugar a
una pregunta intencionada: ¿por qué no lo sacaron antes al Ruso Rodríguez? Y
otra pregunta: ¿quién o quiénes lo bancaban haciendo lobby a su favor?
Quizás las dudas interminables que expresó Pellegrino para
mandar al banco a ese mediocre arquero que es Rodríguez y darle un chance a
Campaña hace ya cinco fechas, revelen el volumen de inseguridades que vienen
sometiendo al entrenador y a Independiente.
Porque eso, precisamente, transmite
el equipo. Un nivel de inseguridad y temor futbolero para imponer condiciones
que limita notablemente sus posibilidades.
Pellegrino siempre fue un entrenador tacticista. Privilegia
las posiciones y los sistemas en desmedro de las características de los
jugadores. Por eso a Martín Benítez lo encierra contra una banda y lo ahoga.
Por eso pase lo que pase en un partido, siempre propone un doble volante
central. Y no lo quiebra nunca, salvo circunstancias excepcionales. Por eso sus
lecturas son siempre dependientes de los movimientos de los rivales. Porque
subordina a su equipo a las potenciales virtudes de los adversarios, aunque en
los papeles sean inferiores.
Si contagia algo es miedo. Miedo futbolístico. Miedo a
mandar en los encuentros. Miedo a presionar arriba desde el mismo arranque de
cada compromiso. Miedo a ganar la iniciativa. Miedo a tirar al equipo en campo
contrario. Miedo a achicar los espacios presionando arriba. Miedo a ganar.
Todos esos miedos juntos, que no son pocos, delatan una gran debilidad
estructural: Independiente no confía en sí mismo. No cree en sus fuerzas. No se
adivina superior aunque sea superior.
Y esto es mortal para cualquiera. Para una persona que
desarrolle cualquier actividad y para un equipo de fútbol.
Porque está en juego
nada menos que la autoestima. Que puesta en riesgo promueve además la
fragilidad existencial para afrontar las dificultades. Que genera también la fragilidad existencial para afrontar
cualquier partido.
Independiente es lo que se denomina un clásico caso de
diván, dirán los lugares comunes aplicables al juego.
Porque un equipo para
imponer su capital futbolístico necesita plenitudes anímicas. Fortalezas
anímicas. Es lo que hace unas décadas se manifestaba como tener mentalidad
ganadora. O hambre de gloria. O fuego sagrado. O fe poética, afirmaría el Negro
Alejandro Dolina.
Independiente padece esas ausencias. Ni mentalidad ganadora,
ni hambre de gloria, ni fuego sagrado ni fe poética. Es una tristeza galopante
el equipo. Porque no juega convencido. Porque no construye ningún circuito (por
otra parte el Cebolla Rodríguez no es un armador, aunque juegue de armador).
Porque lo atrapan las dudas. Porque ataca con escasísima convicción. Porque no
va al frente como debería ir. Porque amaga y no concreta. Sí, es cierto, es una
cuestión de funcionamiento y hasta de categoría individual (que en varios casos
no hay) para resolver lo que no logra resolver. Pero a la vez excede al
funcionamiento ausente y al relieve de sus jugadores.
Es el desconcierto colectivo y cierto perfume a resignación
lo que prevalece. El mismo que cubre a Pellegrino como una nube tóxica. Es no
saber lo que se quiere. Es falta de decisión. Es tibieza para interpretar las necesidades.
Es liviandad para observar y calibrar las urgencias. Es sacar y poner jugadores
como si todo fuera una gran quiniela nacional que desnuda incertidumbres y
desconocimientos mayores. Sufre demasiado cada partido Independiente. Y sufre
más allá de lo que pueda ofrecer cada rival. Sufre porque no va al boliche a
ganarse a la chica que más le gusta. Va pero no seduce a nadie. Va pero no
corteja a nadie. Va pero no le tira un centro a nadie.
Y se frustra. Porque no conquista ni quiere conquistar.
Porque no gana. Pero tampoco lo intenta como tendría que intentarlo. Se pierde
en la intrascendencia que irrita a su gente. En el fulbito. En el toque que es
toquecito. En el pase que es pasecito. En el centro que es centrito. En la
gambeta que es gambetita, salvo cuando Benítez se olvida de Pellegrino y se
fuga de la banda. No se enciende nunca el equipo, en definitiva. No pasa a la
acción directa. No estimula conductas creativas. Y pierde oportunidades como lo
hizo una vez más frente a Sarmiento afuera y a Olimpo adentro. Juega mal,
entonces. Y juega muy mal durante larguísimos pasajes. Deja agrandar
adversarios. Y los deja porque fue anestesiando su determinación siempre light.
O durmiendo su agresividad futbolística siempre imprescindible para marcar el
territorio.
Para mandar en su propia cancha. Cosa que no hace.
Pellegrino es lo que es como técnico. El que fue antes en
Valencia, Estudiantes y ahora. No se le puede pedir que haga lo que no siente.
Sus métodos están atados a las consignas tácticas. Eso lo desvela. Lo persigue.
Lo arrincona. Es el orden. El equilibrio. Lo accesorio. Las formalidades. Nunca
va a patear el tablero. Nunca va a sorprender con algo. Es un hombre correcto
para un equipo correcto. Pero para ser el primero en escalar la montaña no
alcanza con tanta corrección y recato: se precisa más atrevimiento, más
ambición, más audacia, más incorrección en los planteos y en las búsquedas. Y
más aventura.
Independiente no va a encontrar ese combo con Pellegrino. No
le da el physique du rol, como
sentencian los franceses. Le es ajeno a su identidad. A sus costumbres. A sus
ideas. Por supuesto, los jugadores no son marionetas que solo tienen que
obedecer lo que llega desde afuera. Son directos responsables de la
insustancialidad del equipo que no se define nunca. Pellegrino acompaña y
también lidera esa insustancialidad.
El resultado final es lo que se ve y lo que provoca la
irrupción de la pregunta del arranque: ¿a qué juega Independiente? A pasar
desapercibido. A esconderse en las sombras.
Y lo logra. No le roba una linda
mirada a ninguna piba.
Fuente Diario Popular




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