Por Eduardo Verona
Hernán Pellerano, después del 0-0 ante Racing, identificó el
grado de debilidad estructural que viene afectando a Independiente en
instancias definitorias. El temor explícito a perder condiciona las respuestas
del equipo y limita sus movimientos. Mauricio Pellegrino tampoco encarna el rol
del técnico capaz de enriquecer al plantel.
"En el primer tiempo los atacamos y pudimos hacer algún
gol. En el complemento nos tiramos atrás. El equipo se partió y de contraataque
no generamos nada. Nos equivocamos. Está todo tan difícil a nivel de
resultados, que a veces en vez de ir a buscar el partido, jugas a no perder. La
presión te lleva a no ir a buscarlo y jugas a no perderlo".
Hacía una hora que el pasado domingo había terminado 0-0 el
clásico de Avellaneda. Y Hernán Pellerano terminó blanqueando frente a la
prensa lo que Independiente viene delatando desde hace demasiado tiempo: el
equipo se pone tibio, muy tibio, cuando tiene la necesidad de calentarse. No se
decide a ganar lo que tendría que ganar para solventar con hechos concretos lo
que expresan en palabras los jugadores y el técnico.
No se decide como debería decidirse más allá de algunos
pasajes en que intenta y logra ganar la pelota y la iniciativa. Pero si no
conquista el gol que busca, como lo evidenció ante Sarmiento, Olimpo y Racing,
cultiva la duda que en el fútbol siempre es mortal. Y duda tanto que lo asaltan
los temores, las inseguridades, las desconfianzas, los errores simultáneos.
Entonces se debilita. Se parte. Y se equivoca, como dijo con acierto,
Pellerano.
"A veces en vez de ir a buscar el partido jugas a no
perder".
Esa ilustrativa frase testigo del zaguero central del Rojo desnuda absolutamente todo. Desnuda el temor futbolero a quedarse sin nada. Desnuda la ausencia de una convicción agresiva y potente. Desnuda lo que proyectó Independiente jugando un segundo tiempo frente a Racing, arrastrando las piernas. Desnuda, en definitiva, la fortaleza mental que no tiene. Lo que en otros tiempos el ambiente del fútbol denominaba mentalidad ganadora. Independiente se desvanece por no atrapar esa mentalidad.
Esa ilustrativa frase testigo del zaguero central del Rojo desnuda absolutamente todo. Desnuda el temor futbolero a quedarse sin nada. Desnuda la ausencia de una convicción agresiva y potente. Desnuda lo que proyectó Independiente jugando un segundo tiempo frente a Racing, arrastrando las piernas. Desnuda, en definitiva, la fortaleza mental que no tiene. Lo que en otros tiempos el ambiente del fútbol denominaba mentalidad ganadora. Independiente se desvanece por no atrapar esa mentalidad.
Esa flaqueza es tan sustancial como los aportes técnicos y
estratégicos de cualquier jugador o de cualquier equipo. Y esa flaqueza
inocultable es la que viene persiguiendo a Independiente con una perseverancia
sorprendente. Antes con Jorge Almirón en el rol de entrenador. Ahora con
Mauricio Pellegrino.
Son distintos los enfoques futbolísticos de Almirón y
Pellegrino. Más ofensivo y ambicioso Almirón. Más conservador y tacticista
Pellegrino. Pero en Independiente los igualó un perfil desangelado: el plantel
se los terminó comiendo. Y no pudieron convencer a los jugadores. Los venció a
ellos también la duda instalada como un escenario insuperable que le va
cerrando las puertas al equipo.
Pellerano puso en foco con claridad absoluta las incertezas
del equipo que son visibles partido tras partido. Que también abarcan a
Pellegrino, como conductor o líder intelectual de un plantel. Porque,
precisamente, no transmite una gran determinación Pellegrino. No la tiene ni la
encuentra.
Prevalece en él la búsqueda constante del equilibrio
táctico. De las formas y no tanto de los contenidos. Del orden. Del sistema.
Del método, que significa no patear nunca el tablero. Y el fútbol no se nutre
solo de las formas, de los sistemas y del método. Los trasciende. El fútbol de todos
los tiempos siempre demandó, en muchísimos casos, decisiones radicales y
taxativas. Que no contempla tener vocación por el suicidio para terminar liquidado de contraataque. Ni
inmolarse en nombre de proyectos audaces y transgresores, amontonando delanteros
como lo hizo Independiente en el último cuarto de hora ante Racing, cuando sumó
a Leandro Fernández, Vera, Denis y Benítez, más Aquino como un enganche que
engancha muy poco, descuartizando y regalando la zona de volantes.
Esa sobreactuación ofensiva que propuso Pellegrino en la
recta final del partido en realidad denunció su propia inseguridad. Es la
incerteza, no deseada, del entrenador. Es no saber qué hacer en un momento
crucial. Es improvisar desde la aventura despojada de un plan. Es un manotazo
de ahogado que no hundió a Independiente de casualidad y que le permitió a
Racing quedar de cara a una victoria que minutos antes no parecía poder
conquistar.
La debilidad existencial de Independiente está condicionando
severamente sus rendimientos. Los limita. Los perturba. Lo entrega a no
jugársela. A ir por menos de lo que tendría que ir. Y agrandar adversarios que
no son superiores. Pero les da chances. Les da aire. Los deja recuperarse. Y
los padece, hasta convertir al arquero uruguayo Martín Campaña en figura.
Es, sin dudas, anímico el problema central de Independiente.
Porque son anímicas sus deudas. Es un problema de autoestima. Pellegrino no
supo y no pudo junto a sus colaboradores llenar ese vacío. Porque no es el
técnico indicado para hacerlo. Por efectos de su personalidad no contagia la
polenta imprescindible para colonizar a un plantel vulnerable en el plano de la
emotividad. No tiene ese don. Que lo tenía, por ejemplo, el Pato Pastoriza, aún
con menos explicaciones, menos laboratorio y menos teoría.
Ese rol fundamental para cualquier grupo con pretensiones de
lograr algo importante, hoy en Independiente no lo encarna nadie. Y se nota
demasiado. Porque es una deuda que influye decididamente en el juego aunque va
mucho más allá del juego. Se ve en la cancha. Y se ve más aún cuando queda en
primerísimo plano la necesidad imperiosa de ganar, mientras el equipo se ahoga
una y otra vez en la orilla.
Fuente Diario Popular
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