Por Eduardo Verona
No es la primera vez que el técnico de Independiente, Jorge
Almirón, evade responsabilidades como conductor y enfoca su crítica en los
jugadores.
Volvió a ocurrir después del 1-1 ante Gimnasia.
Esta actitud muy lejos está de fortalecerlo. Por el
contrario, habla de sus debilidades para afrontar las complejidades.
Almirón y las culpas ajenas
Algunas frases del entrenador Jorge Almirón después del 1-1
de Independiente frente a Gimnasia.
"El equipo no tuvo personalidad. Y hay
que tener personalidad cuando las cosas no salen porque estamos en
Independiente".
"Cada uno sabe la responsabilidad que tiene que
asumir".
"Cuando tenés un mano a mano y no desequilibras todo se hace
muy difícil. En los momentos en que no hay espacios tienen que aparecer los
jugadores diferentes y no aparecieron".
¿Qué hizo Almirón en la noche del último sábado frente a la
prensa?
Les tiró el fardo a los jugadores. Es cierto, los jugadores son los que
juegan y deciden bien, regular o mal dentro de la cancha. Pero el líder de un
grupo, el conductor, el que forma el equipo y plantea la táctica y la idea que
ese equipo pretende plasmar, nunca se debe permitir tirar la pelota afuera. Y
mirar para otro lado.
No es la primera vez que Almirón encana a los jugadores ante
el periodismo.
E intenta, en vano, licuar su responsabilidad.
No es menor el
error. Ni debería subestimarse.
Es lo mismo que si un director de orquesta ante una función
desangelada afirme públicamente que el pianista sonó desafinado.
Es lo mismo que si un jefe de estado activa una gestión
política desacertada y marca que los culpables del error estratégico son sus
ministros o funcionarios de menor rango.
Es lo mismo que si un periodista en la función de máximo
editor de un diario o una revista da una información e interpretación de un
hecho que compromete seriamente al medio y lo primero que hace es estigmatizar
al cronista como ejecutor de ese informe.
Es lo mismo que si en cualquier grupo de trabajo con
espacios de poder bien definidos, aquel o aquellos que gozan de esos espacios y
de cara a un panorama desfavorable, puntualicen que hay que enfocar la crítica
en los escalones medios y bajos de la pirámide laboral.
Los ejemplos citados (puede haber muchos otros cercanos en
la consideración popular), no son ajenos a las particularidades que encierra el
fútbol. Las palabras de Almirón revelan que él se pone al margen de las
dificultades futbolísticas que padece Independiente, que por otra parte no son
novedosas.
El equipo que dirige desde fines de julio del año pasado nunca
terminó de encontrar un funcionamiento ni una estructura mínimamente confiable.
Siempre fue demasiado permeable, volátil, frágil y blandito como un flan.
Almirón, en este caso, hace lo más fácil y lo más peligroso:
no se observa.
Mira al plantel. Lo expone. O pretende exponerlo.
Se ubica en la
vereda de los que critican sin criticarse. De los que señalan sin señalarse. De
los que acusan sin acusarse.
Hace casi 11 años, más precisamente el viernes 22 de octubre
de 2004, el Flaco Menotti en DIARIO POPULAR reflexionó sobre estas
circunstancias de técnicos que se lavan las manos.
Y nos comentó: "Los
entrenadores no pueden excluirse de una supuesta falta de respeto hacia la
gente. Esto es como pegarle una cachetada a un hijo en un restaurante. ¿Qué
sentido tiene? ¿Para qué se hace? Hay dos maneras de educar: con límites o con
conductas. Para un docente manejarse con los límites es horroroso. Las
conductas, en cambio, son los caminos, es el conocimiento, es el aprendizaje.
Hoy un equipo parece un grupo comando. Los tiempos son cortos, las urgencias
demasiadas. Y si a todo eso le sumamos una respuesta cruel, el dolor es muy
fuerte".
Aquel pensamiento que elaboró Menotti suena muy atinado y sensato para
interpretar el presente de Almirón, tan resistido por los hinchas y tan bancado
por la dirigencia.
Seguramente le debe faltar experiencia a Almirón, aunque él
dice que la tiene. Esa falta de experiencia para manejar determinadas
adversidades más chicas o más grandes es la que suele precipitarlo al error. Y
a las palabras desafortunadas.
Lo que no admite dudas es que un conductor protege. Un
conductor respalda. Un conductor siempre se pone al frente.
Un conductor no
tira abajo del tren a nadie.
Almirón, por ahora, hace todo lo contrario.
Fuente Diario Popular


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