Por Eduardo Verona
Los palazos que recibe Almirón después de 10 meses de
gestión obedecen más a los malos resultados de 2015 que a la pésima producción
de fútbol que ofrece Independiente. El año pasado, los 33 puntos conquistados,
escondieron la mediocridad. Los oportunistas del ambiente hoy lo matan a
Almirón. Su "jefe" espera un gesto.
Ahora le pegan todos a Jorge Almirón. Todos y sin
miramientos. Los panqueques infaltables del ambiente que hasta hace un par de
semanas intentaban protegerlo de los severísimos cuestionamientos de los
hinchas y de algunos periodistas, hoy, luego del carnavalesco partido de
Independiente ante Alianza de Coronel Moldes, piden a los gritos que Almirón
tiene que dar un paso al costado para descomprimir la situación.
No es nuevo este escenario. Los viejos y nuevos oportunistas
que hablan con los hechos consumados en la mano, siempre cultivaron la
especialidad de observar todo con una regla de cálculo debajo del brazo.
Ese poder de observación tan mezquino, tan pobre, tan ciego
y tan despojado de inteligencia, siempre interpretó que el fútbol (y
seguramente también muchas otras cosas más valiosas que el fútbol) es una caja
registradora, que solo admite sumas y restas, números que van y números que
vienen. La realidad es que a Almirón siempre le quedó grande la función de
entrenador de Independiente. Le quedó grande desde el primer día en que asumió,
haya ya 10 meses. Y le siguió quedando
grande partido tras partido, más allá de los triunfos, los empates o las
derrotas.
Los únicos que no se enteraron de la debilidad estructural
de Almirón para ponerse al frente del fútbol profesional de Independiente
fueron los dirigentes, empeñados en bancarlo hasta el fondo del mar. Está bien
que los dirigentes sostengan a un técnico ante las adversidades que siempre
existen. Pero el tránsito tumultuoso, errático y desconcertante de Almirón por
el club trasciende las adversidades
ocasionales. Son adversidades producto de la ausencia de una idea para defender
los espacios, elaborar en el medio y atacar con sentido de la profundidad. La
idea, tan proclamada y reivindicada, en definitiva, nunca estuvo. Fue puro
voluntarismo. Y marketing futbolero.
Aquellos benditos 33 puntos que conquistó Independiente en
el campeonato anterior y que Almirón y los dirigentes se colgaron en cuanta
oportunidad pudieron como una medalla milagrosa después del descenso, nunca
taparon lo sustancial: el equipo, en general, jugaba mal. Jugar mal es no tener
funcionamiento. Independiente, por aquellos días, tampoco tuvo funcionamiento.
Tuvo a Mancuello en un estupendo nivel,
ráfagas a la altura de un Rolfi Montenegro con 35 años (el 28 de marzo
cumplió 36), algo de Pisano y algunos goles decisivos de Penco, que Almirón
resignó para la temporada 2015, como si al equipo le sobrara gol.
Si le sobra algo a Independiente es la notable confusión que gobierna al plantel. La
confusión que parte del cuerpo técnico
para armar el equipo con los jugadores que Almirón sugirió o recomendó. Y la
confusión de la dirigencia que lidera Hugo Moyano (y acompaña desde la
barricada su hijo Pablo Moyano) en sostener lo insostenible.
¿Cuánto hubiera durado otro técnico en Independiente que no
hubiera sido elegido por los Moyano? ¿Lo mismo que Almirón? ¿O ya lo habrían
arrojado afuera del club sin ninguna sutileza hace muchos meses? Omar De
Felippe lo habrá intuido y por eso se fue apenas arrancó el ciclo de Moyano.
Gabriel Milito prefirió reservarse para otro momento y quizás con otra gestión
y para sumar experiencia en Primera acordó con Estudiantes.
Almirón es hoy algo bastante más frágil que una hoja en la
tormenta. Pablo Moyano repite, igual que su padre, que "Almirón es serio y
muy trabajador". No se discute su seriedad ni su aplicación al trabajo.
Esta no es una cuestión de solemnidades ni de hacer horas extra gratis para
congraciarse con el empleador de turno. No se calibra así a un técnico. Se lo
analiza a partir de las respuestas buenas, discretas, malas o pésimas que
ofrece un equipo a lo largo de un tiempo prudencial. Esas respuestas durante 10
meses nunca levantaron vuelo: fueron discretas o malas en los planos del juego
colectivo. Aunque los 33 puntos del último torneo indiquen lo contrario.
"Están bombardeando a los directivos para que tomen
decisiones", aseveró Almirón el pasado martes en rueda de prensa. Hablaba
de presiones en su contra, Almirón. De presiones para desafectarlo. Para
borrarlo de Independiente. Es cierto. Los panqueques o los oportunistas que
flotan en todas las superficies, ahora ven lo que antes no veían y que además
era muy evidente. Ahora olfatean a la víctima. Miden y siguen sus pasos. Sus
palabras. Sus actos fallidos. Y esperan.
Antes, en cambio, le endosaban virtudes que Almirón no
tenía. Le acreditaban registros de capacidades que no denunciaba. Le
acariciaban el lomo en virtud de los puntos que él equipo había embolsado.
Nada que no se haya visto. Almirón siempre encarnó un
proyecto fallido. Antes (con 33 puntos) y ahora. Que Moyano y compañía lo
banquen un poco más o un poco menos para no transparentar que se equivocaron
muy feo cuando decidieron contratarlo, es una cuestión estratégica que no
modifica lo esencial.
El equipo, en vísperas de frecuentar el abismo o arañar las
paredes frente a Banfield y zafar por una semanita, sigue tributando al
desorden. Y Almirón a los mandatos de Moyano. Por eso Almirón el martes habló
de "jefes". No de dirigentes. De "jefes". Extraña la
relación para el microclima del fútbol. Porque si hay jefes hay subordinados.
¿El próximo técnico que algún día tendrá Independiente
también le dirá "jefe" a Moyano?
Fuente Diario Popular
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.