Ilustró rrrojo
Por Andrés Prestileo
Cuando Ricardo La Volpe llegó a la Ribera, andando el
Apertura 2006, Boca no sólo disfrutaba de una eficacia impresionante sino
también de la estabilidad en un nivel alto con la que cualquier entrenador
soñaría. En aquel caso, Alfio Basile, que por entonces se sentaba y dejaba
hacer a un equipo al que todo le fluía con naturalidad. Pero La Volpe rehusó
ser un mero administrador de esa riqueza: supuso que si habían ido a buscarlo
cuando el Coco se fue a la selección era porque aprobaban su perfil y
pretendían que lo volcara. La experiencia terminó mal, pero invitó a repensar
lo que debería esperarse de un técnico: un pragmático que sólo debe procurar
mantener lo que que ya funciona bien, o un autor, un hombre que busque la forma
de inculcar el estilo en el que cree.
No es raro que algo de eso se venga planteando la gente de
Independiente, siendo que Jorge Almirón admite una gran ascendencia de La Volpe
en su trabajo. El suyo es un caso de intervencionismo avanzado. De su estilo se
conoce el gusto por saltar de un esquema a otro y por probar las aptitudes de
sus jugadores en posiciones a veces extrañas. Eso puede educarlos como
futbolistas, pero también conspirar contra la regularidad colectiva. Así pasó
en 2014: tras un comienzo productivo, aquel 1-4 con River lo empujó a un
subibaja interminable. También en el rendimiento: partido a partido,
Independiente acostumbró a su gente con respuestas casi siempre muy diferentes
de las que esperan. Independiente es un equipo al que le gusta sorprender, en
el sentido más amplio.
Bromeando, aun los hinchas del Rojo más críticos de su DT le
ven un lado positivo: si algo no hará es aburrirlos. En su vértigo, Almirón es
optimista: "Con el tiempo va a quedar demostrado que los cambios fueron
buenos", dice. Como La Volpe, está para aplicar su impronta.
Fuente La Nación
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