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viernes, 2 de enero de 2015

Vivir en el infierno




 La salud de Cantero se deterioró mucho durante su paso por el Rojo.

Por Favio Verona

Javier Cantero estuvo a punto de exiliarse en Lima, pero su mujer lo convenció de quedarse y hoy padece el hostigamiento de la gente.

Historia de un calvario.

"El 2014 va a ser muy divertido”. La frase que había pronunciado 365 días atrás fue lo primero que se le vino a la cabeza a Javier Cantero cuando levantó la copa para brindar. El calvario que vivió en el año que terminó dejó huellas indelebles que hoy se ven reflejadas en un cuerpo marchito: su abdomen es aún más prominente, su piel más agrietada, las canas gobiernan su cabeza y sus ojeras se tornan indisimulables.

Ya no lo persigue la idea de exiliarse en Lima (Perú) para eludir el hostigamiento permanente de los hinchas. También quedó abortada la posibilidad de fugarse a Mendoza, donde tiene un departamento. Fue Claudia, su esposa desde hace 29 años, quien entre lágrimas lo convenció de que el suntuoso country El Carmen sería el mejor búnker para mantenerse al resguardo del infierno sin alejarse de sus hijos, Javier, Gisela y Paula. Allí, donde Cantero es Javi, en el kilómetro 34,5 de la autopista Buenos Aires - La Plata, rodeado de propiedades cuyos valores oscilan entre u$s 350.000 y u$s 450.000, el ex presidente aprovecha sus horas de reclusión autoinducida para combatir el sopor redactando un libro sobre sus vivencias en el fútbol. La opulencia en la que está inmerso es su refugio, pero también su prisión. Porque pasaron 254 días desde que renunció a la presidencia y aún no logró sepultar el estigma, a pesar de que fue recuperando su rutina.

Casi nunca se lo ve en la calle. Los vidrios polarizados de su Ford Eco Sport negra lo camuflan todas las mañanas, cuando después de madrugar y desayunar café con leche y tostadas, se traslada a las oficinas de la consultora HYTSA, en Suipacha 570. Allí se desempeña como vicepresidente desde 1999. Tras sus rutinarias reuniones con Marcela, en las que planifica el día de trabajo, se dirige a su oficina, escucha algunos tangos y comienza con sus tareas habituales: estudios de inversiones, contratos de concesión, desarrollo de procedimientos empresariales y estudios de transformación institucional de organismos del estado, consumen su jornada laboral.

Porque la salud y la calidad de vida de Cantero se mancillaron, pero sus negocios volvieron a marchar muy bien desde que se alejó de Independiente.

Al mediodía suele ir a comer pizza a Las Cuartetas o pastas a Pippo. Si bien intenta blindar a su familia, los insultos, las amenazas y los gritos desaforados, ya forman parte de la rutina cada vez que se cruza con algún hincha, aunque también están aquéllos que le dan algún mensaje de apoyo. 

“Sería una provocación ir a la cancha”, les repite a sus hijos cada vez que juega Independiente. El fútbol, el mismo que lo condujo hacia un martirio sin fecha de caducidad, quedó muy lejos. Cantero ya no vive, sobrevive.


Fuente Olé

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