La salud de Cantero se deterioró mucho durante su paso por
el Rojo.
Por Favio Verona
Javier Cantero estuvo a punto de exiliarse en Lima, pero su
mujer lo convenció de quedarse y hoy padece el hostigamiento de la gente.
Historia de un calvario.
"El 2014 va a ser muy divertido”. La frase que había
pronunciado 365 días atrás fue lo primero que se le vino a la cabeza a Javier
Cantero cuando levantó la copa para brindar. El calvario que vivió en el año
que terminó dejó huellas indelebles que hoy se ven reflejadas en un cuerpo
marchito: su abdomen es aún más prominente, su piel más agrietada, las canas
gobiernan su cabeza y sus ojeras se tornan indisimulables.
Ya no lo persigue la idea de exiliarse en Lima (Perú) para
eludir el hostigamiento permanente de los hinchas. También quedó abortada la
posibilidad de fugarse a Mendoza, donde tiene un departamento. Fue Claudia, su
esposa desde hace 29 años, quien entre lágrimas lo convenció de que el suntuoso
country El Carmen sería el mejor búnker para mantenerse al resguardo del
infierno sin alejarse de sus hijos, Javier, Gisela y Paula. Allí, donde Cantero
es Javi, en el kilómetro 34,5 de la autopista Buenos Aires - La Plata, rodeado
de propiedades cuyos valores oscilan entre u$s 350.000 y u$s 450.000, el ex
presidente aprovecha sus horas de reclusión autoinducida para combatir el sopor
redactando un libro sobre sus vivencias en el fútbol. La opulencia en la que
está inmerso es su refugio, pero también su prisión. Porque pasaron 254 días
desde que renunció a la presidencia y aún no logró sepultar el estigma, a pesar
de que fue recuperando su rutina.
Casi nunca se lo ve en la calle. Los vidrios polarizados de
su Ford Eco Sport negra lo camuflan todas las mañanas, cuando después de
madrugar y desayunar café con leche y tostadas, se traslada a las oficinas de
la consultora HYTSA, en Suipacha 570. Allí se desempeña como vicepresidente
desde 1999. Tras sus rutinarias reuniones con Marcela, en las que planifica el
día de trabajo, se dirige a su oficina, escucha algunos tangos y comienza con
sus tareas habituales: estudios de inversiones, contratos de concesión,
desarrollo de procedimientos empresariales y estudios de transformación
institucional de organismos del estado, consumen su jornada laboral.
Porque la
salud y la calidad de vida de Cantero se mancillaron, pero sus negocios
volvieron a marchar muy bien desde que se alejó de Independiente.
Al mediodía
suele ir a comer pizza a Las Cuartetas o pastas a Pippo. Si bien intenta
blindar a su familia, los insultos, las amenazas y los gritos desaforados, ya
forman parte de la rutina cada vez que se cruza con algún hincha, aunque
también están aquéllos que le dan algún mensaje de apoyo.
“Sería una
provocación ir a la cancha”, les repite a sus hijos cada vez que juega
Independiente. El fútbol, el mismo que lo condujo hacia un martirio sin fecha
de caducidad, quedó muy lejos. Cantero ya no vive, sobrevive.
Fuente Olé
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