Fuente video Youtube
http://www.youtube.com/watch?v=bzpT5hEskCQ
El 10 - Ricardo Bochini
Texto de Daniel Riera, revista “Gatopardo”, Febrero 2001
En aquel tiempo, mientras me iba formando como jugador,
estaba enamorado de Bochini.
Me enamoré terriblemente y confieso que era de
Independiente en la Copa Libertadores, a principios de los setenta, cuando
estaba por dar el salto de los Cebollitas a la novena, porque ¡Bochini me
sedujo tanto! Bochini. y Bertoni. Las paredes que tiraban Bochini y Bertoni
eran una cosa que me quedó tan grabada que yo las elegiría como las jugadas
maestras de la historia del fútbol.
"No se llama Maradona,
no es Alonso ni Pelé.
Es el maestro Bochini,
el mejor número 10"
(hinchada de Independiente)
Podría abrumarlos con las estadísticas. Decirles, por
ejemplo, que Ricardo Enrique Bochini jugó al fútbol durante diecinueve años,
siempre para Independiente, y que ganó trece títulos con la camiseta del rojo
de Avellaneda.
Podría agregar que esa cifra incluye cuatro copas Libertadores
de América y dos Intercontinentales y asegurar sin temor a equivocarme que
ningún otro jugador en el mundo consiguió jamás un record semejante. Podría
empezar con ese golpe de efecto -al fin y al cabo, la suya fue una carrera
espectacular-, pero no sería del todo justo.
La historia de Bochini no se mide
con números: es una historia épica y asombrosa, como todas las que incluyen
hazañas y trucos de magia.
Es una sucesión de zagueros despatarrados en el suelo, de gritos
de "¡Ole!", de domingos felices. Es un constante festival de lo
inesperado, lo imprevisible, una de las más hermosas historias que puede contar
el fútbol argentino.
Es, también, el recuerdo de un pibe al que le alegró la
vida, un pibe que jamás lo olvidará, que quiere compartir su emoción con los
demás y que para eso escribe esta nota.
Las cosas han cambiado. Bochini tiene 46 años. Al cierre de
esta edición, Independiente, el Rey de Copas, terminó decimotercero en un
campeonato en el que intervienen veinte equipos, aunque sobre el final
recompuso un poco su imagen con victorias frente a su clásico rival, Racing
Club, y frente al reciente campeón intercontinental Boca Juniors.
Los
dirigentes lo convocaron para ver si -ahora desde afuera de la cancha- puede
ayudar al rojo a recuperar la gloria que cosechó cuando él jugaba. Le dieron
dos cargos a la vez: director general del fútbol amateur y asesor del fútbol
profesional de Independiente.
El Bocha está obsesionado con su nueva misión:
por eso me cita en el complejo de Villa Domínico, donde entrenan tanto el
primer equipo como las divisiones inferiores del club. Llega cuarenta y cinco
minutos tarde: todo el mundo lo saluda, lo palmea, le dice "maestro".
Los periodistas que rondan Domínico se acercan a nuestra mesa y lo ametrallan
para las radios de Buenos Aires con preguntas sobre el futuro del actual
entrenador Osvaldo Piazza -cuando se realizó esta nota, pendía de un hilo:
luego comenzó a repuntar-, sobre el estilo de juego del equipo, sobre la manera
de salir del pozo.
Una vez que lo dejan en paz y se van, yo prefiero hablar de
tiempos mejores.
Empezamos por la niñez. Le pido que me cuente cómo era Villa
Angus, el barrio de Zárate -una ciudad del interior de la provincia de Buenos
Aires- en el que se crió.
Su relato me traslada a la pequeña casa donde vivía
la numerosa familia Bochini: papá, mamá, una tía, la abuela y los hermanitos,
siete varones y dos nenas. Papá trabajaba todo el día, por contrato, en
diferentes fábricas, y hacía changas (trabajos puntuales, encargos breves y
específicos) de albañil para sumar unos pesos.
La tía trabajaba en un
frigorífico de Zárate. Lo bueno de la escuela eran los recreos, porque en el
patio se podía jugar con pelotas de trapo.
Después, nada.
Ricardo dejó en sexto
grado y se dedicó a repartir diarios a los quioscos en una bicicleta con
portaequipaje especialmente preparada por el padre.
Lo bueno del barrio eran
los clubes de baby fútbol y los campeonatos. Su primer equipo fue el Estrada
Fútbol Club. Su primer título lo ganó con un equipo cuyo nombre ya no recuerda,
dirigido por un vecino de la cuadra.
-Se empezó a correr la bola. Todos me iban a ver jugar,
todos hablaban de cómo jugaba.
Desde chiquito hacía goles gambeteando a tres o
cuatro jugadores. Me anoté en el club Belgrano de Zárate. Salí campeón con la
sexta y con la quinta. A los 13 años, debuté en la primera y jugué las últimas
cuatro fechas del campeonato de la ciudad, mezclado con gente que tenía 28, 30
años.
El técnico no me quería poner porque era muy chico, pero la gente me
pedía. En ese momento íbamos segundos: entré en el segundo tiempo de un
partido, metí dos goles e hice hacer otros dos. Ganamos 4 a 2 y nos pusimos
primeros. Después ganamos los tres partidos restantes y salimos campeones.
El técnico de Belgrano, un señor Enricó, comprendió
enseguida que el pibe era demasiado bueno para jugar campeonatos de barrio y lo
llevó a probarse a Independiente.
El niño prodigio viajó en tren, llegó a
Avellaneda al mediodía, almorzó frugalmente y se probó a las dos de la tarde.
Anduvo bien. Hubo un penal para su equipo: lo pateó él y lo convirtió. Al poco
tiempo, le hicieron una prueba más rigurosa: jugó un partido oficial con la
Reserva del club. Apenas tenía 15 años. Jugó bien.
Nombre: Ricardo Enrique Bochini
Fecha de nacimiento: 25-01-54
Lugar: Zárate
Puesto: 10
Club: Independiente
División: Séptima
Ídolo: Pelé
En la opinión del técnico Fernando Bello: Gran futuro.
Habilidoso, cerebral, goleador. Gran capacidad para jugar sin pelota. Arranca
de atrás y llega con potencia para definir. Le pega con las dos piernas. Le
falta continuidad y confianza para buscar el juego aéreo.
(Recuérdelo, en revista “El gráfico”, 3 de Noviembre de
1970)
-Hubiera querido que mis padres estuvieran, pero ni siquiera
pude avisarles porque en Zárate no había teléfono.
Yo vivía en la pensión del
club. A veces extrañaba un poco, pero tenía tanta pasión por el fútbol que
estaba todo el día pensando en llegar, en triunfar, en ser conocido, en mejorar
la situación económica de mis padres.
El fútbol era lo único que me podía
salvar, porque no sabía hacer otra cosa.
El día de mi debut, entonces, estuve solo. Entré en el
segundo tiempo, jugué de delantero y tiré un par de buenos pases, pero perdimos
1 a 0. Tenía 18 años, pero todavía no estaba listo para competir en Primera.
Era rápido con la pelota, pero me faltaba fuerza, resistencia.
En el Nacional
del 72 jugué mi primer clásico con Racing. Fue en la cancha de Boca, bajo un
diluvio. Perdimos 2 a 1, pero yo hice mi primer gol: fue una pared con Bulla,
que jugaba de 9.
Cuando me salió Fillol -el arquero rival- se la tiré contra el
palo.
Los hechos se sucedieron vertiginosamente. Lo convocaron
para la Selección Juvenil que jugaba un torneo en Cannes.
En el Juvenil formó
su sociedad creativa con otro chico de Independiente, Daniel Bertoni, el
delantero que mejor lo interpretó. Se largaron a tirar paredes como locos. Cada
uno adivinaba lo que el otro iba a hacer: Bertoni hacía goles con pases de
Bochini; Bochini convertía en goles los pases de Bertoni.
En 1973, los dos
comenzaron la era de las hazañas. El Bocha entró en el segundo tiempo de la
final de la Copa Libertadores contra Colo Colo de Chile, en el estadio
Centenario de Uruguay. Independiente ganó 2 a 1 y se consagró campeón.
Yo no sé si Bochini le cambió el alma a este Independiente.
Estoy casi convencido de que no. Pero de lo que sí estoy seguro es que le
cambió la cara. Que le cambió esa sensación de dureza para querer más la
pelota. Que con esa primera maniobra, donde la pidió con atrevimiento y se
animó, gambeteando frente a cuatro chilenos, le transmitió al equipo otra
dinámica. Más alegre. Más joven.
(Osvaldo Ardizzone en revista “El Gráfico”, 12 de Junio de
1973)
-Esa noche hacía un frío de locos. La cancha estaba llena.
Los chilenos trajeron al arriero que les había salvado la vida a los jugadores
de rugby uruguayos en la cordillera de los Andes y lo pasearon en andas por
toda la cancha. Fueron vivos: así lograron que todos los uruguayos hincharan
por Colo Colo.
De cualquier manera, la gente no pesó en el campo de juego.
Bertoni jugó de titular: yo entré en el segundo tiempo.
La primera pelota que
recibí fue por derecha, me gambeteé como dos o tres, tiré al arco y pasó
rozando el palo. Después, en el tiempo suplementario, pateó Galván, tapó el
arquero, yo vine a la carrera, le pifié porque había barro, entró Giachello e
hizo el gol que definió el partido. Ganamos 2 a 1. Jugué bastante bien y la
gente me empezó a pedir.
La parada siguiente fue aún más dura. El título de América
clasificó a Independiente para jugar ante el campeón europeo la Copa
Intercontinental, la final más importante que un club de fútbol puede disputar.
En 1972, todavía sin Bochini, Independiente había sido derrotado por el
poderoso Ajax de Holanda, cuya estrella principal era Johan Cruyff. En 1973,
los holandeses repitieron el título europeo, pero no quisieron darle la
revancha a Independiente: alegaron que el juego de los argentinos era demasiado
brusco para sus piernas del primer mundo.
Le pasaron el desafío a la Juventus
de Italia, subcampeona de la copa UEFA. El equipo de Turín aceptó el reto, pero
con una condición: debía jugarse un solo partido en el estadio Olímpico de
Roma.
Independiente recogió el guante y, de la mano de Bochini, escribió su
página más gloriosa.
-Hacé memoria-, le pido. Saco el casete en donde estoy
grabando la entrevista, lo reemplazo por otro con el relato de José María
Muñoz. Es ese gol, el más importante de toda su carrera.
El Bocha se
avergüenza, le incomoda que los demás lo vean escuchando su propio gol. Ya
está, ya está, gracias, sacalo si querés, propone antes que Muñoz redondee su
relato con el resultado, Independienteeee unoooo, la Juventus cerooooo.
-¿Sabías que la Juve llevaba 10 partidos sin que le hicieran
un gol?
-No, no conocía a nadie de la Juventus. Sabía que eran el
favorito. Si perdíamos, no pasaba nada. Y si ganábamos.
Era una cancha linda,
con un pasto hermoso. Yo jugué tranquilo, como si estuviera en Avellaneda. En
esa clase de partidos decisivos, podía estar un poco nervioso antes de que
empezaran, pero una vez que tocaba la pelota, ya estaba bien.
La Juventus era
más rápido que nosotros, nos superaron. Tuvieron varias oportunidades de gol,
nos pegaron dos o tres tiros en el travesaño, un penal errado.
Pero el gol lo
hicimos nosotros.
Y fue un golazo. Es cierto que los europeos son fuertes, que
tienen buena preparación física y todo eso, pero en Roma me di cuenta de que si
tenés talento, habilidad y rapidez, podés jugar en cualquier lado.
La obra de arte que asombró a los italianos. El arranque
perfecto en sociedad entre Commisso y Balbuena, el toque para Raimondo, el
alargue de Perico para Bochini y ahí comienza el gran final. Gran pared entre
Bochini y Bertoni, la recibe el Bocha en el área, se tiran a taparlo Zoff y
Salvadore, el pibe de Zárate la "empala" con su botín derecho, la
levanta con una serenidad y categoría increíbles, y la deposita suavemente en
la red por encima del arquero de Juventus. Sensacional. Golazo.
(Julio Algañaraz en revista “El Gráfico”, 4 de Diciembre de
1973)
La llegada a Buenos Aires.
Miles de hinchas esperaron y recibieron
a los Campeones del Mundo quienes venían desde Italia.
Los campeones del mundo llegaron a Buenos Aires un viernes,
descansaron el sábado y el domingo enfrentaron a Racing por el torneo local.
La
rivalidad entre los dos clubes es tan increíble como pintoresca. Independiente
y Racing son de la misma ciudad, Avellaneda, pero además sus respectivos
estadios están uno a doscientos metros del otro. Para que se entienda
claramente, digamos que la idea de perder con Racing es insoportable para un
hincha de Independiente.
Y haberle ganado a la Juventus no los autorizaba a
perder el clásico.
Pues bien: jugaron en la cancha de Racing, Independiente
ganó 3 a 1 y dio la vuelta olímpica con las tres copas que había ganado ese año
-la Libertadores, la Interamericana y la Intercontinental- en la cancha de su
eterno rival.
La gran figura del encuentro fue, naturalmente, el héroe que nos
ocupa, que participó en los tres goles del Rojo. Es probable que aquella tarde,
la hinchada le haya cantado por primera vez.
Bo Bo CHINI
La historia del Maestro es tan rica que nos permite dar un
salto en el tiempo, omitir sus brillantes participaciones en las copas
Libertadores de 1974 y de 1975, o en las copas Interamericanas de 1973, 1974 y
1976, todas ellas ganadas por Independiente.
Digamos como al pasar que en la
semifinal de la Libertadores de 1975, contra Rosario Central de Argentina, hizo
un gol eludiendo a cuatro rivales y definiendo entre las piernas del arquero.
No vale la pena hablar de ese gol si consideramos que en las semifinales de la
Libertadores de 1976, ante Peñarol de Montevideo, eludió a siete jugadores
-algunos de ellos dos veces- y definió suavemente, ante el estupor del arquero
uruguayo Walter Corvo.
¿Recuerdan el legendario gol de Diego Maradona a los
ingleses en el Mundial 86?
¿No se quedaron boquiabiertos? ¿No es el más bonito
que han visto en sus vidas?
Si es así, no han visto lo suficiente. Aquella
tarde en el estadio Azteca, Diego eludió a cinco rivales, dos menos que Bochini
ante Peñarol.
-Hice otras jugadas como esa, pero siempre se me iban
rozando el palo. Esta vez entró.
-Debe ser muy parecido a la felicidad.
-Qué te parece. Fue la jugada soñada. Hace poco escuché por
la radio a un periodista que decía que los jugadores profesionales no se
divierten.
Es un boludo, yo no sé si alguna vez habrá tocado una pelota.
Yo me
divertía apenas pisaba la cancha. El jugador se divierte en las prácticas, en
los partidos, siempre. No hay nada más lindo que correr, saltar, jugar. Se
divierte el que crea fútbol y se divierte el que quita pelotas, porque
participar del juego es hermoso. Y si encima tenés la posibilidad de tirar una
buena pared, hacer una buena jugada, una buena gambeta, un golazo, y que la
gente te ovacione. ¿Qué más querés? Cuando termina el partido, si perdiste,
puede ser que te amargues un poco. Pero enseguida te empezás a divertir
pensando que el domingo que viene podés tener tu revancha.
Fuera de la cancha, Bochini siempre fue un tipo misterioso.
No sabemos mucho acerca de su vida privada, no es mucho lo que él deja
entrever.
Nunca opinó sobre el Papa ni sobre Fidel Castro, nunca vistió camisas
de Versace ni cantó una canción en público. Dicen que en los 70 y en los 80
alguna vedette le hizo perder el sueño. Dicen, pero Bochini, como Bob Dylan,
siempre fue muy discreto.
A mediados de 1976, súbitamente, dejó de jugar. Se
recluyó en su Zárate con su familia, pasaron los meses y comenzó a circular el
rumor. "Bochini cree que tiene cáncer pero no tiene nada. Está loco",
era la comidilla en el ambiente del fútbol.
Pasaron los meses hasta que, así
como se había ido, un día volvió. Ha pasado casi un cuarto de siglo y todavía
hoy no ofrece una explicación convincente de lo que le ocurrió. Se la guarda.
-No pasó nada. Estaba mal anímicamente, y físicamente muy
agotado. Me cansaba mucho en los partidos y me vine a Zárate. Un dirigente,
Galano, me visitó y me dijo que tenía todo el apoyo del club, que descansara lo
que fuera necesario y que, cuando me sintiera bien, volviera. Así fue. Cuando
volví había engordado cuatro o cinco kilos, pero los bajé enseguida.
-¿Y de verdad pensaste que tenías cáncer?
-No, eso era todo mentira. No sé quién lo inventó.
En 1977, Talleres de Córdoba era el equipo sensación del
fútbol argentino.
Ganaba y daba espectáculo, y además varios de sus jugadores
habían sido convocados a la Selección Nacional.
El entrenador de Talleres era
Roberto Saporiti, ayudante de campo de César Luis Menotti en la Selección. El
Mundial 78 iba a disputarse en la Argentina y la provincia de Córdoba estaba
designada para ser una de las subsedes del torneo.
Para ello, la dictadura
estaba erigiendo en esos días un estadio enorme y moderno, a la altura del
acontecimiento. Había múltiples razones para suponer que los militares veían
con buenos ojos que Talleres saliera campeón por primera vez. Pero en su camino
se cruzó Independiente.
Los dos equipos llegaron a la final del Campeonato Nacional
77.
El primer partido se jugó en el estadio de Independiente. Empataron 1 a 1.
Talleres era el gran favorito para la revancha, porque jugaba en su casa y
porque la reglamentación establecía que, en caso de empate en puntos y en diferencia
de goles, los goles obtenidos como visitante se computaban dobles. Con empatar
0 a 0, entonces, los cordobeses daban su primera vuelta olímpica.
-Yo supe que el general Luciano Benjamín Menéndez, que
entonces era el Gobernador de Córdoba, estaba muy interesado en que Talleres
saliera campeón. Y ese partido fue muy raro, muy raro.
El 25 de Enero de 1978, por la noche, el escenario estaba
listo para la fiesta. No cabía un alfiler en la cancha de Talleres. Casi todos
estaban de azul y blanco: miles de simpatizantes rojos en la cancha, y millones
comiéndose las uñas por televisión.
Independiente arrancó mejor, más sereno, más pensante. A los
veintinueve minutos, un frentazo del goleador Norberto Outes puso las cosas 1 a
0 para los Rojos.
Así terminó el primer tiempo. Bochini estaba jugando bien,
pero no era el único.
Independiente ganaba con claridad. A los 15 minutos del
segundo tiempo, el cordobés Valencia tiró un centro en busca de la cabeza de un
compañero. En el camino, la pelota pegó en la mano del defensor rojo Pagnanini.
Fue una mano casual.
El árbitro Barreiro cobró penal.
El delantero de Talleres
Cherini lo convirtió. 1 a 1.
Los jugadores de Independiente protestaron. No
hubo caso. A los 29 minutos del segundo tiempo, un jugador de Talleres tiró
otro centro: esta vez encontró la mano de un compañero.
El delantero Bocanelli
le pegó un puñetazo a la pelota, como en un remate de vóley, y convirtió.
No
tuvo el disimulo de Maradona en su primer gol a los ingleses, que hay que verlo
en cámara lenta para detectar la infracción. No. Esta fue una mano burda,
atroz.
Barreiro cobró el gol. 2 a 1 para Talleres. Los jugadores de
Independiente se sacaron de sus casillas.
-Tengo dos hijos y esto me da vergüenza. Écheme-, dijo el
capitán del equipo, Rubén Galván. Barreiro le sacó la tarjeta roja.
-Esto es una usurpación. ¿Por qué no me echa a mí también?
-dijo el mediocampista Omar Larrosa. Barreiro le sacó la roja.
El defensor Enzo Trossero le dijo de todo. Barreiro también
le sacó la roja.
Indignados, los simpatizantes del Rojo gritaban:
Ladrones, ladrones,
Así salen campeones.
El director técnico del equipo, José Omar Pastoriza,
deambulaba por el campo de juego tratando vanamente de calmar los ánimos.
-Vámonos, Pato, nos están robando-, le dijo Bochini a
Pastoriza.
Afortunadamente, Barreiro no lo escuchó.
-Tranquilo, Bocha, tranquilo-, le contestó el entrenador.
Quedaron ocho contra once. Demasiada ventaja para una final.
Fuera de sí, Bochini le tiró un terrible puntapié al defensor cordobés Ocaño.
Afortunadamente, Barreiro no le sacó la roja.
Pastoriza intentó lo imposible. Como gol de visitante valía
doble, como en Avellaneda habían empatado 1 a 1, si Independiente conseguía el
empate salía campeón.
Claro que no es fácil remontar el resultado con tres
hombres menos. El Pato reemplazó a los delanteros Britez y Magallanes.
Se
necesitaba con urgencia un socio para Bochini en el campo de juego. Pastoriza
hizo ingresar al hábil Mariano Biondi y a Bertoni.
Daniel Bertoni estaba en el
banco de suplentes casi como un amuleto. Venía de una larga lesión y tenía
cinco kilos de más.
-A los 84 minutos, Pagnanini me dejó la pelota en el medio
de la cancha. Gambeteé a uno, se la toqué a Bertoni, Bertoni se la dio a
Biondi, le salió Guibaudo, el arquero de ellos, y Biondi hizo una gambeta larga
para sí mismo, levantó la cabeza, me vio y me la tiró.
Yo venía a la carrera y,
como había dos jugadores de ellos tapando el arco, le pegué bien arriba. Entró
ahí nomás, apenas debajo del travesaño.
Fue el gol que más grité en toda mi vida.
Después aguantamos el resultado hasta que terminó. Cuando dimos la vuelta
olímpica, los hinchas de Talleres nos aplaudieron. Nos habíamos ganado el
respeto de ellos.
Destino de héroe. Bochini festeja eufórico el empate ante Talleres.
Fue la máxima hazaña que registra el fútbol argentino.
El 25 de Enero de 1978, Ricardo Enrique Bochini cumplió 24
años. Sus compañeros le dedicaron el campeonato.
Era la desesperación, era el drama. Fue la gloria. La gloria
que sólo pueden alcanzar los predestinados.
Ricardo Enrique Bochini llegó a
ella justo el día en que el calendario marcaba su 24 aniversario.
(Destino de héroe. Eduardo Rafael en revista “El Gráfico”,
31 de Enero de 1978)
Recuerdo a un pibe de siete años, desaforado frente a un
televisor en blanco y negro. Recuerdo un quilombo de abrazos con los hermanos y
con papá, un vaso que se volcó y que no lo importó a nadie, una mamá que dijo
Bueno, che, qué exagerados, es un partido de fútbol.
Recuerdo, pocos días
después, el recibimiento a los campeones en la cancha de Independiente, la
vuelta olímpica en casa, los aplausos de la gente. La bandera, el gorro. Y el
cantito.
"Eh, chupe, chupe, chupe
No deje de chupar.
El Bocha es lo más grande
del fútbol nacional"
Pobre, pobre Talleres que fue a toparse con Bochini un año y
otro.
En la semifinal del Nacional del 78, cordobeses y Rojos volvieron a
encontrarse. Independiente ganó los dos partidos.
En la final le tocó River,
con uno de sus equipos más lujosos, integrado por cinco jugadores del plantel
campeón del Mundial 78.
Empataron 0 a 0 en el estadio de River.
Independiente
venció 2 a 0 en su cancha y mostró una superioridad abrumadora.
Adivinen quién
marcó los dos goles.
El Maestro se cansa de bucear en su memoria. Pide que
retomemos la charla al día siguiente. Un ex compañero le trajo a su hijo para
que lo vea jugar. En pocos minutos, El Bocha vivirá un momento difícil: deberá
explicarle a su ex compañero que el muchacho es de madera.
Volverá tarde a su
casa, apenas con tiempo para ver a su esposa y disfrutar de sus pequeños
Ricardo Simón y Manuel Enrique. Me pregunto si alguno de los dos hermanitos
llevarán en sus genes la información necesaria para convertirse en los
herederos. Que me perdone la madre, pero yo no quiero que salgan abogados como
ella.
Me pregunto si alguna vez volveremos a estar en trance, gritando:
Bo-Bo-chini
Bo-Bo-chini
La segunda vez que nos encontramos, el Bocha llega una hora
tarde. Hablamos durante veinte minutos: luego, simplemente comunica que debe
irse. Son las 13 y él promete regresar a las 14, pero no cumple. A las 15
todavía no apareció. Sus designios son inescrutables. Me voy a casa. Si el
Maestro cambió de idea y ya no quiere hablar por hoy, habrá que conformarse.
Hemos hablado acerca del Independiente del 83-84, un hito en la historia del
fútbol argentino.
-Si ese equipo jugara hoy, saldría campeón cinco fechas
antes del final del torneo.
Fue el mejor equipo de la década, lejos. Si
hubiésemos tenido un número 9 éramos invencibles. Vos fijate que el
centrodelantero cambiaba siempre y así y todo salimos campeones del mundo...
El Independiente de 1983-84, en realidad, tenía casi el
mismo plantel que el de 1982. En el 82 se le escaparon los dos torneos ante el
mismo rival, Estudiantes de la Plata. Estudiantes ganó el torneo Metropolitano
por dos puntos, y el torneo Nacional por un gol.
En 1983, el entrenador Rojo Nito
Veiga fue reemplazado por José Omar Pastoriza.
En su regreso al club, el Pato
consiguió el Metropolitano del 83, la Copa Libertadores de América de 1984 y la
Copa Intercontinental de ese mismo año, ante el Liverpool de Inglaterra.
Más
allá de Bochini, en ese plantel había jugadores de gran jerarquía como Jorge
Burruchaga, Ricardo Giusti y Néstor Clausen -luego integrantes de la Selección
argentina en el Mundial 86- y el exquisito volante central Claudio Marangoni.
-En el 82 jugábamos igual que en el 83 y en el 84. Tal vez
mejor, porque en el torneo del 82 salimos segundos con 52 puntos y en el 83
salimos campeones con 48. Durante esos tres años tuvimos muchos partidos
brillantes. Ese es el mejor equipo que integré: tal vez hayan aparecido en la
Argentina otros equipos con tanta riqueza técnica como el nuestro, pero seguro
que no apareció ninguno que tuviera a la vez una defensa tan sólida.
Nos íbamos
al ataque muy tranquilos porque confiábamos en nuestros defensores.
Yo estaba
bien libre, para crear fútbol. Anduve bastante bien. Nos entendíamos a la
perfección con Jorge Burruchaga. Nos salían todas.
En nueve de los treinta y seis partidos que Independiente
disputó en el Metropolitano de 1983, Bochini fue elegido por la revista El
Gráfico como la figura de la cancha.
El torneo concluyó con un regalo extra
para los simpatizantes Rojos:
Independiente se consagró campeón derrotando 2 a
0 a Racing.
Como si esto fuera poco, esa misma tarde el eterno rival se
despedía de la primera división.
En 1984, los Rojos reconquistaron la Copa Libertadores con
un juego de lujo. El Maestro, perfeccionista, no quedó del todo satisfecho.
-Deberíamos haber salido campeones invictos. Perdimos un
solo partido, 1 a 0 con Olimpia, en Paraguay, y en ese partido pegamos seis
tiros en los palos.
En la revancha con Olimpia, en Avellaneda, Independiente
necesitaba ganar para seguir en carrera. No había otra posibilidad: con el
empate quedaba afuera. El partido estaba 2 a 2.
Una tras otra, las jugadas de
gol morían en las manos del arquero paraguayo Ever Almeida.
Hasta que, dos
minutos antes de que terminara el partido, el genio frotó la lámpara.
Barberón recogió en su campo por derecha, le dejó la pelota
a Bochini, apenas pasada la línea central, el Bocha avanzó y la puso como él,
como pocos como él saben, por detrás del pique del propio Barberón, que ya
avanzaba por la izquierda después de cruzar todo el campo.
El puntero se llevó
a la rastra a su marcador y metió un centro a media altura para que Bufarini la
metiera cerca del palo izquierdo.
Fue el tres a dos, fue la victoria, fue el
delirio.
(revista “El Gráfico”, 1° de Mayo de 1984)
La primera final de aquella Libertadores, en Brasil ante
Gremio de Porto Alegre, no fue transmitida por televisión.
Quienes vieron el
partido se encargaron de otorgarle contenido mítico, de jactarse orgullosos de
haber estado allí.
Dicen que la superioridad de Independiente fue tan notable
que aquello pareció más un entrenamiento que una final.
Dicen que la actuación
de Independiente fue tan pero tan brillante que el entonces campeón del mundo
se sintió humillado en su propia casa.
-Es verdad. Dominamos el partido desde el principio hasta el
final. Ganamos 1 a 0, pero nadie se hubiera quejado si el resultado era 2 o 3 a
0. No parecía una final de América.
En la revancha en Avellaneda, los
brasileños nos habían tomado tanto miedo que necesitaban ganarnos y vinieron a
defenderse, a jugar de contragolpe. Por eso salió un partido trabado, empatamos
0 a 0 y dimos la vuelta olímpica otra vez.
Luego de la segunda entrevista, el ídolo desaparece durante
casi una semana. Día tras día lo llamo a su casa y nada.
¿Cómo enojarse con él?
Finalmente, después de muchos mensajes en el contestador, después de muchos
diálogos con la Primera Dama -su esposa- un día suena el teléfono. Es él.
Bochini condescendió a discar mi número y llamarme: ahora tengo mi propio
"Teléfono Rojo". Concertamos el horario de la tercera entrevista.
Arreglamos para el día siguiente, a las 11 de la mañana. Bochini llega a las
13, algo apurado. No importa. Llegó.
Todavía nos quedan su paso por la
Selección Nacional, el campeonato del 89 con Independiente, el partido
homenaje.
A pesar de semejante curriculum, la Selección argentina le
fue esquiva.
Pocos meses antes del Mundial 78, César Luis Menotti lo dejó
afuera del plantel que disputaría el torneo, al igual que a Diego Armando
Maradona.
Más allá del título obtenido por el seleccionado, en ambos casos la
decisión de Menotti fue disparatada.
Sobre todo, si se considera que en el
combinado argentino, en el mismo puesto de Bochini y Maradona, Menotti llevó a
jugadores de inferior calidad como José Daniel Valencia y Ricardo Julio Villa.
En toda su carrera, Bochini disputó 28 encuentros para el seleccionado.
En 1986, Carlos Salvador Bilardo lo incluyó en el plantel
que obtuvo el título mundial.
Aquel fue el campeonato en el que Diego Maradona
tocó el cielo de los futbolistas.
¿Qué hubiera pasado si Maradona y Bochini
jugaban juntos?
Tal vez aquel gran equipo habría rozado la excelencia. Bochini
entró en la semifinal del Mundial 86, faltando cinco minutos para el final del
partido con Bélgica.
Dice la leyenda que Maradona le dijo:
-Pase, Maestro, lo estábamos esperando.
Le pregunto al Bocha si recuerda aquella bienvenida.
-Algo me dijo Diego, pero no me acuerdo qué. Yo estaba muy
concentrado. Argentina ganaba 2 a 0 y yo quería jugar, aunque fueran cinco
minutos. Siempre pensé que tenía la capacidad suficiente como para jugar un
Mundial, pero bueno, los técnicos pensaron otra cosa.
En esos cinco minutos, Diego y Bochini alcanzaron a juntarse
una vez a tocar.
En su autobiografía, Maradona sostiene que: "Fue como
tirar una pared con Dios"
Sólo le pido a Dios
que Bochini juegue para siempre,
siempre para Independiente
para toda la alegría de la gente
-¿Por qué no te fuiste nunca a Europa?
-Cada vez que me salía del país 10 o 15 días, me costaba
mucho adaptarme. Extrañaba. Además estaba muy cómodo en Independiente, un
equipo que jugaba partidos importantes, que peleaba el campeonato local, la
Copa Libertadores.
Estaba más cerca de la Selección: en mi época, los jugadores
que estábamos en la Argentina eran más tenidos en cuenta que los que jugaban en
Europa.
Y además la gente me quería.
A los 35 años, Bochini consiguió su último título. Jugó
grandes partidos en el torneo 88-89, especialmente contra los rivales más
poderosos: contra Boca, contra San Lorenzo.
Independiente se consagró campeón
una fecha antes del final.
El paladar negro del hincha del Rojo, sin embargo,
no valoró en su justa medida aquella conquista.
-Ese equipo era muy bueno, pero no tenía el vuelo del 84.
Tal vez no jugábamos brillantemente, pero salíamos a ganar en todas las
canchas.
A la gente no le gustaba tanto porque lo comparaba con el otro, que
tal vez haya sido el mejor de la historia del fútbol argentino.
Yo había
perdido algo de velocidad, entonces trataba de que la que corriera fuera la
pelota.
El 5 de Mayo de 1991, en un partido sin ninguna importancia
contra Estudiantes de la Plata, el taponazo brutal de un tal Pablo Erbín lo
sacó de la cancha con el tobillo destrozado.
Yo hubiera recibido gustoso ese
puntapié maldito si Dios me garantizaba a cambio que iba a cumplir con lo único
que yo le pedía, que Ricardo Enrique Bochini jugara para siempre, siempre para
Independiente, para toda la alegría de la gente.
El 19 de Diciembre de 1991, como tantas otras veces, bajé
del tren en la estación Avellaneda, crucé la avenida Pavón, tomé la diagonal,
corté camino por entre los monoblocks, saqué mi entrada y subí las
interminables escaleras que llevan a la tribuna Cordero.
Los ojos llorosos de
la gente indicaban que aquella no era una noche como tantas.
Era el partido homenaje. La despedida. El adiós a tanta
belleza irrepetible, tan irrepetible como mi adolescencia que se estaba yendo
al mismo tiempo que el Bocha. Un equipo de históricos de Independiente
-reforzado por estrellas de otros clubes- se enfrentó a los titulares de ese
momento. Él jugó un tiempo para cada lado. Durante los últimos cinco minutos
del partido lloré desconsolado. Hubo muchos como yo.
-Para mí -confiesa el Maestro- fue doloroso reconocer que no
iba a jugar más. Las despedidas son tristes: son mejores los debuts, cuando
tenés todo el futuro por delante.
Cuando terminó el partido, la gente estaba
emocionada. Algunos lloraban, recordaban todo lo que yo les había dado en mis
años de jugador.
Antes de la despedida, en algún momento se me había cruzado
por la cabeza volver. Recién ese día me convencí de que se había terminado el
fútbol para mí.
Y dale Bocha, dale Bocha, dale Bo.
Y dale Bocha, dale Bocha, dale Bo.
Porque te quiero
te vengo a ver
aunque esta noche sea la última vez.
Hubo 60 mil personas en la cancha. Todo el mundo pagó su
entrada, socio o no socio.
Se suponía que la recaudación total era para
Bochini: le liquidaron 21 mil populares y cinco mil plateas.
La Comisión
Directiva del club no supo, no pudo o no quiso explicar quién se había quedado
con el dinero de las 19 mil entradas que faltaban.
Le pagaron así diecinueve
años de magia, trece títulos, 109 goles, cientos de pases gol.
Ahora está de
nuevo en su casa. Ahora, desde afuera de la cancha, está tratando de aportar su
experiencia para que Independiente se reencuentre con su identidad futbolera y
su mística ganadora, esa identidad y esa mística que él expresó mejor que
nadie.
Ahora ese pibe al que tantas veces le alegró la vida está satisfecho.
Ha
compartido su emoción con los lectores.
Les ha contado cómo fue que una vez la
felicidad encarnó en un hombre pequeño con muy poco pelo y una camiseta roja
con el número 10 en la espalda.
De : http://www.cuentosdelapelota.com.ar/2008/09/el-10-ricardo-bochini.html
Fuente Los Cuentos de
la Pelota
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