"Señores jugadores", un texto de Eduardo Sacheri
A partir de enero, el
prestigioso escritor argentino se incorporó a la revista con columnas
exclusivas. Autor de varias novelas, entre ellas la que apuntaló al Oscar
"El secreto de sus ojos".
Nota publicada en la
edición octubre 2011 de la Revista El Gráfico
Espero sepan disculpar el atrevimiento que me tomo al
dirigirles esta carta a través de un medio tan masivo y prestigioso como El
Gráfico. Ocurre que esta gente –la de El Gráfico, digo- ha tenido la generosa y
al mismo tiempo temeraria idea de encargarme la redacción de una columna para
cada una de sus ediciones mensuales. Y yo, señores jugadores, me aprovecho de
esa circunstancia, en este caso particular, para dirigirles este mensaje de índole
casi personal, aunque me atrevo a pensar que unos cuantos futboleros viejos,
como quien les habla, estarán de acuerdo con alguno de los conceptos que me
dispongo a comunicar. Tal vez alguien me acuse de estar usufructuando, en mi
provecho y a partir del espurio arbitrio de mi voluntad, un espacio de
comunicación que debería orientarse a fines más altos y más dignos. Y puede ser
que así sea, señores jugadores. Pero, como decía mi abuela “a esta altura de la
cosecha no hay tiempo de cambiar nada”. Así que al grano, señores jugadores.
Tengo que pedirles un favor especialísimo. O, bien mirado,
son varios favores al mismo tiempo aunque vengan unidos en un solo asunto. Y
ese asunto, señores jugadores, es el muy espinoso asunto del festejo de los
goles. Ojo que escribo la palabra “goles” y siento cierta turbación. De hecho
el actual campeonato, el Apertura 2011 (algún día alguien tendrá que explicarme
un motivo válido que justifique que el campeonato que se juega al final del año
se llame “Apertura”, pero prefiero no abrir mis argumentos hacia ese asunto
porque voy a seguir enojándome con temas diversos y prefiero que mi enojo quede
lo más concentrado posible, señores míos) ha tenido en sus primeras cinco
fechas poquísimos goles. Puede ocurrir que, en las semanas que median entre que
yo escribo esta columna y que El Gráfico la publica, a principios de octubre,
los delanteros del fútbol argentino se destapen, exploten, se floreen, y los
partidos empiecen a tener resultados como 4 a 3 o como 5 a 1. Por el momento eso
no sucede, y los hinchas podemos llamarnos contentos si vemos un gol, mal hecho
y a las cansadas pero gol al fin. Pero bueno, como les decía, no me quiero ir
del tema, señores jugadores.
Porque el pedido que debo formularles no tiene tanto que ver
con la hechura de los goles sino con el festejo de esas conquistas, entendiendo
por “festejo” la serie de ritos, movimientos, rutinas y evoluciones corporales
que el jugador que convierte el gol, y sus compañeros, ejecutan a modo de
celebración por el tanto conseguido.
Y es a ese respecto que tengo un par de solicitudes que
formularles, señores jugadores. Ya estoy hasta la coronilla (podría escribir
que estoy hasta la altura de otras regiones corporales, pero no quiero que me
acusen de vulgar) de esas coreografías que a menudo ustedes, señores jugadores,
tienen a bien ejecutar después del gol. A saber: eso de correr hasta el
banderín del córner y aferrarlo fingiendo que es un fusil desde el que disparan
una bala imaginaria, o lo de sacarse el botín como si fuera el zapatófono del
Superagente 86, o hacer una fila india en el piso simulando que están remando
en una regata de ocho remeros sin timonel, o juntarse en un grupito de tres o
cuatro a ejecutar un pasito de baile sinuoso y bailantero, o que un jugador se
finja lustrabotas para que el goleador le apoye el botín en la rodilla mientras
el otro le saca imaginario lustre; la verdad es que me tiene podrido, señores
jugadores.
Yo no sé de dónde sacan esas coreografías, señores
jugadores. Supongo que nacen en el tedio de las concentraciones, de chistes
originados puertas adentro de su grupo, o de apuestas que entienden ustedes
solos. Y ese es el problema, señores jugadores. De ese “puertas adentro”.
Porque con ese “puertas adentro” convierten en privado algo que debe ser
siempre, me parece a mí, público y de puertas afuera. Porque el gol, señores
míos, y mal que les pese, les pertenece a los hinchas tanto o más que a ustedes
mismos. Y a ningún hincha se le va a ocurrir, ahí de pie en la tribuna,
festejar un gol de ustedes imitando remeros o lustrabotas o astronautas o
cazadores del arca perdida. Nada de eso. En la tribuna festejarán gritando,
saltando y abrazándose. Y con eso, a los hinchas, nos basta y nos sobra.
Y ya que ando en tren de solicitudes y en ánimo de ofender,
tengo un pedido más específico todavía. Porque hay una manera de festejo que me
revienta la paciencia mucho más que el “festejo coreográfico” que describí en
los párrafos anteriores. Porque si el festejo con coreografía me harta la
paciencia, el “festejo con huída y desprendimiento” directamente me saca de
quicio. No sé si se ubican, señores jugadores, en lo que estoy hablando. Me
refiero a esa acción en la que el jugador, después de hacer el gol, sale
corriendo hacia un lugar despejado del campo de juego, digamos un lateral cerca
del banderín del córner, como si estuviera solo en el mundo, y como si no le
debiera nada a nadie más que a sí mismo, mientras se besa los 6 o 7 tatuajes
que tiene más a mano, y sonríe a la cámara de televisión que tienen más cerca
mientras calcula si lo estarán viendo en algún mercado con buen poder
adquisitivo.
Y mientras corre, el susodicho tiene la osadía –sí señores,
no existe otra calificación que la de osadía– de sacarse de encima, a los
manotazos y de mala manera, a los desprevenidos compañeros que pretenden
abrazarlo para compartir su alborozo, como si el goleador temiera vaya a saber
qué, que le roben un pedazo del primer plano en high definition, o que lo
madruguen en ser el próximo jugador en ser transferido por una cifra millonaria
al fútbol bielorruso.
Para que no piensen que soy un mal llevado completo, señores
jugadores, estoy dispuesto a aceptar un “festejo solitario” en ciertas
ocasiones: pongamos que el fulano acaba de convertir un gol que es la réplica
casi exacta del gol de Diego a los ingleses. De acuerdo: que vaya y festeje
solo un rato hasta que se le pase el pasmo. Pero de ahí a permitírselo a
cualquier chichipío que acaba de capturar un rebote en el área chica y de
pegarle un mísero puntinazo (cuando no la ha empujado con el muslo o con la
tibia) en medio de un revoleo de patas pavoroso, me parece demasiado, señores
míos.
Seré demasiado clásico, señores jugadores, pero a mí me
gusta cuando el tipo que ha tenido la fortuna de convertir un gol lo grita con
alma y vida y sale corriendo no hacia la soledad del costado sino hacia el
encuentro de los suyos, y abre los brazos y los recibe y les agradece, porque
por algo esto es fútbol y se juega de once. Si quiere, que señale especialmente
al que le dio el pase en lugar de morfársela él. Si quiere, que se bese los
tatuajes mientras retorna hacia el mediocampo. Si quiere, que sonría hacia la
cámara HD cuando los rivales se disponen a poner otra vez la pelota en juego.
Algo que sí me gusta, señores jugadores, y los invito a
reincidir en esa práctica cuantas veces quieran, es que el susodicho goleador,
una vez convertida la conquista, salga como un enajenado hacia la tribuna,
salte los carteles y se venga corriendo hasta el alambre. Y que se bese el
escudo y se prenda con los botines y los dedos para gritarlo junto con el
humilde hincha que nunca va a tomar su lugar pero que grita con él, al mismo
tiempo y con una alegría más genuina todavía, al otro lado de los rombos del
alambre.
Del mismo modo, señores jugadores, acepto de buen grado que
se saquen la camiseta para mostrar un mensaje de cariño a un compañero que la
está pasando mal, o a un compañero que se fue y no va a volver. Esas son cosas
dignas y con ellas no me meto. Y hablando de meterse, un mensaje especial para
los señores árbitros.
Les pido que no sigan amonestando a los jugadores que se
sacan la camiseta y la revolean mientras comparten su grito con la hinchada,
argumentando “festejo desmedido”. Nada de desmedido, señores míos. Dedíquense a
amonestar a los del remo, a los del pasito de baile o a los del nado
sincronizado. En el informe escriban: “por festejo estúpido y bochornoso”. O a
los mezquinos individualistas que se festejan a sí mismos. Ahí pongan “por
festejo de egoísta pecho frío”.
Por supuesto que esto que les he escrito no es más que un
inocentísimo pedido, señores jugadores. Y ustedes no tienen por qué llevarme el
apunte. Pero ocurre que los hinchas necesitamos creer, señores jugadores. Creer
que somos nosotros los que jugamos, o al menos que los que juegan son como
nosotros. Y en el campito en el que jugamos nosotros, los goles se festejan a
los abrazos, señores míos. O dígame alguno de ustedes, por favor, si en esas
canchas chúcaras de los barrios, alguna vez ustedes vieron a un jugador que
festeje con el botín en la mano, o fingiéndose astronauta en plena caminata
lunar.
Ya sé que ustedes no tienen nada que ver con el fútbol que a
mí me cautiva y me enamora, señores jugadores. Pero yo, de vez en cuando,
necesito creer que sí.
Publicada el 21/11/2011
De http://www.elgrafico.com.ar/2011/11/21/C-3924-senores-jugadores-un-texto-de-eduardo-sacheri.php
Fuente El Gráfico
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