Por Lucas Campos
Lucas Pusineri, de célebre testazo contra Boca, entre otros
méritos, un día tuvo la chance de ser el entrenador de Independiente.
El panorama no invitaba a soñar con conquistas inmediatas,
sino más bien daba claros síntomas que, para ir a la guerra, las armas iban a
ser un cuchillo y un tenedor.
Los primeros tres pasos indicaban que, más que una guerra,
el asunto podía ser un banquete. Y nada mejor que el cuchillo y tenedor, para
llevarse las mejores tajadas.
Pero muy rápido, el banquete se convirtió en guerra. Y
Pusineri se quedó sin cuchillo y tenedor. En su lugar, le dieron un isopo.
Tironeado entre la imposibilidad de incorporar, la necesidad
de vender, los niveles subterráneos de un plantel normalito, donde la jerarquía
no abunda, las irresponsabilidades clamorosas que se indican en expulsiones
propias, en cuatro de cinco partidos, más errores propios del entrenador, en la
confección del equipo y, sobre todo, en los cambios, la realidad futbolística,
navegando en mares de intrascendencia, no puede sorprender a nadie.
Darle un cuchillo y tenedor, por la situación del club, era
esperable y fue charlado previamente.
Cambiárselo por un isopo, incluye culpas de todos los
sectores.
Pero quitar, incluso el isopo, pasaría el límite de lo
preocupante.
Lucas Pusineri hizo saber que necesita de Alan Franco. Se
desprende que también precisa a Fabricio Bustos, otro que no tiene un reemplazo
natural en el plantel. Y está Martin Benítez, quien entró en la rotación.
A ésta altura del torneo, y del semestre, vender otro
jugador, es sacarle ese isopo.
Y sacárselo, es, literalmente, dejarlo sin armas.
Fuente De la Cuna al Infierno
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