Las finales no esperan a ningún equipo, ni siquiera a la
Argentina de Messi. Foto: DyN
Por Christian Leblebidjian
Jorge Sampaoli es el menos responsable de todos. Asumió de
apuro, aunque consciente de que el reloj le jugaba en contra. Hizo cambios
necesarios, de lista y de intérpretes. La selección pedía que alguien mueva la
estantería porque estaba bloqueada, marchando a un abismo y sin fuego interior,
sin rebeldía. Las voluntades del nuevo DT intentaron romper una parte de la
estructura. Por eso probó, incluso ayer, ante Perú, con un ataque con perfiles
invertidos: Di María por la derecha (donde supuestamente el zurdo se siente más
cómodo) y Papu Gómez por la izquierda. Hasta le dio la chance a Benedetto, un 9
que en el fútbol argentino casi todo lo que toca lo transforma en gol. Más que
nunca, intentó tener de aliada a la actualidad. Porque las finales no esperan a
ningún equipo, ni siquiera a la Argentina de Messi.
Es cierto que la Argentina mereció hacer al menos un gol,
que el arquero Gallese fue una de las figuras, pero en el fútbol uno más uno no
siempre da dos. Y eso convive con la sensación de que el seleccionado tiene la
voluntad de atacar, de asumir el protagonismo, aunque no siempre elige los
mejores caminos en esa búsqueda. No es lúcido a la hora de buscar un
desequilibrio y menos cuando los equipos se le cierran defensivamente. Prueba
con remates desde afuera (por esa vía fueron 11 de los 22 ante Perú), pero se
animan Mascherano, Biglia, Banega, Di María. Hasta un remate de Messi terminó
en un lateral.
Messi no brilla, pero aún así lo mejor ofensivamente nace de
sus pies, como el remate con derecha que dio en el palo. El tema es que con
Messi sólo no le alcanza a un equipo que no es capaz de resolver una ecuación
ni colectiva ni individualmente. Ayer fueron nueve situaciones de riesgo, pero
no muchas resultaron claras: el cabezazo de Benedetto en el primer tiempo, el
mano a mano de Gallese al 9 y otro a Papu Gómez en el segundo; el intento de
Rigoni haciendo la diagonal al primer palo. Con Venezuela, tras un buen primer
tiempo, el equipo fue de mayor a menor; y con Uruguay la selección apenas llegó
cuatro veces al arco de Muslera. De nuevo, la más clara en el Centenario fue el
mano a mano de Messi, tras una pared con Dybala.
Quizás una alternativa que pudo haber evaluado Sampaoli
ayer, ante una defensa cerrada y siendo un especialista con los remates desde
afuera era Leandro Paredes, pero tampoco se puede afirmar que el equipo no ganó
por eso.
Ante los bloqueos habituales, Sampaoli probó con los nuevos
y con los viejos. Les dio chances a Fazio, Pizarro, Rigoni, Benedetto, Acosta,
Papu Gómez, Dybala, Icardi y Acuña para cambiar la ecuación; también posibilidad
de revancha a Romero, Di María, Banega, Biglia, Higuaín, Agüero (estaba
convocado y el accidente frustró que regrese), Otamendi, Gago (increíble cómo
el destino se encarga de golpear al 5 de Boca). Pero Messi sigue solo,
intentando con una gambeta, con una pared, con un amago. Él no logra mostrar el
rendimiento que puede ni tampoco ningún compañero lo ayuda a lograrlo. Son
todos "socios potenciales", pero ninguno real. Alguna vez pudo ser
Higuaín, otra vez Agüero, en otra oportunidad Di María, pero nadie se afianzó
como su principal bandera. Y esa es una herencia que la selección arrastra
incluso de los ciclos de Martino y Bauza.
Nadie logró transformarse en el socio ideal de Messi. Y los
por qué de este déficit también son un interrogante.
Fuente Cancha Llena
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