Mauricio Macri y Daniel Angelici, ejemplos de dirigentes que
no ven con malos ojos las Sociedades Anónimas en el fútbol argentino. / DyN
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Ningún sistema es perfecto, pero convertir a los clubes en
empresas para mejorar su gestión conlleva un riesgo innecesario. Los ejemplos.
“No me veo tanto como el dueño, sino como el custodio del
club en nombre de sus hinchas”. Shahid Khan, multimillonario paquistaní, primer
dueño del Fulham (Inglaterra).
Cuentan las crónicas que en los orígenes, el Hombre inventó
la pelota y la pelota lo hizo feliz; pero no tardó en darse cuenta que la
pelota a su vez podía ser compartida y disputada. Entonces dijo: “Hagamos un
partido”.
Y así fue que en poco tiempo, los partidos de fútbol proliferaron y
con ellos, la competencia. Y el Hombre vio que los partidos de fútbol eran buenos
y que la gente quería verlos, por lo que creó a los clubes: en un primer
momento, estructuras volátiles y sin consistencia. Hasta que comprendió que con
los clubes sólo no le alcanzaba y necesitaba estadios donde organizar esos
partidos: entonces, los clubes echaron raíces. Al principio débiles, por lo que
aún con algo de sufrimiento conseguían ser trasplantados: por eso algunos
nacieron en un barrio y posteriormente se asentaron en otro. Pero con el paso
del tiempo los clubes echaron raíces más profundas y quedaron afincados,
favoreciendo el crecimiento del fútbol.
Y llegó el día en que el Hombre
aprendió a ganar dinero con los partidos y, a partir de ahí, cuando mordió la
manzana, todo cambió.
Los clubes de fútbol son instituciones con amplia representación
y prestigio. La crisis que vive actualmente la Asociación del Fútbol Argentino,
abre la puerta a modificaciones que podrían cambiarle su fisonomía para
siempre. Camuflados en el escenario convulso de reuniones frenéticas,
pretemporadas sumamente austeras, retrasos salariales y un mercado de pases
enmagrecido, se esconden los buitres de las Sociedades Anónimas (SA). Para
entender las consecuencias de su ingreso, es necesario averiguar lo que sucede
en otros países futbolísticamente relevantes. Es cierto que ningún sistema de
organización es perfecto, pero convertir a los clubes en empresas para mejorar
su gestión conlleva un riesgo innecesario.
“Spanish Football and Social Change: Sociological
Investigations” (2015) es una obra escrita (en inglés, pero de autoría
española) por el Profesor Titular de Sociología de la Universidad de Valencia,
Ramón Llopis-Goig.
El libro relata la historia del deporte y sus
transformaciones.
En el capítulo 5 cuenta, específicamente, la metamorfosis de
los clubes españoles en empresas y sus consecuencias: cómo fueron claudicando
uno atrás de otro (salvo honrosas excepciones como Real Madrid, Barcelona,
Athletic Club de Bilbao y Osasuna) y cómo la aparición de un dueño puso en
riesgo los rasgos de identidad, desde un nimio cambio de color de camiseta,
pasando por la modificación del escudo y el nombre, hasta el traslado de la
localía a kilómetros de distancia.
El estudio también es crítico de la permisividad y los
desmanejos de las sociedades civiles españolas que llevaron a la privatización
de los clubes y favorecieron la aparición de un síndrome de ambivalencia en el
hincha: entre la coexistencia por la preservación y conservación de su función
social, y la idea de que los dirigentes se enriquecían y las instituciones eran
mal gestionadas e insostenibles económicamente.
Indefectiblemente, al pensar en “Fútbol S.A.”, es ineludible
destacar a Inglaterra como máximo exponente. La Premier League sufrió una
brutal transformación en los últimos treinta años donde el “producto” se encareció
y la concurrencia al estadio se tornó un privilegio de la clase adinerada. Los
hinchas en Inglaterra ya han absorbido y asumido como propias las formas más
crudas del capitalismo, la globalización y la mercantilización deportiva.
Curiosamente, la actual temporada fue récord en cuanto a
adquisiciones de clubes. En la Premier League todos los clubes son empresas y
catorce de los veinte son de propiedad extranjera: sólo Tottenham, West Brom y
West Ham, Burnley, Middlesbrough y el Stoke City tienen “dueños” exclusivamente
británicos. En los últimos meses, el Swansea (Jason Levien y Steve Kaplan
-EEUU), West Bromwich Albion (Grupo inversor chino), el Crystal Palace (Josh
Harris y David Blitzer -EEUU) y el Everton (Farhad Moshiri -multimillonario
iraní) fueron las últimas “víctimas”. En total, el 57% de los clubes de las dos
divisiones superiores (Premier y Championship) son poseídos por inversionistas
extranjeros.
Al indagar el motivo por el cual son tan apetecibles los
clubes ingleses, para el resto del mundo, resalta la importancia de los
derechos de televisión, la discreción absoluta en el valor de los ingresos y el
potencial para ampliar o relocalizar estadios. Por ejemplo, West Ham United
acaba de trasladarse al Estadio Olímpico de Stratford y el Tottenham Hotspur ya
anunció que construirá un nuevo complejo de 61.000 lugares en el norte de
Londres; Liverpool y Chelsea están planeando ampliar la capacidad del suyo,
mientras que la adquisición del Everton por parte de Moshiri incluyó un
compromiso para financiar el proyecto del nuevo estadio.
Probablemente, el fútbol alemán sea el más ecuánime de los
campeonatos europeos. Es cierto que el Bayern Munich ha incrementado su
hegemonía en los últimos años pero la Bundesliga reparte el dinero de manera
más equitativa que las otras grandes Ligas y, por otra parte, todos sus clubes
siguen manteniendo una estructura societaria. La famosa “regla del 50 + 1”
estipula que los clubes pueden tener inversionistas privados pero estos nunca
podrán tener potestad absoluta: ningún individuo puede ser dueño de más del
49%, ya que las instituciones pertenecen a la comunidad y sus asociados.
Pero como dice el refrán “Hecha la Ley, hecha la trampa” y
en el fútbol alemán se coló un outsider que está teniendo muy buenos
resultados, es escolta de la Bundesliga y amenaza con derribar la hegemonía del
conjunto bávaro. La empresa “Red Bull” compró al Leipzig FC de forma peculiar.
Para burlar la regla conformó una mayoría de asociados afiliando a sus propios
empleados y accionistas de Red Bull. Sus detractores dicen que ha encontrado
una manera de corromper el espíritu del fútbol alemán, inyectando dinero y
ascendiendo cuatro categorías en apenas cinco años.
Pero el RB Leipzig no es el único club que se beneficia con
financiamiento externo en Alemania. Bayer Leverkusen (propiedad de la
farmacéutica Bayer y fundado originalmente como un club de gimnasia para los
trabajadores) y el VfL Wolfsburg (propiedad de Volkswagen) fueron beneficiados
por la “Ley Bayer” a comienzo de siglo que justificaba la posesión de un club
por parte de una empresa, si esta podía probar más de 20 años de gestión en la
institución. Otros clubes, en este caso sin excepciones, son el Hoffenheim
(financiado el 49% por Dietmar Hopp el fundador de la empresa de software SAP)
y el Munich 1860.
Como se ha visto, no hay ningún sistema prístino y todas las
posturas tienen flancos débiles. Hoy es muy fácil castigar en la Argentina a los
clubes, en tanto sociedades civiles sin fines de lucro, debido a los
vergonzosos manejos de algunos dirigentes; pero eso no debe hacernos olvidar el
rol social que cumplen y cómo, a través del fútbol, se sostiene una parte
importante de la estructura deportiva del país.
Cuando las instituciones tienen dueño se alejan de los
intereses de la comunidad y se focalizan en la rentabilidad. Historias del
fútbol inglés como la del Coventry City, donde en apenas 24 horas diez mil
hinchas firmaron un petitorio solicitando la salida del Otium Entertainment
Group (SISU); o la del Blackpool F.C contra la familia Oyston que se adueñó del
club por la módica suma de una libra esterlina, y lo hizo crecer hasta llegar a
la Premier League (en 2010) para luego vaciarlo y enriquecerse: desprendiéndose
de sus principales figuras, girando dinero a sus empresas, y llevándolo a la
cuarta categoría (League two).
El fútbol argentino ya vivió etapas donde las empresas se
adueñaron de los clubes, donde órganos fiduciarios dirigieron instituciones
luego de que algunos poderosos prestaran dinero haciendo grandes negocios para
desaparecer después dejando sólo deudas. Como jugador, fui testigo de la
orfandad que siente el hincha de una institución que desaparece cuando se va el
mecenas y podría ostentar del triste privilegio de decir que un club en el que
jugué ya no existe más.
El Gobierno presiona a la AFA por el nuevo estatuto, donde
ya no se necesita ser una asociación civil para ser parte. No quiero a las
Sociedades Anónimas en el fútbol porque los clubes no deben tener fines de
lucro: su ganancia es la felicidad del socio al hacer deporte y ver ganar al
equipo. Hay que tener memoria e informarse sobre lo que pasa en el mundo para
no comerse la manzana podrida de los clubes-empresa, ¿o usted quiere terminar
como los del Fulham y que un millonario paquistaní “custodie” su sentimiento?
Fuente Perfil.com Cuatro, Cuatro dos
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