A 50 (hoy, 52) años de haber ganado la Copa Libertadores en
Independiente –primer equipo argentino en conseguirla–, Acevedo, Guzmán,
Ferreiro, Mura y Santoro se reencontraron para revivir la hazaña en el mismo
campo de juego donde la lograron. Anécdotas sobraron en una juntada memorable.
Nota publicada en la edición de Agosto de 2014 de El Gráfico
INDEPENDIENTE saluda antes del choque frente a Nacional de
Montevideo.
CAMBIO LA ESCENOGRAFIA del teatro de operaciones; ya no está
más la clásica Doble Visera de cemento. El estadio es otro, más moderno, hecho
a nuevo, hoy solamente lujoso testigo de un tiempo de vacas flacas.
Sin embargo, el campo de juego resulta el mismo en el que
Roberto Ferreiro, Osvaldo Mura, Miguel Angel Santoro, David Acevedo, Juan Carlos
Guzmán y el resto del plantel de ese Independiente se convirtieron en héroes al
vencer a Nacional de Montevideo por 1-0 y ganar la Copa Libertadores por
primera vez en la historia para el club de Avellaneda y para el fútbol
argentino.
A 50 años de aquella imborrable noche del miércoles 12 de
agosto de 1964, los cinco integrantes mencionados de aquel sensacional equipo
se abrazaron y se saludaron con el afecto de siempre en el espacio exacto en el
que dejaron de ser meros futbolistas para convertirse en glorias eternas.
Después del clásico “qué mal va el mundo” o “qué bien”, los “muchachos”
caminaron por el terreno de juego, se sentaron en las plateas y luego también
en el banco de suplentes, mientras recordaban jugadas, personajes de la época y
anécdotas. Estaban felices y se divertían. La memoria les funcionaba a pleno.
“Desde aquí, desde este costado izquierdo y mucho antes de
llegar al área, Mario Rodríguez pateó. Fue un tiro por elevación, imparable
para el uruguayo Sosa. Mario metió muchos, pero ese fue el gol de su vida
porque nos hizo ganar la Copa”, explicó Guzmán.
-¿Cómo está Mariulo Rodríguez? (Ferreiro).
-Nada bien, pobre; sigue internado. De lo contrario, estaría
aquí con nosotros haciendo bromas; es una gran persona que está pasando un mal
momento (Guzmán).
-Era un goleador sensacional. Ese partido lo vi desde la
tribuna y Mario fue clave. Yo jugué el encuentro de ida, en el Centenario de
Montevideo, en el 0 a 0, la noche del 6 de agosto, cuando Pepé Santoro se
consagró en nuestro arco (Mura).
-¡Uh! Ese fue mi debut internacional y la verdad es que me
tiraban de todas partes. Tuve suerte de sacarlas todas (Santoro).
-Me acuerdo de que en la tarde de ese partido en Uruguay,
estaba en la habitación tomando mate con Pepé. El arquero iba a ser Toriani,
que era el titular. Pero se acercó el técnico, don Manuel Giúdice, a la pieza
del hotel, lo encaró a Pepé, y le preguntó: “Pibe, ¿y si le toca jugar?”
(Ferreiro).
-“La rompo”, le respondí al toque. Eso lo convenció de que
yo no tenía miedo, que me sentía seguro y con mucha fe.
-Yo compartía la habitación con Toriani, precisamente
–irrumpió Acevedo–. Estaba algo dolorido de las costillas porque unos días
atrás, en un partido contra Boca, chocó feo con Silveira. “Si te duele, mejor
que no juegues”, le aconsejé. Me hizo caso, y se lo comentó al técnico, a
Giúdice. Y no jugó. Pero no solo no jugó esa noche en Montevideo, ¡nunca más
fue titular! Porque Santoro había sido figura. Con el tiempo me quedó
remordimiento por el consejo que le di a Toriani. Pero son cosas del fútbol.
-Al final, Trucchia quedó de suplente (Santoro).
LA PELOTA dentro del arco, el arquero vencido y resignado.
Independiente, campéon de América por primera vez.
EL BUZO MAGICO Y PROSPITTI
“En Montevideo no estuve, porque en el segundo partido ante
el Santos -anterior a la serie final-, me expulsaron junto al brasileño Toninho
por un incidente que tuvimos. Me suspendieron una fecha y me reemplazó
Zerrillo. Pero en el partido de vuelta de la final, aquí en Avellaneda, volví y
salimos campeones”.
Guzmán lo contó en el Libertadores de América delante de sus
cuatro compañeros. El diálogo seguía fluyendo de manera natural entre estos
hombres que lograron un título esencial para que el nombre actual de la cancha
de Independiente sea el que es. Los primeros conquistadores repasaban gustosos
más vivencias que los llevaron hacia un momento único e irrepetible.
-En pleno partido, cuando te expulsaron contra Santos,
cambiamos toda la línea de fondo. Yo ocupé tu lugar de central, Savoy fue de
número 5 y el Negro Acevedo pasó al lugar mío, como lateral derecho, para
marcar a Pepe, un puntero izquierdo que tenía mucha potencia para patear al
arco (Ferreiro).
-Sí (risas)… Como nosotros teníamos una defensa fuerte,
íbamos con todo a cada pelota, y Pepe cuando me vio que lo iba a marcar, me
dijo en portuñol: “¡Viniste vos; es peor el remedio que la enfermedad!”.
(Acevedo).
-¿Y vos, petiso, por qué no jugaste el último partido?
(Santoro le consulta a Mura).
-Resulta que venía de una lesión y engordé como siete kilos.
Entonces, el preparador físico, González García, que era muy exigente con su
trabajo, me hizo colocar el “buzo mágico”, que era algo muy publicitado en su
momento. Te ponías eso, lo conectabas, te daba calor y ¡cómo bajabas de peso!
El asunto es que quedé nuevamente flaquito, pero estaba totalmente
deshidratado. Entré a jugar en el Centenario y al rato no podía levantar las
patas. Fui un desastre. Menos mal que empatamos gracias a vos, Pepé, que te
atajaste todo. Para la revancha, preferí dar un paso al costado, no estaba
recuperado del todo. Y me reemplazó Pedro Prospitti.
-Qué obsesivo era el profe González García -exclamó
Acevedo-. ¿Se acuerdan cuando nos pesaba después de los partidos y pedía un
aplauso del plantel para el que había bajado más kilos, para el que más corría?
“¡Un aplauso para Navarro que bajó cuatro kilos!”, gritaba. Y todos
aplaudíamos.
-Es que cuándo concentrábamos había una rígida disciplina
(Guzmán).
-¡Tremenda! -retomó Acevedo-. Concentrábamos en Allá en el
Sur, una quinta alejada de la ciudad, que era como estar en medio del campo.
González García la tenía con los controles de peso. Por ejemplo, ponía en la
misma mesa a los tipos más grandotes y los controlaba muchísimo en las comidas.
Recuerdo que colocaba siempre juntos a Luis Suárez, Navarro, Rolan, Prospitti…
Y les daba una botella de vino tinto, de tres cuartos, para repartir entre los
cuatro. ¡Era lo mismo que nada para ellos! Y ellos, casi con desesperación,
agrupaban las copas y las llenaban midiendo con sumo cuidado para que ninguno tuviera
una gota de más. Y en el menú, casi siempre había sopa. Prospitti tenía la
costumbre de que casi al final de las comidas pedía permiso para ir a su
habitación. González García empezó a inquietarse con lo que hacía y una vez me
pidió que fuera a ver qué le pasaba. Y fui, abrí la puerta, la pieza estaba a
media luz y me encontré con algo impensado: Prospitti estaba abriendo una
valijita chiquita que tenía preparada, de la que sacó dos tremendos salamines
de Tandil y dos panes flauta gigantescos para hacerse dos sándwiches. “Negro,
te pido por favor, no cuentes nada. ¡Con lo que nos da el profe, me muero de
hambre!”, me dijo (risas generales).
NAVARRO, SANFILIPPO Y PELE
Las anécdotas continuaban surgiendo sobre aquel pasado
perfecto. Sólo bastaba que uno de estos tipos empezara a modular. Ferreiro,
entonces, la siguió: “Lo bueno de ese Independiente fue que, en su mayoría,
éramos nacidos en el club e hinchas del Rojo. Vos, Flaco (por Guzmán) te
integraste muy bien pese a que venías de Chacarita. Pero la mayoría habíamos
jugado en inferiores y existía un gran respeto por los mayores. Cuando empecé a
jugar en Primera, Ernesto Grillo era la figura. Yo lo trataba de usted, ni se
me ocurría tutearlo. Resultaba tal mi devoción por Grillo que cuando se fue a
jugar a Italia, le compré la casa con mis primeros pesos porque quise vivir en
donde lo había hecho mi ídolo”.
-Pero el jugador emblemático de Independiente de comienzos
de los 60 fue Hacha Brava Navarro. No pudo jugar la Copa porque en un partido
en Rosario, se quebró la pierna izquierda. Pero siempre estuvo con nosotros,
viajaba con el equipo a todos lados, apoyado en su bastón (Santoro).
-Y antes de la primera final, en Montevideo, todo el plantel
fue a visitar al Nene Sanfilippo que jugaba en Nacional, y que en un amistoso
se había quebrado también la pierna izquierda. Y ahí estaba Navarro, con su
bastón, haciendo bromas con Sanfilippo. Ah, no me voy a olvidar un gesto de
Pelé que pocos supieron. Pelé viajó especialmente de Brasil a la Argentina para
saludar a Navarro al enterarse de su grave lesión. Pelé en la cancha era bravo,
pero tenía esos buenos gestos (Acevedo).
EN LA PLATEA, Guzmán, Santoro, Ferreiro, Acevedo, que
muestra una camiseta de antaño, y Mura custodian la Copa de 1964.
LA COPA
Los “muchachos” se prepararon para la producción de fotos
junto a la Copa de Campeones que ganaron hace medio siglo. Aquí, una
aclaración: la Copa de Campeones es equivalente a decir la Copa Libertadores.
Como de 1960 a 1964 sólo participaban los campeones de cada uno de los países
de América del Sur, el torneo se llamaba así: Copa de Campeones. Pero a partir
de 1965 el nombre mutó a Copa Libertadores de América y se conserva hasta hoy.
¿Por qué decimos, entonces, que ambas competiciones son la misma? Porque la
Conmebol lo indica de esta manera. Para la casa madre del fútbol sudamericano,
la primera edición de la Libertadores se desarrolló en 1960.
Pero regresemos a los instantes mágicos de las fotos. A Pepé
Santoro se le piantó un lagrimón, y el resto guardó un reflexivo silencio.
Seguramente, haber tocado otra vez ese trofeo resultó muy emotivo para ellos.
-En la Argentina se valorizó esta Copa en 1963, cuando Boca
llegó a la final con el Santos, y la perdió. A partir de ahí, todos los equipos
argentinos estaban pendientes de ganarla (Guzmán).
-Fue así. Yo la jugué en 1961 con Independiente, por haber
sido campeones en el 60, pero disputarla en ese momento era otra cosa, como un
torneito más. Después de la conmoción que produjo lo de Boca, motivó a todos a
ganarla. Era la obsesión, el gran paso para jugar la Intercontinental
(Ferreiro).
-Y a ese Independiente del 64 lo agarró en un gran momento.
Teníamos un equipazo, con una defensa tremenda. Sabíamos que si hacíamos un
gol, era muy difícil que perdiéramos (Guzmán).
-Encima teníamos a Giúdice, que era un gran técnico.
Utilizaba muy pocas veces el pizarrón, pero veía muy bien el fútbol y en los
entretiempos corregía acertadamente nuestros errores. ¿Se acuerdan cómo
formábamos para la foto? No nos parábamos como se hacía: los defensores iban
parados, y los volantes y delanteros, agachados. Y eso fue porque en el diario
La Razón de los 60 se hizo una nota en la que publicaron una foto de Navarro y
otra de Rolan, con un epígrafe que decía: “¡Asesinos!”. Nos dio tanta bronca
que empezamos a saludar al público todos en fila, y el capitán por delante
nuestro, levantando los brazos (Acevedo).
-Volviendo al equipo, hay que destacar también nuestro
estado físico. ¡Eramos aviones! Se lo debíamos a González García, una persona
excepcional que cuando ganamos esta Copa, invitó a todo el equipo, con sus
novias o esposas, a una cena en el Automóvil Club Argentino. Y ahí nos regaló
un anillo de oro, con el nombre grabado de cada jugador (Ferreiro).
-¡Cómo estaba la cancha esa noche! (Santoro).
-¿Y nosotros? Nos jugábamos el todo por el todo, porque el
arreglo con los dirigentes era una cantidad importante de dinero sólo si nos
quedábamos con la Copa. Creo que eso lo propuso el Negro Rolan, que nos dejó
hace muy poco, y nos motivó todavía más (Acevedo).
-El partido no fue bueno, salvo el golazo de Mario
Rodríguez. Ellos llegaron una sola vez, cuando Rolan le erró a una chilena y
entró solito el uruguayo Oyarbide. Pero cabeceó desviado. Después, pasé una
noche tranquila y fuimos campeones (Santoro).
El reencuentro finalizaba y cada uno propuso verificar si
los números de teléfono de los demás seguían siendo los mismos para quedar aún
más conectados. Abrazos, buenos deseos y después cada uno se ocupó de lo suyo:
Guzmán se fue a trabajar al Congreso Nacional junto a la senadora por Santa
Cruz, Esther Labado, del Frente para la Victoria; Santoro, entrenador e
instructor de arqueros en Independiente, y Ferreiro, Director de la Escuela de
Técnicos cuyo Secretario General es Victorio Cocco, empezaron a pensar en la
próxima tarea; mientras que Mura y Acevedo, agentes de seguros con una amplia
cartera de clientes, también vislumbraban lo que se les venía.
Más allá de sus actividades actuales, ellos son los
“muchachos” de aquella epopeya roja de hace 50 años, la que marcó una etapa
inolvidable para el fútbol argentino.
EL CAMINO A LA GLORIA
LEJOS DEL FORMATO ACTUAL, la Copa tenía otro desarrollo en
1964: los equipos se dividían en tres grupos de tres y el líder de cada zona
avanzaba a las semifinales, donde esperaba el Santos, defensor de la corona. En
la fase inicial, el Rojo les ganó a Alianza Lima 4-0 y a Millonarios 5-1 (con
el que no jugó la revancha porque lo desafiliaron de la Asociación Colombiana
de Fútbol), y empató ante Alianza Lima 2-2 en el duelo de vuelta. Así se
clasificó a las semifinales, en las que venció al Santos 3-2 y 2-1, primero en
Río de Janeiro y luego en Avellaneda.
En la serie final, empató ante Nacional 0-0 en la ida y lo
superó 1-0 en la vuelta, con gol de Mario Rodríguez a los 34 minutos del primer
tiempo, para consagrarse campeón de América por primera vez en la historia. De
esta manera, acumuló cinco triunfos y dos pardas en siete partidos.
Por Cacho Lemos. Fotos: Emiliano Lasalvia y Archivo El
Gráfico
"EL GRÁFICO"




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