Por Eduardo Sacheri
En un punto, los cantitos de cancha son como los chistes.
Vienen dando vueltas por ahí, de boca en boca, a partir de un origen incierto o
misterioso. Tienen su tiempo, su origen, su apogeo. De alguna manera, cubren
una necesidad expresiva, un deseo de significado.
Los cantitos de cancha de hoy no son los mismos que hace
treinta o cuarenta años. Todavía recuerdo, en mi niñez "A todas partes
vaya con el campeón" usando un jingle de una publicidad de guardapolvos. O
el "Sí, sí, señores, yo soy de equis" con el equipo que fuera, para
rematar con el "salió el nuevo campeón", rimando con
"corazón". Ahora parece de una candidez inaudita, la verdad.
Los que compusieron la musiquita de un Operativo Sol a
principios de los 80, para esa publicidad en la que un chico se veía obligado a
dejar a su perro Bobby antes de salir de vacaciones, jamás habrán imaginado que
tres décadas después esa melodía atronaría en los estadios, devenida en el
himno ecuménico de "Equis, mi buen amigo, esta campaña volveremo' a estar
contigo".
Sucede. La lírica tribunera toma una melodía popular,
inventa la letra y la pone a rodar un domingo cualquiera. En la cancha siempre
me pregunto: ¿quién la inventa? ¿Son siempre los mismos? ¿Son miembros de la
barra? ¿Nace de algún rincón de la popular? No lo sé. De ahí mis preguntas del
primer párrafo.
Este Mundial de Brasil, entre otras particularidades (como
abundancia de partidos interesantes, sin ir más lejos) ha traído una abrupta
renovación del repertorio argentino. En una de esas por el agotamiento terminal
de "la barra quilombera que no te deja, no te deja de alentar", o tal
vez por el abigarrado número de argentinos en las tribunas, o por la abundancia
relativa, dentro de ese número, de gente habituada a ir a la cancha, o por
cierta convicción generalizada de que en este Mundial hay que hacer un papel
importante sí o sí, o por una combinación de todos esos factores, desde el
inicio del torneo los argentinos estamos batiendo el parche con el cantito de
"Brasil decime qué se siente".
Seguro que los lectores lo ubican sin esfuerzo. El tema es
"Bad Moon Rising", de Creedence. El cantito tribunero no nació con el
Mundial. Es lógico. Habría sido muy difícil instalarlo de buenas a primeras si
no llevase rodando los últimos dos años en las canchas argentinas. En
diferentes versiones, lo cantaron hinchadas diversas, adaptándolo al deseo o
necesidad de cada cual. En el caso de Independiente (por poner la cosa en mi
propio amor doméstico) creció cuando el Rojo se acercaba al despeñadero del
descenso, y la frase "Ahora que estamos en la mala" tenía un nivel de
franqueza y aceptación del dolor que nos vino bien asumir.
Parece que la versión mundialista la hizo un grupo de flacos
que viajó a Brasil al inicio del Mundial. Será como dicen. Pero lo llamativo es
el modo en que prendió. La manera en que se generalizó. Y la forma en que viaja
desde Brasil a la Argentina y de aquí de nuevo allá, en cada nuevo escalón del
fixture. El martes, en San Pablo, se notó la condición de "visitante"
de nuestra selección, entre otras cosas, porque la mayoría de brasileños en la
tribuna tornó difícil que el cantito se hiciera masivo y sostenido.
¿Por qué tanto éxito para esta cancioncita? Tengo para mí
que este cantito reúne mucho del folklore actual del fútbol argentino. Una
especie de gragea antropológica, síntesis absoluta de nuestra manera de vivir,
hoy por hoy, el fútbol. Hace unos años no hubiera funcionado. Dentro de unos
cuantos más, no lo sé. Pero hoy reúne mucho de lo que buena parte de los
argentinos piensan del noble deporte de la pelotita.
No estoy diciendo que me guste o me disguste esa síntesis.
Me limito a describirla, tal como la vivo semana a semana viendo fútbol del
nuestro, y escuchando a nuestras hinchadas.
Empecemos por el principio. El primer verso constituye un
arranque demoledor en el que se consigue situar dos elementos esenciales: a
quién le cantás y qué le querés decir. "Brasil" es el destinatario
último y único de lo que la Argentina haga en el campeonato del Mundo. Ni
siquiera lo hacemos para nosotros mismos. Es para Brasil. Para refregárselo en
la cara. Así de simple. Cuidado: de allá para acá corre un flujo idéntico. El
"ole" que bajaba de las tribunas del Arena Corinthians, cuando la toqueteaban
los suizos, no era entonado por gente venida de los cantones alpinos. No señor.
Eran brasileños que nos desean, en reciprocidad con nuestros propios anhelos
hacia ellos, la peor suerte futbolística posible.
La segunda parte del primer verso tiene la claridad impoluta
de los juicios futboleros de la actualidad. Blanco, negro. Sí, no. Vos, yo.
"Decime qué se siente" busca transmitir la siguiente idea: "Como
jamás voy a atravesar por la humillación a la que vos te has visto sometido, te
pido que me expliques de qué se trata." "A mí eso no me pasó, ni me
pasará. Vade retro, Satanás. Por eso, necesito que me lo expliques vos, pobre
diablo". Palabra más, palabra menos, ésa es la idea.
"Tener en casa a tu papá". En la cosmovisión
futbolera, la paternidad es cualquier cosa menos un vínculo sano o deseable.
Nada de eso. La paternidad es un sometimiento. "Sos mi hijo" es
sinónimo de "sos basura", de "sos mi esclavo".
Equivalencias, digamos. No pretendo entrar en materia sobre la cuestión de
fondo, según la cual la Argentina tendría una relación de dominio futbolístico
sobre Brasil. Algunos expertos discuten al respecto, y yo no dispongo de
elementos para zanjar la cuestión. Tal vez el observador imparcial objete un
poco esa superioridad, partiendo del dato "duro" de que esos
muchachos tienen 5 mundiales y nosotros sólo 2, pero para eso están los
cantitos de cancha. Para obturar cualquier posible protesta del rival. Para
acomodar el mundo a cómo queremos que sea. De modo que a Brasil sólo le queda
seguir escuchando, qué tanto.
"Te juro que aunque pasen los años, nunca nos vamos a
olvidar". Acá la métrica se nos trastoca un poco, y tenemos que acentuar
"aunque" como si se dijera "aunqué". No importa. Lo que
sirve es que avanzamos sobre la idea de eternidad. Nada cambiará el partido de
Italia 90. No importa cuánta agua corra bajos los puentes. Aquello que te hice
sufrir no tiene cura, no tiene vuelta, no tiene reparación. Para más datos, el
cantito se solaza en la evocación detallada del gol argentino, por si algún
brasileño ha desobedecido la orden de recordar a perpetuidad. "Que el
Diego te gambeteó, que Cani te vacunó" (de nuevo aparece la cuestión del
sometimiento: un psicoanalista a mi derecha, por favor), y un cierre otra vez
en la sintonía del dolor eterno infligido: "Que estás llorando desde
Italia hasta hoy." Vuelven a surgir dificultades de acentuación, pero
bueno, que esto tampoco es de Góngora, no jorobemos.
El final del cantito hilvana tres apellidos clave. Primero
se confía en el heredero de la gloria: "A Messi lo vas a ver, la Copa nos
va a traer", y para rematar se declara el axioma principal de nuestra
argentinidad futbolera: "Maradona es más grande que Pelé".
En un círculo que cierra perfecto, desde alfa hasta omega,
"Brasil" es la primera palabra, "Pelé" es la última. En
medio, todo lo que tuvimos a bien decirles a los locales. Un día, un partido,
una eliminación, elevada a la categoría de instancia última e inapelable de
nuestra superioridad.
¿Está bueno el cantito, o es un fiasco? ¿Ingenio de
futboleros o finta de compadritos? ¿Gana las tribunas porque nos representa o
porque no se nos ocurrieron otros? ¿No se nos ocurrieron otros porque no
supimos, o porque decidimos no necesitarlos?
Preguntas. Un montón de preguntas para las que no tengo
respuestas. Cosa que suele ocurrirme desde siempre. Y cuanto más viejo me
pongo, más todavía
Fuente Cancha Llena
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