Por Cristian Fernández
De mentalidad, actitud, ganas y corazón necesita el Club
Atlético Independiente, sobre todo en su plantel de fútbol profesional si es
que no quiere manchar su historia y salir del peor momento de su vida. De
nuestras vidas.
Antes de empezar a escupir estas palabras que todas juntas
intentan ser una idea, aunque más que nada se parezcan a párrafos manchados de
preocupación, dolor y angustia, sentimientos de una persona herida de muerte,
tendría que pregonar por una desdramatización de este deporte de cara al
descenso.
Discúlpeme. No puedo. No quiero. Me rehúso a hacerlo. Mi
forma de ser me lo impide. Mi forma de amar ala Gloriosa Institución de
Avellaneda me lo hace sentir así.
Desde hace un tiempo me cuesta dormir. Los que me quieren y
la gente de mi entorno me suele consultar preocupada por mi estado. Se me borró
la sonrisa. Mi gesto adusto no los convence. Pero, cómo explicarles que el Rojo
me tiene a mal traer. De qué me sirve tomarme la presión durante la semana
cuando el pecho es una muestra de la resaca del partido del fin de semana.
De qué sirve este insomnio que me lleva a escribir y que sé
que nada hará por cambiar una realidad que parece una pesadilla imposible de
detener. De qué sirve toda la mala sangre cuando los que nos representan saben
que están de paso y que a lo sumo recibirán alguna puteada de algún ignoto,
pero sentido, hincha de Independiente. Y ahí me doy cuenta que sirve. Sí.
Sirve porque al Rojo lo quiero y lo llevo adentro del
corazón, como reza la canción. Sirve porque mi abuelo, mi viejo y mi hijo así
lo sienten y me lo hacen ver. Sirve porque, creo, que si algún jugador leyera
estas líneas aceptaría el transplante.
Me duele mucho ver un equipo al que le falta Alma. En
Rosario se pudo haber mejorado. Sobre todo en el primer tiempo se jugó con una
intensidad que nos hace creer que se puede, pero se siguen dando pasos para
atrás en aspectos primordiales. Estos jugadores no sienten nada por la
camiseta. Quizás algunos si. No se los ve abatidos ante el pitazo final y la
derrota consumada, sino que entran a la cancha sabiendo que van a perder.
Entregados.
Muchachos: Son momentos en los que tienen que marcar con la
cabeza, trabar con el corazón, ganar los partidos con el alma, besarse la
camiseta ante cada gol, patear al arco con fe y convicción. Demostrar que les
corre sangre por las venas. El sábado en Rosario demostraron, tras quedar abajo
en el marcador, que son híbridos.
Más allá de las situaciones arbitrales que siempre nos
juegan en contra ¿Tanto cuesta cobrarle un penal a favor a Independiente?
¿Cuántos penales le dieron a Arsenal? ¿Y el gol del Pato?, otra vergüenza del
juez de línea. Arrancamos ganando el partido y ante la primera adversidad se
entregan y se pierden los tres puntos.
Me llenaría de orgullo ver a un jugador de Independiente
dejando hasta la última gota de sudor en la situación en la que lo hizo este
domingo Ponzio en el trascendental partido de River ante Boca Unidos.
Me daría más que alegría si un día agarro el diario y leo
que el plantel de Independiente en lugar de tomarse el día libre se presenta en
el lugar de entrenamiento para salir adelante. Algo que hicieron los jugadores
de Boca. Sí, aquellos que hoy están peleando los tres frentes y siendo
candidatos máximos en cada uno de ellos.
Lamentablemente con lo que muestra este plantel estamos
complicados. Uno de los primeros consejos que le dan a todo periodista es
librarse de los prejuicios y de cualquier sentimiento a la hora de escribir
algo.
Por eso, como dije al principio: Señores lector sepan
disculparme. Este plantel, cuerpo técnico y dirigencia deben despertar, aceptar
la enfermedad y transplantarse esas cosquillas en el corazón que sentimos
nosotros al ver esa camiseta, que hace tiempo vienen deshonrando.
Fuente Infierno Rojo

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