Por Lucas Sawczuk @lucassawczuk
Un gen rojo naciente, fulgurante y que alimentó un cuerpo
con el escudo de Independiente tatuado en la piel.
Los rulos al viento como
patrimonio familiar y la cinta –sin ser cinta- que irradiaba desde el brazo
izquierdo, anunciando la llegada del gran capitán.
Gabriel Alejandro Milito
fue, es y será para nosotros, la camada de hinchas más castigada dentro de la
historia roja, el gran ídolo, el ícono, el espejo.
No hay nada que llene este
vacío (su retiro), no hay nadie que albergue esta oscura desazón, ni pañuelos
que detengan las pesadas lágrimas que nacen desde el sentimiento, la pasión y
el corazón.
Dejó el dinero de lado y volvió para cumplir su sueño de
retirarse con la roja.
A veces fue maltratado y hasta las ovaciones hacia él
fueron secundarias en cuanto al estruendo.
Ese episodio marca un poco en dónde
estamos, en dónde quedó nuestra identidad.
Crecimos bajo cuentos futboleros,
donde los héroes siempre eran los caudillos de camiseta roja, los mismos que
ganaban batallas solos, con la lanza en su mano y un ejército detrás que lo
acompañaba.
Milito será el gran protagonista en los oídos de nuestros hijos, de
nuestros nietos. Él fue, es y será parte de este gen Independiente. Porque así
lo siente, porque así lo entiende. No existen palabras para retribuirle tanto
amor y respeto.
La noticia caló hondo en los corazones rojos.
El tipo dejaba
la piel para poder estar, a pesar de esas malditas rodillas que lo tuvieron a
maltraer y esas lesiones que se empecinaron con entorpecerle su camino.
Más
allá de esos cachetazos del destino, Milito es para Independiente una porción
de mística, alteza, pureza e historia.
A veces fuimos demasiado ingratos con
él, y fue el tipo que menos se lo merecía.
No sólo puso el pecho en una
situación política poco favorable, sino que además dejó la tranquilidad europea
de lado para defender “su” amada camiseta en un clima de violencia
inescrupulosa.
Tanto fue su amor que jamás se quejó: nunca puso un pero para
salir y jugar.
Todos hablan bien de él.
Desde lo personal hasta el laburo
en los entrenamientos.
Porque Gaby vivió para el fútbol y fue oxígeno para un
Independiente desvastado.
Y no me vengan a hablar de actuaciones personales,
porque Milito va muchísimo más allá.
A los ídolos se los protege, se los ama,
se los cuida, se los defiende. A los ídolos se los cobija, se los respeta, se
les da una caricia cuando más lo necesita.
Porque él hizo lo mismo cuando
nosotros más lo necesitábamos. En silencio, con su eterno bajo perfil, vino a
decir presente.
El maldito destino quiso que no pueda consagrarse con un
campeonato, con una copa, pero podrá contar su historia: debut y retiro rojo.
Su anunciado adiós fue un golpe de nocaut, una patada al
corazón.
El fútbol a veces duele en demasía, es cuando la pasión se ve
pisoteada y maltratada. Es el deporte en estado puro. A veces te acaricia,
otras te amasija. El sabor horrible en la boca quedará, el de saber que Gaby
jugará sus últimos dos partidos defendiendo a Independiente y no habrá más
Mariscal dentro de los campos de juego.
Sigo preguntándome por qué. No
encuentro explicaciones, ni razones, ni nada.
¿Justo ahora tenía que darse? Lo
único que encuentro son ganas de llorar, de abrazarme a Milito y agradecerle,
una y mil veces, que lleve los genes de Independiente tan adentro de su corazón.
Chau Mariscal, eternamente GRACIAS.
Fuente Muy Diablo

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