La bandera levantada en el tanto lícito de Silvio Romeo dejó
al equipo en offside. El Rojo se quedó pensando en esa jugada y se olvidó de
jugar. Manejaba la pelota, pero la bronca lo nubló y se volvió con una derrota
evitable.
Independiente empezó ganando en Santiago del Estero. Hizo un
gol lícito. Después de unos primero minutos con desajustes, había logrado hacer
pie y plantarse mejor ante un Central Córdoba que intentó sorprender de
entrada. Equilibró el medio, había buenas conexiones entre sus volantes y
Silvio Romero se mostraba participativo. Hasta que llegó a la red el Chino tras
un remate de Lucas González del que César Rigamonti dio rebote. Independiente
ganaba uno a ce… No. Bandera arriba. Y ya nada fue lo mismo para el Rojo.
Otro fallo arbitral perjudicó a Independiente. Cuando partió
el tiro de Saltita, Jonathan Bay habilitaba al goleador, que definió bárbaro de
sobrepique. Pero el segundo asistente, Iván Núñez, vio un offside que no
existió y Fernando Echenique anuló el gol y eso anuló a todo Independiente.
A partir de ahí, el visitante se perdió. Quedó preso de la
lógica bronca, que estalló en el banco cuando el cuerpo técnico advirtió el
error de los jueces y se trasladó al campo de juego. Se quedó sin pensar el
Diablo. Y sin jugar. No dejó nunca atrás esa jugada bisagra y no supo cómo
avanzar en un partido que no era inaccesible.
Había buscado mostrar algo diferente Julio Falcioni con la
formación inicial. Sin el desgarrado Alan Soñora, armó el doble cinco con Lucas
Romero y González, soltó a Domingo Blanco por la derecha, a Andrés Roa por la
izquierda y centró a Alan Velasco. Y tuvo mayor fluidez la banda izquierda con
la figura de Gastón Togni, bien en ataque, pero mal en defensa (desbordado por
Lucas Melano o por Alejandro Martínez).
No era un espectáculo, pero hasta los 22 minutos, el momento
del gol mal anulado, se había podido hacer dueño de la pelota y trataba de
llegar prolijamente al arco de enfrente. Es cierto que le faltó mayor
profundidad. No desbordaba hasta el fondo y terminaba en centro frontales tanto
de Togni, como de Blanco o Bustos. Pero lo mantenía al rival lejos de Sosa (se
insiste, después de unos primeros minutos de algún sofocón).
El enojo lo nubló. Y lo poco bueno que se veía, desapareció.
El equipo quedó enmarañado en protestas, fastidioso. Con el árbitro y también
con reproches internos. Hubo varias discusiones en medio del partido entre
jugadores del Rojo, pases de facturas por algún mal cierre, un pase impreciso o
una mala decisión. Cosas que quedan en la cancha, nada grave, pero que
exhibieron el desconcierto colectivo.
Velasco quedó sin socio. Roa no gravitó. El Chino no tuvo
otra de cara al arco. El Perro fue un cachorrito perdido. Bustos no pesó como
de costumbre. Y Mingo no aportó demasiado, aunque tuvo la más peligrosa en el
complemento.
El golazo de Cristian Vega, que recibió muy solo a la
carrera con el arco de frente, terminó de sepultar a un Independiente
desorientado. Los cambios no cambiaron nada. Tampoco tiene muchas variantes de
jerarquía el Emperador, que puede equivocarse, pero que también tiene un margen
de maniobra recortado.
Independiente se quedó con la cabeza en ese gol que hizo
lícitamente y que no le cobraron. Se quedó en la queja, en la indignación. Se
olvidó de que al partido todavía le restaba un tiempo y medio. Demasiado tiempo
como para volver a meterse y continuar intentando. El gol anulado lo anuló por
completo, algo que no puede pasarle si quiere una estabilidad futbolística.
Fuente Infierno Rojo
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