Por Eduardo Verona
No encuentra el
equipo, ni los resultados, ni una mínima tranquilidad el vapuleado entrenador
del Rojo Sebastián Beccacece, mientras borra a Pablo Pérez, desplaza a Domingo
y la política fallida en los libros de pases se instala como una deuda a esta
altura indefendible
Titubea y se expone como un novato inexperto Sebastián
Beccacece, ahora bajándole el pulgar a Pablo Pérez y congelando a Nicolás
Domingo, transfiriendo responsabilidades y dejando fluir que si a mediados de
la semana próxima cae ante Defensa y Justicia por la Copa Argentina, presenta
la renuncia.
Y titubea sin pausas Independiente. El equipo no puede
abrazar ninguna idea. Como tampoco lograba expresar una idea convincente desde
el mismo momento en que su anterior técnico, Ariel Holan, creyó, luego de
conquistar la Copa Sudamericana el 13 de diciembre de 2017, que él era más
influyente e importante que los jugadores.
A partir de ahí, el declive se fue manifestando.
La culminación de su vínculo tomó forma hace cinco meses,
luego de la eliminación prematura de la Copa de la Superliga frente a
Argentinos Juniors y aunque el 28 de mayo Independiente superó a Águilas
Doradas Rionegro y accedió a los octavos de final de la Copa Sudamericana, a
los dos días resultó despedido.
Beccacece había quedado indemne del durísimo colapso de la
Selección en Rusia 2018 (fue el principal colaborador de Jorge Sampaoli) y ya
se había instalado a favor de las buenas producciones de Defensa y Justicia en
la Superliga 2018-2019 que terminó ganando Racing, en una opción al alcance de
la mano.
El análisis para contratarlo se enfocó básicamente en los
números favorables que arrojó su pasó por Defensa.
Y nada más. Flojita la mirada. Como le fue bien en Defensa,
tendría que andar bien en Independiente.
Ese pensamiento básico que tranquiliza a los que desean
tranquilizarse, nunca permite abrirse a ninguna complejidad.
Y el fútbol es complejo. Por eso despierta tantas polémicas,
tantos debates, tantas opiniones y tantas estupideces.
Beccacece es un técnico en pleno proceso de construcción. O
de autodestrucción, visto lo mal que se está manejando. Es cierto, todos se van
construyendo o destruyendo sobre la marcha. El problema insuperable es que lo
asfixia su inseguridad, sus idas y vueltas, sus fantasmas. Y sus dudas
permanentes. Dudas que en el campo intelectual son muy valiosas para
enriquecerse, pero que en el fútbol suelen ser fatales.
Cuando un entrenador hace tantos cambios en la formación
como los que hace Beccacece partido tras partido, no es una señal positiva. Por
el contrario: delata falta de certezas. Y esa ausencia de certezas se transmite
de manera inevitable al equipo, que sigue transitando indefiniciones.
No se sabe realmente a qué quiere jugar Independiente. No lo
sabe nadie. ¿Al ataque? ¿Al contraataque? ¿A manejar los tiempos del partido
conservando la pelota? ¿A dejar de lado la elaboración y ser directo para
intentar arribar al área rival sin escalas previas?
Son preguntas. Respuestas por ahora no hay ninguna. Y no hay
respuestas porque el equipo no las expresa, atrapado entre tantos jugadores que
entran y salen, sometidos por la falta de una mínima estructura colectiva.
Habla Beccacece de estructura, funcionamiento y organización
colectiva. Palabras en el viento. Porque es precisamente todo lo que
Independiente no tiene. Los jugadores aparecen desparramados por la cancha sin
esbozar una línea y mucho menos un estilo. Y en general, están muchísimo más
cerca del error que de la virtud. Demasiados errores por tratarse de un equipo
que apenas arrancó la temporada se reforzó con Andrés Roa, Sebastián Palacios,
Alexander Barboza, Lucas Romero y Cristián Chávez por un total de 15 millones
de dólares.
Refuerzos que no reforzaron a Independiente. Y que se unen a
otros libros de pases anteriores también fallidos, que podrían ejemplificarse a
modo de síntesis con las incorporaciones del ecuatoriano Fernando Gaibor en 4
millones de dólares y del paraguayo Cecilio Domínguez en 7 millones de dólares.
Es indudable que en Independiente no hay alguien
futbolísticamente con un ojo clínico para examinar sin indulgencias a los
jugadores que llegan. Porque los errores de diagnóstico son evidentes. Si ese
ojo clínico tiene que ser el de un manager, director deportivo o de un
consejero profesional que lo acerque más o menos al rol de un entendido con
pergaminos confiables, es un tema que nos excede.
Lo que salta a la vista es que Independiente viene comprando
mal y sobrecalificando a los jugadores que trae.
Por citar un caso: Barboza, por el que pagó 4 millones de
dólares, no parece de ninguna manera ser un defensor que acredite ese valor.
Barboza es hoy una especie de chivo expiatorio para el público de Independiente
porque sus rendimientos fueron pobrísimos, pero lo que queremos significar es
que se precisan filtros más exigentes y rigurosos en el club para sumar a un
jugador al plantel, aunque sea un pedido formal del técnico.
Este tipo de debilidades logísticas que no son nuevas, por
supuesto tienen una influencia incuestionable en el armado y en el rendimiento
del equipo. Barboza es un caso testigo. Pero hay muchos otros. Igual que los
entrenadores que se vinculan al club. Alguien podría comentar que con Holan
salió todo diez puntos porque Independiente bajo su gestión ganó la Copa Sudamericana
y la Suruga Bank.
Pero sería una gran simplificación atrapar y compartir la
totalidad de ese razonamiento. Holan terminó mostrando una llamativa inmadurez
para continuar dirigiendo, sin desbarrancar, cuando un éxito lo acompañó. Y es
Holan el entrenador que según Pablo Moyano llamaría de inmediato si algún día
fuese elegido como presidente de Independiente. O antes, como podría ocurrir si
la figura de Beccacece pierde por nocaut.
Se advierte sin demasiado esfuerzo que falta en el área del
fútbol de Independiente una mejor lectura de las circunstancias. Una lectura
menos voluntarista y más permeable a una sintonía fina que hoy no tiene. Quizás
por eso padece en el fútbol tantos contratiempos. Y no se estabiliza ni se
consolida por razones que no son casuales.
En el marco de este panorama, Beccacece es un eslabón más
que no logra trascender.
Es más: hoy está a la deriva. Con las medidas que tomó con
Pérez y Domingo colisiona en forma directa con el plantel.
Por otro lado, el equipo no lo tiene en la cabeza. Subordina
su formación a los rivales que están enfrente. Y esto no es otra cosa que un
síntoma palmario de la dependencia.
No es bueno depender. Los equipos que se afirman en una
convicción, quieren imponer condiciones. No parece en absoluto ser el caso de
Independiente. Las consecuencias estallan a los ojos de quien quiera verlas.
Fuente Diario Popular
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