Por Eduardo Verona
“Es muy fácil marearse cuando ganas y se vienen los elogios.
No hay edad para eso. Cualquier boludo se puede marear con un éxito deportivo.
El tema es ser coherente con una línea”.
El entrenador de River, Marcelo Gallardo, se expresaba hace
un par de semanas en el suplemento Enganche de Pagina/12 y abarcaba en su
reflexión no solo a los jugadores, sino a los técnicos y a los dirigentes.
Ponía en foco los disvalores del triunfalismo. Y la confusión que promueve ser
rehén de esa dinámica. Una dinámica que nadie desconoce ni por adentro ni por
afuera del ambiente del fútbol.
En cada oportunidad en que un equipo se consagra campeón,
como por ejemplo lo hizo Independiente conquistando la Copa Sudamericana en los
dos cruces ante Flamengo, mostrando además buenas producciones futbolísticas,
la posibilidad de “marearse” como lo plantea Gallardo siempre está al acecho.
No porque en Independiente existan mayores condiciones objetivas que en otros
clubes para que se replique ese fenómeno, sino porque es una amenaza real
integrada al sistema que puede contaminar cualquier proyecto por más
progresista que sea. Perder no fortalece a nadie. Pero el día después de ganar
se demandan respuestas inteligentes en el plano individual y grupal para
intentar reconfirmar lo que se logró.
No son pocos los casos que registra la historia nacional e
internacional de equipos campeones que a la vuelta de la esquina se vinieron en
banda sorprendiendo hasta a los propios protagonistas.
¿Qué les pasó? ¿Perdieron el hambre? Puede ser. ¿El entrenador
partió y se redujeron los niveles de exigencias? Puede ser. ¿Los jugadores se
fueron despojando casi con naturalidad de los compromisos que habían adquirido?
Puede ser. Lo evidente es que ese plantel y cuerpo técnico no supieron mantener
las virtudes que les permitieron consagrarse.
La razón fundamental es que terminaron “mareados”.
En cambio, aquellos equipos que siguen vivos y muy
permeables a otras conquistas en sintonía directa con el técnico, revelan un
estado de situación que también es atribuible a la conducción que ejercen los
dirigentes. Porque si los dirigentes se empapan de un triunfalismo siempre
superficial, esa lluvia ácida llega a todos lados. En definitiva, no es tan
sencillo encontrar el camino de la superación permanente. Es un trabajo diario.
Una construcción diaria y compartida. Los equipos recordados, aquellos que se
instalaron en las memorias de los hinchas, surgieron, hicieron pie en la cumbre
y después continuaron la obra. Por eso están presentes.
Fuente Diario Popular
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