Por Román
Failache
Días como los de hoy son los que no quiero vivir nunca. En
los que me encantaría ser el más egoísta del planeta y cerrar el Aeropuerto de
Ezeiza, ponerle una traba a la puerta de Villa Domínico. Olvidarme que, más
allá del deporte, hay una cuestión humana de fondo que es lo que hace que la
pelota finalmente ruede, y hacerme bien el gil con tus aspiraciones personales.
En días como los de hoy quiero tapar el sol con las manos y pretender que todo
sigue igual. Porque capitanes como vos no son precisamente aquellos que
abundan.
En días como hoy me acuerdo de tu llegada al club como si el
tiempo no hubiera pasado. Aducías, en tus primeros partidos, que no te
encontrabas en tu mejor forma, aún siendo uno de los más destacados, y
prometías que Independiente se daría cuenta de lo que eras capaz con el correr
de algunos encuentros. Siempre con perfil bajo, rodeado de caciques dentro de
un equipo mezquino. Empezaste a erigir tu leyenda para terminar siendo un
emblema, el único que quedó de una camada prácticamente olvidada.
Algo habían
visto en vos.
Son en los días como los de hoy, también, donde repaso el
porqué de tu capitanía. Basta hablarte dos palabras para darse cuenta que te
salís de la media y que tenés una mentalidad ganadora. Aquella charla en la que
aseguraste que querías “hacer resurgir a Independiente e inculcarle a los más
chicos en dónde están jugando”.
Todo lo viste con los ojos de quien buscó
autosuperarse constantemente y quien siempre pensó primero en el club antes que
en obtener un rédito propio. Fuiste el que tuvo un ofertón para irse en junio
con la potestad en tus manos de dejar al equipo rengo, pero prometiste quedarte
para ganar la Copa y emigrar en diciembre.
Un líder innato que predicó con el
ejemplo a cada paso que dio.
Es inevitable no recordar tu sacrificio. Esa lascivia que
sentiste por ganar, por ir al frente y sacar fuerzas de lo más recóndito para
salir adelante. Las pírricas noches, como la última en el Libertadores, donde
te vimos arriesgándote con cuerpo y alma para salvar lo que era un gol seguro
de ese brasileño; el empuje en el 2-1 contra Huracán; el partidazo que jugaste
con Lanús con un final ingrato en el 1-1, y las tantas otras que ahora no se me
vienen a la memoria porque fueron muchas. El corazón como factor determinante a
la hora de tomar decisiones. Vestiste como pocos la camiseta de Independiente,
lo supiste hacer desde el primer día y por eso el club te va a añorar y estar
eternamente agradecido.
Las despedidas son esos dolores dulces, dicen. Días como los
de hoy son los que no quiero vivir nunca, pero la otra parte de mí te sabe
entender las pretensiones. En un fútbol distinto, con una calidad de vida
distinta, con un sueldo distinto y con muchas más oportunidades. Ojalá te miren
los que hoy no y te den la chance de jugar el Mundial de Rusia; nadie más lo
tiene tan merecido en tu lugar. Estoy casi convencido de que futbolísticamente
tu puesto acá, en Avellaneda, va a estar bien cubierto, mientras nos aferramos
a la búsqueda de otro capitán.
Vos, por lo pronto, quedate tranquilo que algo
es seguro: la 3, limpita, con la estampa de Nicolás Tagliafico y la cinta de tu
brazo izquierdo, las dejamos guardadas en algún placard rojo de esos que hay en
Bochini y Alsina para que las vuelvas a reclamar cuando quieras.
Fuente Orgullo Rojo
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