Por Diego Latorre
Nada consigue cambiar el sino de esta selección. Ni el
factor Bombonera, ni Messi, ni nadie. Es un equipo atado, que más allá de las
intenciones que se le pueden vislumbrar, pelea contra sus fantasmas, contra sus
propios nervios y contra su evidente falta de funcionamiento. Un conjunto al que
le importa poco el rival que tiene enfrente porque en realidad se enfrenta todo
el tiempo a sí mismo, a su karma, al maleficio que parece perseguirle.
Cuesta creer que se haya llegado hasta este punto. Porque si
bien es cierto que falta soltura y lucidez durante largos lapsos de los
partidos, también es verdad que también hay momentos de buena generación de
fútbol. Ocurrió en el primer tiempo contra Venezuela y en el segundo de ayer.
Pero es allí donde ninguna de las 6 o 7 situaciones creadas se transforma en
ese gol que divide la frontera entre victoria y derrota.
Se puede llamar contundencia o eficacia. O también
jerarquía. Es notable que Argentina no ha encontrado la suficiente jerarquía en
algunos roles para complementar a Messi, y que esa carencia explica en parte la
previsibilidad en el movimiento de la pelota o las dificultades para lograr
superioridades numéricas en diversos sectores del campo. Pero al mismo tiempo
es cierto que no siempre es necesaria la excelencia para conseguir un gol, y
sin embargo, este equipo jamás lo marca.
A veces se me ocurre pensar que quizás el destino haya
querido juntar todo lo que hicimos mal durante tantos años y está conspirando
contra nosotros. Pone en la bolsa los malos manejos, el enorme daño que entre
todos le hemos hecho al fútbol argentino y lo coloca como un frontón delante
del arco rival, se llame Perú, Venezuela o cualquier otro nombre.
En lo futbolístico, no hubo anoche grandes cambios respecto
a tantos partidos anteriores. Se modifican los dibujos, se ensayan variantes,
pero nos seguimos encomendando al 10. Messi es la única expectativa, la
esperanza a la que nos aferramos. Puede haber algún rendimiento individual
aceptable -Otamendi, Mascherano, algunas cosas de Biglia y el Papu Gómez- pero
solo la imaginación de Leo parece ser capaz de abrir los caminos.
Por lo demás, el juego del equipo es muy anunciado, sin
atrevimiento, cuesta ver sociedades y pases ágiles porque hay demasiada
distancia entre los jugadores y entonces al rival de turno le resulta muy sencillo
controlar los ataques.
Quedan 90 minutos de este suplicio llamado eliminatorias. El
adversario que viene se llama Ecuador, pero eso da igual. En realidad, el rival
es y sigue siendo la propia Argentina.
Fuente Cancha Llena La Nación
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