Por Walter Vargas
La Selección y sus circunstancias, un fenómeno poblado de
verdades irrefutables, o a medias, o que incluso se complementan y desmienten.
Contradicciones, ironías, rarezas, causas y azares. Entretanto, para matizar la
ansiedad de la espera se puede entrar por varios wines. Si elegimos una clave
celestial cabe deducir que si de 17 partidos se ganan seis y se convierten 16
goles, lo más posible es que el pecado se pague con la eliminación. Pero que
todavía haya chances es un milagro.
En fin: el baile todavía no ha terminado, antes que enojarse
estaría bueno tratar de entender y eso requiere alejarse de las dos salidas más
fáciles.
1. Elegir y señalar a un responsable único; 2. Vomitar crueldad sobre
los jugadores y Sampaoli.
De Sampaoli, el capitán del barco elegido para el sprint
final, lo que menos ruido hace, aunque haga ruido, es su tendencia a la
experimentación de players y roles cuando el horno no está para bollos. Después
de todo la Selección jugó el mejor partido de los tres de su ciclo. Un equipo que
es capaz de fabricar una docena de situaciones de gol no puede haber sido un
desastre, por más identidad brumosa que tenga.
Pero esa identidad brumosa, eso sí, puede convertirse en una
bomba de tiempo cuando el DT va a la conferencia de prensa y dice las cosas que
dijo Sampaoli.
¿Qué fue esa jerigonza que pegó con saliva las nociones de paz y
ciencia? ¿Y lo del equipo contundente?
Poco serio, Don Sampa. La idea de lo
contundente es una cosa para el diccionario de la RAE y otra cosa para el
entendimiento futbolero. Su Selección ha jugado cuatro horas y media y metido
un solo gol… en contra. De contundencia, nada.
La sensación de alarma es inevitable: a un plantel que lleva
meses sin brújula, y ya en zona de plata o nada, lo único que le faltaría sería
un conductor confundido o confuso.
Fuente Olé
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